En su maravillosa novela La insoportable levedad del ser, el maestro Milan Kundera atribuye la terrible condición del título a uno de sus personajes y se permite ilustrarnos sobre el particular: “A su juicio (de Parménides) todo el mundo estaba dividido en principios contradictorios: luz-oscuridad; sutil-tosco; calor-frío; ser-no ser. Uno de los polos de la contradicción era, según él, positivo (la luz, el calor, lo fino, el ser), el otro negativo.” El planteamiento puede lucir muy simple, con una excepción: ¿qué es lo positivo, el peso o la levedad? Kundera mete a Nietzsche en la discusión, quien llamó a la idea del eterno retorno “das schwerste Gewicht” (la carga más pesada).
Julie,
encarnado por una maravillosa Renate Reinsve (Premio en Cannes), es el
personaje afectado por la levedad del ser en La peor persona del mundo,
de Joachim Trier. Tiene 30 años y algo falta en su vida. Primero quiso
comprender los misterios del cuerpo y estudió medicina. Luego, los de la mente
y estudió sicología. Luego quiso encontrar respuestas en las cosas del mundo y
se dedicó a la fotografía. No tiene el menor instinto maternal y resiste como
puede los embates del entorno que buscan perpetuarlo todo: hacer una carrera,
casarse y tener hijos.
Frente a
esa pesada carga, Julie disfruta de su maravillosa levedad sonriendo por encima
de todos y sus expectativas no consultadas, ni convenidas. A sus 30 años, la
levedad le comienza a parecer insoportable.
Con este
filme el noruego Trier (no relacionado con el enfant terrible danés Lars) cierra su “Trilogía de Oslo”, iniciada
en 2006 con Reprise y continuada con Oslo, 31 de agosto (2011). Es
importante señalarlo desde un principio: en La peor persona del mundo
se aplica a la perfección el Space System
o una ciudad como otro personaje del filme. Pocas ciudades tan simétricas como
Oslo.
Julie es
víctima de la educación que hemos recibido, que nos hace creer en la dualidad
cerebro (razón) y corazón (pasión). Esto origina un conflicto interior que
pocas veces tiene soluciones perfectas porque nada más terrible que el deber
ser, la carga más pesada de nuestra cultura. En realidad, el cerebro es el
centro de todo y el corazón es un órgano pulsátil que obedece comandos. La
auténtica simetría, pues, reside en el cerebro, pero asumo que su foto de
perfil no luce apropiada para decorar las vitrinas de las tiendas en San
Valentín.
Somos
adictos al “me quiere, no me quiere”, auténtico sortilegio de cuentos de hadas,
que nos llena el alma de incertidumbres sin respuesta. La peor persona del mundo,
como propuesta dramática, tiene como obvias referencias a Annie Hall (1977, Woody Allen) y algunos clásicos de Ingmar Bergman como influencias y no puede menos
que maravillarnos con su estética. Una perspectiva que nos sirve para apreciar,
no solo los personajes, sino también su entorno.
Un
principio generalmente aceptado es que la apuesta del amor, como el arte, debe
tener algo de riesgo para que sea más placentero el sabor de la victoria. Todos
aspiramos a exhibir nuestras conquistas con sonrisas para Instagram. La pura
verdad es que se necesita mucha entereza para cosechar el buen amor.
Julie se
levanta en las mañanas y su hombre le cuela café y la escucha, la abraza y
hablan hasta el cansancio, hasta hacerla sentir querida. Pero todos aspiramos a
un amor que nos permita detener el tiempo, mientras atravesamos Oslo en un
maratón cuya medalla es un beso y amanecer juntos en un parque, como ya lo
hicieron Celine y Jesse en Before Sunrise (1995, Richard
Linklater).
Ese
debatirse entre realidad y posibilidades, sumado a la insoportable levedad de
su ser, la hace sentir como espectadora de su propia vida y, en los malos días,
como personaje secundario en su propio drama. A veces, sin ninguna posibilidad
de convencer a los guionistas de que introduzcan cambios en el libreto, porque
nunca nos conforta la dura verdad.
Técnicamente,
Joachim Trier pone todo su esfuerzo (y el de sus colaboradores) en brindarnos
un filme sobriamente brillante, contado con una maestría en la puesta en escena
que lo coloca al nivel de los mejores del cine contemporáneo. Como muestra
evidente de la afirmación, sus actores se entregan a los juegos de las emociones
con parsimonia de flamencos y nada nos parece excesivo.
Permítanme
citar de nuevo a Kundera: “El hombre atraviesa el presente con los ojos
vendados. Solo puede intuir o adivinar lo que en verdad está viviendo. Y después,
cuando le quitan la venda de los ojos, puede mirar al pasado y comprobar qué es
lo que ha vivido y cuál era su sentido”, axioma válido para los treinta, los
cuarenta, los cincuenta, los sesenta. Nadie aprende de las cosas esenciales
hasta que colecciona suficientes atardeceres.
La peor
persona del mundo (2021). Dirección: Joachim Trier; Guion: Joachim Trier y Eskil
Vogt; Fotografía: Kasper Tuxen; Edición: Olivier Bugge Coutté; Música: Ola Flottum;
Elenco: Renate Reinsve, Anders Danielsen Lie, Herbert Nordrum.
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