Páginas

lunes, agosto 01, 2022

“Licorice Pizza”, otra joya de Paul Thomas Anderson.

Paul Thomas Anderson usa la pantalla como un canvas para dibujar personajes en situaciones. A primera vista, nos parecen imágenes muy definidas. Pero, como en las buenas pinturas, a medida que ponemos atención a los detalles, nos damos cuenta de la complejidad del entramado sicológico sobre el que han sido construidos. Esta afirmación aplica perfectamente para su más reciente, Licorice Pizza, dicho sea de entrada, una de las mejores películas de 2021.

Anderson debutó en 1996 con Hard Eight, filme en que dirigió a Philip Baker Hall, John C. Reilly, Philip Seymor Hoffman, Melora Walters y Robert Ridgely. Estos nombres se convirtieron en constantes en los créditos de sus siguientes películas.

Con Boogie Nights (1997), una de las películas más retadoras que ha hecho Hollywood, Anderson sentó las bases de su identidad cinematográfica: la nostalgia como elemento purificador de todo lo vivido, el manejo casi maniqueo de la banda sonora para despertar recuerdos, el aprovechamiento de la geografía particular de sus locaciones, el compromiso de los actores con sus personajes, más allá de lo que recomiendan sus propios agentes.

Con Magnolia (1999) demostró que los elogios conseguidos con su anterior película estaban plenamente justificados y que había que inscribirlo como parte de lo nuevo y mejor de Hollywood. El filme se estrenó en Berlín, donde consiguió el Oso de Oro, a lo que siguió un alud de premios que concluyó con el Globo de Oro a Tom Cruise como mejor actor de reparto. Punch-Drunk Love (2002) fue estrenada en Cannes y allí consiguió la Palma de Plata al mejor director.

Petróleo sangriento (2007) se estrenó en Berlín, donde consiguió el Oso de Plata al mejor director y a la mejor música (para Jonny Greenwood, extraordinario guitarrista, quien es otro de sus habituales colaboradores). El filme consiguió más de 100 premios, incluyendo el segundo Oscar como mejor actor para Daniel Day-Lewis (el tercero le llegaría por Lincoln).

The Master (2012), fue estrenada en Venecia, donde ganó el Premio Fipresci, mientras Puro vicio (2014) fue estrenada en New York y figuró en numerosas listas de lo mejor de ese año.

Su anterior filme, El hilo fantasma (2017), solo necesita ser recordada como la “Película del Año”, según la Federación Internacional de Prensa Cinematográfica (Fipresci), el tercero para Anderson.

Volvamos a su identidad: Anderson usa la pantalla como un canvas y como su cámara es nuestro ojo, la usa con claras intenciones dramáticas. Al inicio de Licorice Pizza nuestros protagonistas: Gary (de 15 años) y Alana (de 25 años) prácticamente colisionan, ayudados por un magnífico travelling de la cámara, camino a que el primero se haga su foto para el anuario escolar. Un primer encuentro tan tierno como un combate de boxeo, en que un presumido adolescente intenta conseguir cita con una desmotivada chica judía. La cámara se mueve, pero de forma casi imperceptible y sin ninguna vibración. Colisionan con sus palabras casi insultantes que, como es sabido, conducirán a la teoría de la atracción de los opuestos.

Minutos más tarde, Alana intentará la presentación de un pretendiente a su familia (de hecho, la familia real de la actriz), evento que se verá frustrado al momento de bendecir los alimentos y se convierte en uno de esos episodios para la colección familiar de vergüenzas insuperables. En este momento, esa cámara se torna caótica, como el ánimo de esta chica que sabe ha hecho una mala elección.

Licorice Pizza provoca una cierta extrañeza en el espectador acostumbrado a la narrativa convencional de: presentación, nudo y desenlace. En realidad, se trata de dos versiones de una misma historia de amor prohibido y atracción fatal con el barniz de la década 70 y la trampa de la nostalgia: todo tiempo pasado fue mejor. Desde esta perspectiva, Anderson nos invita a observar de cerca a esa juventud emprendedora que intentó cambiar el mundo a su manera: sacando provecho comercial a todo cuanto se pusiera de moda: desde los grupos infantiles hasta los colchones de agua que se venden por teléfono, mientras The Doors consigue éxitos radiales.

En Licorice Pizza son importantes los matices. Gary sabe que sus oportunidades con Alana se reducen a cero y eso no lo amilana, porque sabe también que la necesita a su lado, lo más cerca que sea posible para sacar adelante sus proyectos, para cristalizar sus ideas, para perfeccionar sus más íntimas fantasías. En cualquier etapa, siempre se impone un velo adolescente, alejado por completo de las tragedias shakespearianas, que sirve de mantra cuando la vida nos quiere dar una lección. La adolescencia es una época de dulces radicalismos: todo es todo y nada es nada.

Anderson navega ese mundo, su mundo (se sienten los toques autobiográficos), con pulso de Maestro, sin sobresaltos innecesarios, ni meditaciones anodinas, con la seguridad de quien no tiene nada que ocultar. Para que sea posible esa serenidad en la historia, hay que destacar la notable contribución que hacen los actores Alana Haim (cantante del grupo Haim, en su debut como actriz) y Cooper Hoffman (hijo de Philip Seymour Hoffman, en su debut como actor). Vamos a decirlo claramente: Anderson es un gran director de actores.

Lo mejor: Licorice Pizza confirma a Paul Thomas Anderson como uno de los mejores directores de Hollywood y uno que tiene mucho que contar.

 

Licorice Pizza (2021). Dirección y guion: Paul Thomas Anderson; Fotografía: Paul Thomas Anderson y Michael Bauman; Edición: Andy Jurgensen; Música: Jonny Greenwood; Elenco: Alana Haim, Cooper Hoffman, John C. Reilly, Bradley Cooper, Sean Penn.  

No hay comentarios.:

Publicar un comentario