(En lo que amenaza convertirse en una tradición de las vacaciones de Pascua, además de escuchar Jesucristo Superstar, me he dedicado a revisar una filmografía. Este año le tocó a Billy Wilder y todavía me río de pensarlo.
Debo agradecer al amigo Pedro Estrella que puso en mis manos esta formidable colección de películas.)
“Un director debe ser policía, partero, psicoanalista, sicofante y bastardo”.
-Billy Wilder
Cuentan las buenas lenguas que Billy Wilder, aventajado discípulo del director alemán Ernst Lubitsch, mantenía un cartel en su oficina: “¿Cómo lo hubiera hecho Lubitsch?”.
Billy Wilder: un talento excepcional para escribir guiones y, sobre todo, diálogos. Pero también una personalidad que se siente contenida en cada fotograma que filmó.
Un maestro en varios de los géneros del cine (una crítica de la fuerza de El crepúsculo de los dioses (1950); y comedias como La tentación vive arriba (57) y Un Eva y dos Adanes (1959), ambas protagonizadas por Marilyn Monroe) que siempre hizo el filme que quiso hacer, por encima de lo que esperaban sus críticos y de lo que pedían sus fanáticos.
Sí, un bribón genial que se burló de todos y de todo con la altura que demandaba su tiempo. Quizá por eso, Wilder comparte con Hitchcock el haber sido despreciado por una parte de la crítica cinematográfica. Pongo como ejemplo algo que se escribió sobre la oscarizada El apartamento (1960): “…igual de divertida que una atrofia muscular”. Al pasar de los años, ambos han sido elevados a la categoría de Maestros y quienes acabaron con su obra, bueno…
Sin duda, Billy Wilder ha sido uno de los mejores dialoguistas del Séptimo Arte. En Europa, donde se formó, se distingue muy bien entre un guionista y un dialoguista, es decir, un especialista en diálogos de personajes. Es mucha la diferencia que aportan a un libreto la chispa, la gracia y el ingenio con que se expresan los personajes.
Si además añadimos que Wilder poseía una habilidad sobrenatural para el remate dramático, para el cierre con broche de oro, no es casual que haya creado más finales memorables que cualquier otro director de cine.
En Con faldas y a lo loco, regaló una de las mejores líneas en toda la historia del cine: “Nadie es perfecto”. Le sirvió hasta a Joan Manuel Serrat para titular uno de sus mejores álbumes, pero eso, créanme, es material para otra crónica.
Con Wilder es imposible escapar a las innumerables anécdotas que generaban sus películas. En Testigo de cargo, para mostrar una pierna de Marlene Dietrich, escribió una escena que requirió 145 extras, 38 dobles y $90,000 dólares, una fortuna en 1957. Una curiosidad: al final de la película, una voz en off recomienda no contar el final a sus amistades a fin de no arruinar una de las mejores vueltas de tuerca que recuerdo.
Otra anécdota: hacía tanto frío la noche que Jack Lemmon (uno de sus actores fetiche) rodó en Central Park para El apartamento, que tuvo que ser rociado con anti-congelante para evitar que la llovizna se convirtiera en hielo.
Cuentan las malas lenguas que en una ocasión, ordenó a un camarógrafo “Rueda algunas escenas fuera de foco, quiero ganar el Oscar a la Película Extranjera”.
El mundo conoció en Wilder a una de las mejores razones para reir y reflexionar.
Por varios años, el ejercicio de la crítica cinematográfica ha sido una de las constancias de mi vida. Esta página es una ventana más que sumo a ese propósito. -José
lunes, marzo 24, 2008
miércoles, marzo 19, 2008
Gone Baby Gone: el trauma de USA
Resulta que la novela favorita de Ben Affleck es Gone Baby Gone.
Resulta que el autor de esa novela es Dennis Lehane.
Resulta que Lehane, al igual que Affleck es oriundo de Boston. Ese sólo hecho crea un estrecho vínculo que evoluciona en complicidad (como sufrir tanto por los Medias Rojas).
Con la primera novela de Lehane que se llevó al cine se logró un excelente drama: Río místico (2003, Clint Eastwood). Desapareció una noche paga con creces las expectativas creadas: es un auspicioso debut directorial de Ben Affleck.
Affleck, quien ya ganó un Oscar como guionista (1997, Good Will Hunting), construye un guión ingenioso que nos atrapa en las múltiples posibilidades del drama. Ese es uno de los primeros atractivos de esta película.
Casey Affleck es el descubrimiento del filme. Demuestra que no obtuvo el papel por el hermano del director. Y, que conste en acta, está rodeado de actores de la talla de Morgan Freeman, Ed Harris y Amy Madigan especialistas en robarse un filme si se descuida el protagonista.
Otro elemento sobresaliente en Desapareció una noche es la dirección de fotografía a cargo de John Toll, un veterano que es el segundo en ganar el Premio de la Academia en dos años consecutivos: Leyendas de pasión (94) y Corazón valiente (95).
Destaco la fotografía porque para entender la zozobra que consume nuestros personajes hay que hablar de la atmósfera que los mantiene al borde del colapso nervioso. Esa atmósfera, también, se siente amenazante sobre toda la comunidad.
Resulta que el autor de esa novela es Dennis Lehane.
Resulta que Lehane, al igual que Affleck es oriundo de Boston. Ese sólo hecho crea un estrecho vínculo que evoluciona en complicidad (como sufrir tanto por los Medias Rojas).
Con la primera novela de Lehane que se llevó al cine se logró un excelente drama: Río místico (2003, Clint Eastwood). Desapareció una noche paga con creces las expectativas creadas: es un auspicioso debut directorial de Ben Affleck.
Affleck, quien ya ganó un Oscar como guionista (1997, Good Will Hunting), construye un guión ingenioso que nos atrapa en las múltiples posibilidades del drama. Ese es uno de los primeros atractivos de esta película.
Casey Affleck es el descubrimiento del filme. Demuestra que no obtuvo el papel por el hermano del director. Y, que conste en acta, está rodeado de actores de la talla de Morgan Freeman, Ed Harris y Amy Madigan especialistas en robarse un filme si se descuida el protagonista.
Otro elemento sobresaliente en Desapareció una noche es la dirección de fotografía a cargo de John Toll, un veterano que es el segundo en ganar el Premio de la Academia en dos años consecutivos: Leyendas de pasión (94) y Corazón valiente (95).
Destaco la fotografía porque para entender la zozobra que consume nuestros personajes hay que hablar de la atmósfera que los mantiene al borde del colapso nervioso. Esa atmósfera, también, se siente amenazante sobre toda la comunidad.
El rapto de menores que es el punto del que parte nuestra trama es, sin duda, caldo de cultivo para los más profundos traumas, personales y colectivos de USA.
Frente a la posibilidad muy presente de herir ciertas susceptibilidades, el guión se decanta por mostrarnos sólo lo que necesitamos saber, para colocar un clímax que nos quita el aliento.
Sin duda, Ben Affleck ha tenido muchos más aciertos que desatinos en su dirección de Desapareció una noche. Una excelente carta de presentación.
Frente a la posibilidad muy presente de herir ciertas susceptibilidades, el guión se decanta por mostrarnos sólo lo que necesitamos saber, para colocar un clímax que nos quita el aliento.
Sin duda, Ben Affleck ha tenido muchos más aciertos que desatinos en su dirección de Desapareció una noche. Una excelente carta de presentación.
jueves, marzo 06, 2008
Stanley Kubrick: esa oscura lucidez.
Stanley Kubrick es, sin duda, uno de los grandes directores en la historia del Cine. Kubrick contaba con talentos extraordinarios: fue un excelente fotógrafo y un complejo ajedrecista. Sus mejores partidas las jugó en nuestras mentes.
Siempre he pensado que Kubrick hizo un clásico en cada género que recreó (uso este verbo con toda la malicia del mundo), verbigracia, 2001: Odisea del espacio se tiene como una de las mejores películas de ciencia-ficción, La naranja mecánica como referente de cine futurista, Barry Lyndon como clásico de reconstrucción histórica, Nacido para matar como la mejor película sobre Vietnam, y un largo etcétera.
Por varias anécdotas se sabe de su obsesión por los detalles cinematográficos. Esa manía de que las cosas quedaran exactamente como las había pensado le vincula con otros genios del arte.
Steven Spielberg, uno de sus fanáticos más ilustres, señala que cada vez que repite cualquiera de las películas de Kubrick descubre algún nuevo elemento.
La verdad es que Kubrick puso mucho énfasis en darle el sentido a sus filmes a partir de lo puramente visual. Sus imágenes, habitualmente, quedan grabadas en nuestros pensamientos por varios días después que acaba el filme.
La cámara de Kubrick permite al espectador olvidarse de su distancia de simple testigo, es usada con el criterio de otro personaje más. En sus composiciones fotográficas hay siempre una carga de emociones simplemente impresionantes.
Kubrick podría fácilmente disputar el título del “Director que más polémica despierta”. A día de hoy, cualquiera de sus películas genera discusiones interminables y, en muchos casos, innecesarias. Desde el clásico ¿Qué me habrá querido decir? (a propósito de 2001: Odisea del espacio), pasando por los problemas de censura con La naranja mecánica (prohibida por varias décadas en Inglaterra) hasta Eyes Wide Shut, su obra póstuma, que dividió ferozmente la crítica especializada.
Quizá olvidamos que el único compromiso de Kubrick era con su oscura lucidez.
Quizá olvidamos que su única responsabilidad como artista fue siempre provocar preguntas, no proveer respuestas.
Quizá olvidamos que el gran valor de Kubrick fue sostener un incómodo espejo frente a una sociedad enferma que no se quiere reconocer intolerante, auto-destructiva y despersonalizadora.
Siempre he pensado que Kubrick hizo un clásico en cada género que recreó (uso este verbo con toda la malicia del mundo), verbigracia, 2001: Odisea del espacio se tiene como una de las mejores películas de ciencia-ficción, La naranja mecánica como referente de cine futurista, Barry Lyndon como clásico de reconstrucción histórica, Nacido para matar como la mejor película sobre Vietnam, y un largo etcétera.
Por varias anécdotas se sabe de su obsesión por los detalles cinematográficos. Esa manía de que las cosas quedaran exactamente como las había pensado le vincula con otros genios del arte.
Steven Spielberg, uno de sus fanáticos más ilustres, señala que cada vez que repite cualquiera de las películas de Kubrick descubre algún nuevo elemento.
La verdad es que Kubrick puso mucho énfasis en darle el sentido a sus filmes a partir de lo puramente visual. Sus imágenes, habitualmente, quedan grabadas en nuestros pensamientos por varios días después que acaba el filme.
La cámara de Kubrick permite al espectador olvidarse de su distancia de simple testigo, es usada con el criterio de otro personaje más. En sus composiciones fotográficas hay siempre una carga de emociones simplemente impresionantes.
Kubrick podría fácilmente disputar el título del “Director que más polémica despierta”. A día de hoy, cualquiera de sus películas genera discusiones interminables y, en muchos casos, innecesarias. Desde el clásico ¿Qué me habrá querido decir? (a propósito de 2001: Odisea del espacio), pasando por los problemas de censura con La naranja mecánica (prohibida por varias décadas en Inglaterra) hasta Eyes Wide Shut, su obra póstuma, que dividió ferozmente la crítica especializada.
Quizá olvidamos que el único compromiso de Kubrick era con su oscura lucidez.
Quizá olvidamos que su única responsabilidad como artista fue siempre provocar preguntas, no proveer respuestas.
Quizá olvidamos que el gran valor de Kubrick fue sostener un incómodo espejo frente a una sociedad enferma que no se quiere reconocer intolerante, auto-destructiva y despersonalizadora.
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