lunes, abril 05, 2010

Ingmar Bergman: la verdad del espejo


(Vacaciones de Pascua implica sumergirme en la filmografía del algún grande del cine. En esta ocasión, me decidí por el sueco Ingmar Bergman, el Padre de la Psicología Cinematográfica. Mea culpa: debí acudir antes a esta cita: mi más admirado realizador, Woody Allen, es su confeso discípulo.
Debo agradecer al crítico Félix Manuel Lora quien, fiel a su promesa, me condujo a la tierra prometida y me puso al alcance de la colección del Maestro Bergman.)



Ingmar Bergman fue un ángel sobre el estanque de Narciso. En ese estanque nos buscamos, nos reconocemos con nuestras virtudes y defectos y quizás nos encontramos con la promesa de la eterna redención. La trampa es que muchos son los llamados y muy pocos quienes resisten la insoportable prueba de vernos frente al espejo.

Cuando el cine era Cine, Bergman fue uno de los mejores directores de actores en toda su historia, creó su propio club (Ingrid Thulin, Bibi Andersson, Max Von Sydow y Liv Ullmann, con quien procreó una hija) y, al decir de Truffaut, eran los mismos, pero completamente diferentes de un filme a otro. Curiosa: a sus actores les llamaba colaboradores y les permitía improvisar libremente sobre sus líneas.

Atención cineastas en desarrollo: la de Bergman es una fórmula infalible: economía de recursos, mínimo de personajes, máximo dramatismo. Y las mujeres, la psicología y la religión como constantes en una obra que aborda el alma humana como escenario.

No abundaré con lo del Caballero que juega ajedrez con la Muerte en El séptimo sello (1957). Una absoluta Obra Maestra.

Cuando el cine era Cine, Bergman habló de los temas esenciales: la vida y la muerte, y todo lo contenido entre ellas. De emociones como el deseo y la repulsión entre dos hermanas en El silencio (1963). Esta soledad compartida, pecadora por partida doble (lésbica e incestuosa) se ambienta en un país desconocido, oscuro, en guerra. Y proponía un axioma que todavía mantiene su vigencia: el sexo no es la solución al vacío de nuestras almas.

Llámele suerte o destino, Bergman trabajó con dos de los mejores DP de la historia del cine: Gunnar Fischer y Sven Nykvist. La dirección de fotografía de esos señores contribuía mucho a la digestión de los lacerantes dramas anteriormente citados.

Cuando el cine era Cine, hizo Persona (1966): una célebre actriz asume la opción del silencio frente a un mundo intolerante, cruel, mediocre. Somos prisioneros del sueño imposible de ser, del abismo entre los que somos para los demás y para nosotros mismos y lo peor: siendo los actores de nuestro propio drama, siempre estamos expuestos al juicio de los demás.

Cuando el cine era Cine, dirigió Gritos y susurros (72) en la que enfatizó sus particulares obsesiones con la muerte, la incomunicación, sobre lo castradora que resulta una sociedad construida sobre la base de la estupidez, de la sinrazón, de la conveniencia.

Cuando el cine era Cine, Bergman diseccionó esa trágica institución social que llamamos matrimonio en Escenas de la vida conyugal (1973) en la que se permitió etiquetarnos como analfabetos sentimentales, egoístas sin futuro en este confuso valle de lágrimas. Cuando nos recuperamos del boche, no podemos olvidar la histórica actuación de Liv Ullmann en este soberbio drama que hurga los vergonzosos secretos de una pareja aparentemente feliz.

Bergman hizo Cine, con mayúsculas. Existencialista. Cuestionador. Inquietante.

Lo repito para que quede claro: Cine con mayúsculas.

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