A juzgar
por los premios recibidos en Cannes, el sueco Ruben Ostlund es uno de los
mejores cineastas contemporáneos. Con Fuerza mayor (2014) consiguió el
Gran Premio del Jurado en “Una cierta mirada”, mientras que ha logrado sendas
Palmas de Oro con The Square (2017, además de 6 Premios de Cine Europeo,
incluyendo mejor película y el Goya a la mejor película europea) y El
triángulo de la tristeza (2022, además de 4 Premios de Cine Europeo,
incluyendo mejor película).
La lista de
los realizadores que han ganado dos veces la Palma de Oro: el sueco Alf Sjoberg
(1946 y 1951), el norteamericano Francis Coppola (1974 y 1979), el danés Billy
August (1988 y 1992), el serbio Emir Kusturica (1985 y 1995), el japonés Shohei
Imamura (1983 y 1997), los belgas Luc y Jean-Pierre Dardene (1999 y 2005), el
austríaco Michael Haneke (2009 y 2012), el inglés Ken Loach (2006 y 2016) y,
ahora, Oslund. No quiero poner a Ostlund al mismo nivel que los Maestros
citados, pero algo tiene su cine que conquista a los Jurados.
Mucho
humor. Se puede decir que satírico, porque el humor de Ostlund se basa en la observación
de la conducta humana frente a ciertos estímulos, desde una perspectiva cercana
a la sociología. El triángulo de la tristeza, por ejemplo, puede verse como
una lección de lucha de clases que arranca carcajadas a los espectadores, ya
sea por los excesos gráficos de Oslund, ya sea por la carga satírica de esas
imágenes.
En el mundo
de las pasarelas, el “triángulo de la tristeza” se refiere a la zona de la
frente entre las cejas, que hace que nuestras caras se vean tristes o alegres
según lo solicitan las agencias de publicidad. Carl, un modelo de ropa (la
regla es: alegres para las marcas como HM, tristes y enigmáticos para
Balenciaga) y Yaya (una influencer
con la cabeza hueca que aspira a convertirse en esposa-trofeo de quien puede
pagarle sus extravagancias).
Con
semejantes personajes, Ostlund construye el primer acto de su tragicomedia en
que parte de una verdad poco difundida: el modelaje es uno de los pocos oficios
en el mundo en que las mujeres ganan el doble y más que sus colegas masculinos.
Esa razón de pesos (o más bien, euros) es lo que provoca la negación en Carl de
asumir su papel de proveedor “natural” al pagar una cena. Siente su
masculinidad socavada por la autosuficiencia de Yaya, cuyo ego es infinitamente
superior. Las discusiones entre ambos son de las mejores situaciones que hemos
visto en el cine reciente.
En su
condición de influencers, son
invitados a un yate de lujo, junto a un grupo de millonarios, que es la premisa
de El
triángulo de la tristeza. Luego de una noche de tormenta, en la que
Ostlund reduce a los comensales a puro vómito y excrementos (divertidísimo, para
los mansos y humildes de espíritu), la aparición de unos piratas posmodernos
concluye con el naufragio en una isla desierta, cuyos eventos conforman el
tercer acto.
En medio de
la tormenta, hemos sido testigos de una discusión maravillosa entre el capitán
del yate, que resulta ser un norteamericano marxista (que no comunista) y un
millonario ruso (sí, resultado de la industria de los excrementos), entre
tragos de champaña, transmitida en vivo por los altoparlantes de la
embarcación. Esa es la dialéctica de la comedia.
La praxis
llega cuando los pocos sobrevivientes se encuentran en la playa y no poseen la
formación para sobrevivir en medio de tantas precariedades. Ostlund hace un
guiño bíblico (?) y siembra, en medio de la playa, un arca naranja (obvio,
mucho más pequeña que la de Noé) que contiene agua Perrier y pretzels…y también
a Abigail, la encargada de limpieza en el yate, que sabe que le ha llegado su
turno para jugar a ser diosa.
Abigail (personaje
extraordinario para la filipina Dolly de Leon, que le permite robarse el tercer
acto) no cobrará diezmo, tendrá nuevas formas de cobrar impuestos. Por ejemplo,
un Rólex te compra el derecho de pasar la noche en el arca, protegido del
viento y los peligros que encierra la isla. No todos tienen un Rólex, pero
todos tenemos con qué pagar.
Como mujer
pobre, Abigail está mentalmente preparada para sobreponerse a las adversidades
y sabe cómo hacerlo. Su capacidad para pescar, desescamar el pez y conocimiento
para cocinarlo, le permite organizar la tribu a su antojo y semejanza. El
hambre es también una herramienta de dominación y ella lo sabe. Ya lo sabía
Buñuel, en la época de El ángel exterminador. Como es de
esperarse, aparecerán los tránsfugas de siempre, los trepadores sociales y
hasta seremos testigos de la naturaleza del oligarca que, cuando el mar le
devuelve el cadáver de su amante, tiernamente la despoja de sus joyas.
Pero, ojo, en
El
triángulo de la tristeza nadie está a salvo de la crítica de Ostlund y
no hay concesiones para nadie: ni para los personajes que pueden generar alguna
empatía (los discapacitados para hablar, reducidos a una sola frase: “In den
Wolken!”), ni para el público que puede exasperarse con algunas situaciones, ni
para los que esperan un Happy End,
esa tóxica tradición de Hollywood.
El
triángulo de la tristeza (2022). Dirección y guion: Ruben Ostlund; Fotografía:
Fredrik Wenzel; Edición: Mikel Cee Karlsson y Ruben Oslund; Música: Mikkel
Maltha; Elenco: Charlbi Dean, Harris Dickinson, Zlatko Buric, Dolly de Leon,
Woody Harrelson.