martes, febrero 21, 2023

“El triángulo de la tristeza”: la lucha de clases, según Ruben Ostlund.

A juzgar por los premios recibidos en Cannes, el sueco Ruben Ostlund es uno de los mejores cineastas contemporáneos. Con Fuerza mayor (2014) consiguió el Gran Premio del Jurado en “Una cierta mirada”, mientras que ha logrado sendas Palmas de Oro con The Square (2017, además de 6 Premios de Cine Europeo, incluyendo mejor película y el Goya a la mejor película europea) y El triángulo de la tristeza (2022, además de 4 Premios de Cine Europeo, incluyendo mejor película).

La lista de los realizadores que han ganado dos veces la Palma de Oro: el sueco Alf Sjoberg (1946 y 1951), el norteamericano Francis Coppola (1974 y 1979), el danés Billy August (1988 y 1992), el serbio Emir Kusturica (1985 y 1995), el japonés Shohei Imamura (1983 y 1997), los belgas Luc y Jean-Pierre Dardene (1999 y 2005), el austríaco Michael Haneke (2009 y 2012), el inglés Ken Loach (2006 y 2016) y, ahora, Oslund. No quiero poner a Ostlund al mismo nivel que los Maestros citados, pero algo tiene su cine que conquista a los Jurados.

Mucho humor. Se puede decir que satírico, porque el humor de Ostlund se basa en la observación de la conducta humana frente a ciertos estímulos, desde una perspectiva cercana a la sociología. El triángulo de la tristeza, por ejemplo, puede verse como una lección de lucha de clases que arranca carcajadas a los espectadores, ya sea por los excesos gráficos de Oslund, ya sea por la carga satírica de esas imágenes.

En el mundo de las pasarelas, el “triángulo de la tristeza” se refiere a la zona de la frente entre las cejas, que hace que nuestras caras se vean tristes o alegres según lo solicitan las agencias de publicidad. Carl, un modelo de ropa (la regla es: alegres para las marcas como HM, tristes y enigmáticos para Balenciaga) y Yaya (una influencer con la cabeza hueca que aspira a convertirse en esposa-trofeo de quien puede pagarle sus extravagancias).

Con semejantes personajes, Ostlund construye el primer acto de su tragicomedia en que parte de una verdad poco difundida: el modelaje es uno de los pocos oficios en el mundo en que las mujeres ganan el doble y más que sus colegas masculinos. Esa razón de pesos (o más bien, euros) es lo que provoca la negación en Carl de asumir su papel de proveedor “natural” al pagar una cena. Siente su masculinidad socavada por la autosuficiencia de Yaya, cuyo ego es infinitamente superior. Las discusiones entre ambos son de las mejores situaciones que hemos visto en el cine reciente.

En su condición de influencers, son invitados a un yate de lujo, junto a un grupo de millonarios, que es la premisa de El triángulo de la tristeza. Luego de una noche de tormenta, en la que Ostlund reduce a los comensales a puro vómito y excrementos (divertidísimo, para los mansos y humildes de espíritu), la aparición de unos piratas posmodernos concluye con el naufragio en una isla desierta, cuyos eventos conforman el tercer acto.

En medio de la tormenta, hemos sido testigos de una discusión maravillosa entre el capitán del yate, que resulta ser un norteamericano marxista (que no comunista) y un millonario ruso (sí, resultado de la industria de los excrementos), entre tragos de champaña, transmitida en vivo por los altoparlantes de la embarcación. Esa es la dialéctica de la comedia.

La praxis llega cuando los pocos sobrevivientes se encuentran en la playa y no poseen la formación para sobrevivir en medio de tantas precariedades. Ostlund hace un guiño bíblico (?) y siembra, en medio de la playa, un arca naranja (obvio, mucho más pequeña que la de Noé) que contiene agua Perrier y pretzels…y también a Abigail, la encargada de limpieza en el yate, que sabe que le ha llegado su turno para jugar a ser diosa.

Abigail (personaje extraordinario para la filipina Dolly de Leon, que le permite robarse el tercer acto) no cobrará diezmo, tendrá nuevas formas de cobrar impuestos. Por ejemplo, un Rólex te compra el derecho de pasar la noche en el arca, protegido del viento y los peligros que encierra la isla. No todos tienen un Rólex, pero todos tenemos con qué pagar.

Como mujer pobre, Abigail está mentalmente preparada para sobreponerse a las adversidades y sabe cómo hacerlo. Su capacidad para pescar, desescamar el pez y conocimiento para cocinarlo, le permite organizar la tribu a su antojo y semejanza. El hambre es también una herramienta de dominación y ella lo sabe. Ya lo sabía Buñuel, en la época de El ángel exterminador. Como es de esperarse, aparecerán los tránsfugas de siempre, los trepadores sociales y hasta seremos testigos de la naturaleza del oligarca que, cuando el mar le devuelve el cadáver de su amante, tiernamente la despoja de sus joyas.

Pero, ojo, en El triángulo de la tristeza nadie está a salvo de la crítica de Ostlund y no hay concesiones para nadie: ni para los personajes que pueden generar alguna empatía (los discapacitados para hablar, reducidos a una sola frase: “In den Wolken!”), ni para el público que puede exasperarse con algunas situaciones, ni para los que esperan un Happy End, esa tóxica tradición de Hollywood.

El triángulo de la tristeza (2022). Dirección y guion: Ruben Ostlund; Fotografía: Fredrik Wenzel; Edición: Mikel Cee Karlsson y Ruben Oslund; Música: Mikkel Maltha; Elenco: Charlbi Dean, Harris Dickinson, Zlatko Buric, Dolly de Leon, Woody Harrelson.

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