jueves, febrero 21, 2008

Premios de la Academia: sin lugar para los débiles, ni expiaciones, sólo petróleo sangriento

Todo aquel que ejerce públicamente el triste oficio de la crítica de cine, tiene para estas fechas un compromiso ineludible: la entrega del Premio de la Academia de Hollywood (así es como quieren que llamen al Oscar).

La primera actitud era despotricar contra esa premiación porque, en varias ocasiones, las que se consideraban las mejores producciones del año ni siquiera estaban nominadas. Con mucho veneno, quien suscribe siempre esgrimía amenazante la larga lista de nombres fundamentales del cine (por ejemplo, Charles Chaplin) que nunca ganaron el Oscar.Al cabo de los años (y mucha rabia consumida) he evolucionado a un estado de gracia: si es una fiesta del (negocio del) cine, gocemos la fiesta.


El Oscar es cada vez más predecible. Se hacen pronósticos de todo tipo. Se tejen conjeturas. También se hacen apuestas (sobre todo en Las Vegas).


Siempre que hablo de este premio puntualizo mucho su naturaleza: el Oscar es un premio gremial, es decir, lo entregan los artistas directamente vinculados al mundo del cine: actores, actrices, directores, técnicos y un largo etcétera. Por eso, hay que ver el Oscar como la culminación de un formidable proceso de mercadotecnia (incluidas costosas campañas de promoción y mucho cabildeo) y no necesariamente el reconocimiento a lo mejor del año.

Así, mis pronósticos siempre han girado en torno a lo que creo que va a ganar y no lo que quisiera que ganara.
Creo que ¡por fin! les llegó el turno a los hermanos Coen. Su filme Sin lugar para los débiles se perfila como el ganador y ellos como mejores directores. También compiten con el seudónimo de Roderick Jaynes en el apartado de mejor edición.
La candidatura más sólida de todas es la de Julie Christie como mejor actriz por Away from her. Simple: ella ha ganado (casi) todos los premios habidos y por haber. Cuando no, el premio se lo ha llevado mi favorita, Marion Cotillard por su formidable interpretación como Edith Piaf en La vida en rosa.
Daniel Day-Lewis también ha ganado (casi) todos los premios como mejor actor por la película Petróleo violento.
¡Este es el año de Javier Bardem! Que prepare su discurso como mejor actor de reparto por Sin lugar para los débiles.
Finalmente, esa joyita animada que se llama Ratatouille debe ganar en su categoría.

miércoles, febrero 13, 2008

Woody Allen: la virtud de los contrastes


"Dicen que La Biblia o El Padrino son las respuestas a las preguntas de la humanidad. Pero yo me quedo con Dostoievski, un profundo conocedor del alma humana"
-Woody Allen

A confesión de parte: amo la obra fílmica de Woody Allen por encima de todas las demás. Cuando me pregunto por qué, me la pongo fácil: adoro la virtuosidad de sus contrastes.
Universal pero íntimo: las películas de Woody Allen tratan temas universales, profundos, filosóficos pero tan íntimos que, a veces, nos parece que revisa nuestros diarios de vida. Allen mira a la gente común, nos mira y nos desnuda: somos almas atormentadas, arrastramos tantas obsesiones, nos acomplejan tantas culpas.
Newyorker pero global: las películas de Allen se desarrollan en el entorno geográfico de Manhattan. Cuando sale de locación natural (como en Annie Hall) es para estropear el perfil turístico del otro mundo (California). Match Point es la primera de su trilogía londinense que se completa con Scoop (2006) y El sueño de Casandra (2007). La capital británica le ha servido de oscura y lluviosa inspiración. El pasado año también rodó en Barcelona.
Clásico pero moderno: esta libre adaptación de Crimen y castigo de Dostoievski se convierte en el mejor homenaje a un grande de la literatura. Tomando los mejores elementos de la narración tradicional, actualiza el drama hasta nuestros días. Semejante tarea sólo la asume exitosamente quien, como Allen, se sabe de memoria las reglas del juego.
El amor y el sexo: la voluptuosa Scarlett Johansson y el felino Jonathan Rhys Meyers encarnan los atormentados personajes de la historia. Ellos se dejan arrastrar por sus bajos instintos y, eventualmente, se verán atrapados en una trampa kakfiana que les impedirá vivir libremente su atracción animal. Todo con fondo de ópera (Caruso cantando El elixir del amor de Donizetti, para ser exactos), como para sufrir junto a ellos.
La vida y la muerte: el cuestionamiento de nuestras existencias y del destino que nos asigna Dios es una de las constantes en el cine de Allen. La frenética búsqueda de La Verdad desata en sus personajes la más angustiosa cacería del sentido de las cosas.
El destino y la suerte: estos amantes cruzan la línea, violan los límites, quieren lograr lo que les está negado por decreto. Su ambición no conoce fronteras. Pero el destino de quien tiene vedada la buena estrella es un túnel sin ninguna luz en el fondo.
Por eso, sus personajes, tan diestros en el juego, pierden la partida contra la suerte, la partida de sus vidas y quien sale pírricamente victorioso, lo único que le espera es una vida muelle y decorosa pero infeliz, un modus vivendi que es una paradoja en sí mismo.
En Match Point, que nos llega con un par de años de retraso, Woody Allen demuestra otra vez que es uno de los maestros del cine contemporáneo.

lunes, febrero 04, 2008

Cine en los tiempos del cólera (2)

De entrada, voy a fijar mi posición: no existe una buena película de los muchos textos de García Márquez. Lo repito: el realismo mágico que fluye de su prosa no acepta (fácil) traducción.
Hace unos meses, prometí esperar el estreno en Santiago de El amor en los tiempos del cólera (2007), de Mike Newell, para referirme al tema.
La calidad de la prosa de Gabriel García Márquez es, sin discusión, una de las mejores que ha conocido el castellano. Véase: Premio Nobel de Literatura. La pasión de García Márquez por el cine es indudable. Véase: Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano. La suerte que han corrido sus textos en el mundo cinematográfico hace pensar en alguna especie de maldición gitana, en un amour fou de leyenda.
Creo que el primer gran error en esta adaptación cinematográfica ha sido tratar de condensar en una película de 2 horas y 18 minutos una historia con suficiente material para una serie de televisión. Sé que juzgo el trabajo de Ronald Hardwood, celebrado guionista de El pianista (2002, Roman Polanski) y La escafandra y la mariposa (2007, Julian Schnabel).
A Hardwood se le hizo imposible la enorme tarea de hacer comprensibles los elementos reales maravillosos que poseen (y dominan a) los personajes de la novela. En el Caribe todavía morimos por amor. (Algunas bestias matan por amor, pero eso, créanme, es material para otra crónica.) Sólo esa condición existencial sirve para liberar los personajes de Márquez de ataduras lógicas y es esencial para entender sus complejidades.
Por eso nadie cree, ni entiende ese fulminante amor a primera vista entre Florentino y Fermina. El amanece escribiendo su primera carta de amor. En el cine, el público ríe con la ocurrencia. Pero cuando Florentino se aparece 51 años, 9 meses y 4 días después de su promesa de amor a solicitar el corazón de su amada, a todo el auditorio le parece una ridiculez. Lo es: estos personajes están fuera de contexto, de la magia de la prosa de Márquez.
Lo que queda es la iconografía típicamente latinoamericana (guacamayos incluídos), un elenco internacional y dos canciones de Shakira. Si se siente tentado, buen provecho.