Nadie, absolutamente nadie en el cine contemporáneo hace un cine más humanista que el maestro finlandés Aki Kaurismäki, el creador de los personajes más mustios de las últimas décadas.
Hojas de otoño, desde su título, nos confronta con
dos personajes crepusculares, con una tristeza que le habita los huesos,
abatidos por una realidad tan desesperanzadora, donde todo y nada pasa y muy
pocas cosas tienen sentido. En la radio, un locutor de noticias siempre actualiza
sobre la invasión rusa a Ucrania, la soberbia de la estupidez en su máxima
expresión.
Ansa,
trabajadora en un supermercado, y Holappa, un obrero que se ahoga en alcohol,
se conocen en un karaoke y, a pesar de los pesares, se apuestan a sí mismos para
construir una relación y vencer la soledad que les corroe el alma. El primer
aprendizaje es que la soledad entre dos no se reparte a menos.
Helsinki,
retratada por Kaurismäki, es una ciudad fría y triste en la que, para que
tengan una idea, Gardel canta todo el día desde una vellonera tangos como Arrabal
amargo. Unos personajes que tienen como alternativa de salida de sábado
por la noche un lastimoso karaoke, lugar de cita de solteros para conocer su
próxima ex, o una sala de cine donde se proyecta The Dead don’t Die (2019,
Jim Jarmush), una película de zombies que acerca dos corazones.
Kaurismäki
es un maestro que logra hacer buen cine con lo básico, un cine que reivindica
el axioma de que “menos es más”. Sus personajes no solo se expresan con las muy
pocas palabras que precisan, sino que no hacen alarde de histrionismos
innecesarios, se conducen con una mesura que espanta. Ahí radica la clave de su
encanto y por eso crean conexión inmediata con el espectador y siembran simpatías.
Kaurismäki,
al igual que Godard o Bresson, coloca su cámara justo donde debe estar para
retratar el alma de sus personajes con la misma economía de recursos que los
maestros mencionados. Una cámara inmóvil que nos convierte en testigos íntimos de lo que pasa en la vida de
nuestros solitarios personajes. En varias escenas de Hojas de otoño,
inventariamos las vidas de Ansa y Holappa, a solas con ellos. Eso nos devuelve
a nuestro original rol de perfectos voyeurs
que conocen todo de la vida de los demás, sin arriesgar nada a cambio, protegidos
por la oscuridad de la sala de cine.
Con la mano
de maestro que le caracteriza en filmes como El hombre sin pasado
(2002) o El otro lado de la esperanza (2017), Kaurismäki nos conduce sin
prisa por los tortuosos caminos de las negociaciones del amor: ella no lo
aceptará si no deja el alcohol, él no acepta órdenes de nadie. Mientras, el
resto del mundo permanece indiferente ante su insignificante drama. La vuelta
de tuerca es reconocernos en nuestras posibilidades de encontrarnos con una
persona que nos impulsa a ser mejores. Y ayudar un poco a Cupido, desmoralizado
ante tanto egocentrismo.
Pero que
nadie se llame a engaño: detrás de las canciones que convocan tristezas de
amores, Kaurismäki siempre encuentra espacio para un rayito de alegría. A ese
respecto, el maestro ha señalado “La vida es intolerable sin humor. Es
intolerable con humor, también”. Lo interesante es que recrea la poesía de lo
cotidiano, de la gente más común y corriente, porque al final del día, todos
habitamos este planeta y es el único conocido que permite las condiciones para
que, por el momento, podamos respirar. Esa poesía de lo cotidiano se nos revela
como la esencia del cine un auténtico maestro del arte de contar historias sin
explosiones, ni sobresaltos, que de eso se encarga el destino.
Hojas de otoño es un filme lleno de esperanza,
inteligente, llamado a convertirse en un filme de culto para las próximas
generaciones de buenos cinéfilos. El Gran Premio del Jurado en Cannes y el Premio
Fipresci en San Sebastián son la garantía de que es uno de los mejores estrenos
del 2023. Punto.
Hojas de
otoño (2023). Dirección y guion: Aki Kaurismäki; Fotografía: Timo Salminen;
Edición: Samu Heikkilä; Elenco: Alma Pöysti, Jussi Vatanen.
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