Anderson debutó en 1996 con Hard Eight, filme en que
dirigió a Philip Baker Hall, John C. Reilly, Philip Seymor Hoffman, Melora
Walters y Robert Ridgely. Estos
nombres se convirtieron en constantes en los créditos de sus siguientes
películas.
Con Boogie
Nights (1997), una de las películas más retadoras que ha hecho
Hollywood, Anderson sentó las bases de su identidad cinematográfica: la
nostalgia como elemento purificador de todo lo vivido, el manejo casi maniqueo
de la banda sonora para despertar recuerdos, el aprovechamiento de la geografía
particular de sus locaciones, el compromiso de los actores con sus personajes,
más allá de lo que recomiendan sus propios agentes.
Con Magnolia
(1999) demostró que los elogios conseguidos con su anterior película estaban
plenamente justificados y que había que inscribirlo como parte de lo nuevo y
mejor de Hollywood. El filme se estrenó en Berlín, donde consiguió el Oso de
Oro, a lo que siguió un alud de premios que concluyó con el Globo de Oro a Tom
Cruise como mejor actor de reparto. Punch-Drunk Love (2002) fue
estrenada en Cannes y allí consiguió la Palma de Plata al mejor director.
Petróleo sangriento (2007) se estrenó en Berlín, donde
consiguió el Oso de Plata al mejor director y a la mejor música (para Jonny
Greenwood, extraordinario guitarrista, quien es otro de sus habituales
colaboradores). El filme consiguió más de 100 premios, incluyendo el segundo
Oscar como mejor actor para Daniel Day-Lewis (el tercero le llegaría por
Lincoln).
The Master (2012), fue estrenada en Venecia,
donde ganó el Premio Fipresci, mientras Puro vicio (2014) fue estrenada en
New York y figuró en numerosas listas de lo mejor de ese año.
Su anterior
filme, El hilo fantasma (2017), solo necesita ser recordada como la
“Película del Año”, según la Federación Internacional de Prensa Cinematográfica
(Fipresci), el tercero para Anderson.
Volvamos a
su identidad: Anderson usa la pantalla como un canvas y como su cámara es
nuestro ojo, la usa con claras intenciones dramáticas. Al inicio de Licorice
Pizza nuestros protagonistas: Gary (de 15 años) y Alana (de 25 años)
prácticamente colisionan, ayudados por un magnífico travelling de la cámara,
camino a que el primero se haga su foto para el anuario escolar. Un primer
encuentro tan tierno como un combate de boxeo, en que un presumido adolescente
intenta conseguir cita con una desmotivada chica judía. La cámara se mueve,
pero de forma casi imperceptible y sin ninguna vibración. Colisionan con sus
palabras casi insultantes que, como es sabido, conducirán a la teoría de la
atracción de los opuestos.
Minutos más
tarde, Alana intentará la presentación de un pretendiente a su familia (de
hecho, la familia real de la actriz), evento que se verá frustrado al momento
de bendecir los alimentos y se convierte en uno de esos episodios para la
colección familiar de vergüenzas insuperables. En este momento, esa cámara se
torna caótica, como el ánimo de esta chica que sabe ha hecho una mala elección.
Licorice Pizza provoca una cierta extrañeza en el
espectador acostumbrado a la narrativa convencional de: presentación, nudo y
desenlace. En realidad, se trata de dos versiones de una misma historia de amor
prohibido y atracción fatal con el barniz de la década 70 y la trampa de la
nostalgia: todo tiempo pasado fue mejor. Desde esta perspectiva, Anderson nos
invita a observar de cerca a esa juventud emprendedora que intentó cambiar el
mundo a su manera: sacando provecho comercial a todo cuanto se pusiera de moda:
desde los grupos infantiles hasta los colchones de agua que se venden por
teléfono, mientras The Doors consigue éxitos radiales.
En Licorice
Pizza son importantes los matices. Gary sabe que sus oportunidades con
Alana se reducen a cero y eso no lo amilana, porque sabe también que la
necesita a su lado, lo más cerca que sea posible para sacar adelante sus
proyectos, para cristalizar sus ideas, para perfeccionar sus más íntimas
fantasías. En cualquier etapa, siempre se impone un velo adolescente, alejado
por completo de las tragedias shakespearianas, que sirve de mantra cuando la
vida nos quiere dar una lección. La adolescencia es una época de dulces
radicalismos: todo es todo y nada es nada.
Anderson
navega ese mundo, su mundo (se sienten los toques autobiográficos), con pulso
de Maestro, sin sobresaltos innecesarios, ni meditaciones anodinas, con la
seguridad de quien no tiene nada que ocultar. Para que sea posible esa serenidad
en la historia, hay que destacar la notable contribución que hacen los actores
Alana Haim (cantante del grupo Haim, en su debut como actriz) y Cooper Hoffman
(hijo de Philip Seymour Hoffman, en su debut como actor). Vamos a decirlo
claramente: Anderson es un gran director de actores.
Lo mejor: Licorice
Pizza confirma a Paul Thomas Anderson como uno de los mejores
directores de Hollywood y uno que tiene mucho que contar.
Licorice
Pizza (2021). Dirección y guion: Paul Thomas Anderson; Fotografía: Paul Thomas
Anderson y Michael Bauman; Edición: Andy Jurgensen; Música: Jonny Greenwood;
Elenco: Alana Haim, Cooper Hoffman, John C. Reilly, Bradley Cooper, Sean Penn.
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