martes, octubre 08, 2024

García Márquez y el Cine: crónica de un amour fou.

Todos estamos a la expectativa de Cien años de soledad, la serie de 16 capítulos basada por supuesto en la novela de Gabriel García Márquez, que Netflix estrenará el 11 de diciembre.

Para nadie es un secreto que lo de García Márquez con el cine es un amour fou: una maldición celestial que ha imposibilitado que cualquiera de sus textos haya sido dignamente llevado a la pantalla grande.

García Márquez fue durante toda su vida un enamorado del cine. Y no sólo un espectador fascinado y pasivo, sino que un activo participante del negocio, como escritor e impulsor. 

En sus inicios, quiso escribir guiones y por ello, mientras era corresponsal en Roma del diario colombiano El Espectador, se inscribió en el famoso Centro Experimental de Cinematografía, lugar de donde salió decepcionado a los pocos meses porque dicha escuela no le daba importancia a lo más crucial del séptimo arte: la narración.

Su primer trabajo como tal en la industria del cine lo tuvo al radicarse en México en 1961. Empeñado en ser guionista, trabajó en publicidad y tuvo su oportunidad cuando el productor de Luis Buñuel, Manuel Barbachano, le ofreció escribir el filme El gallo de oro, adaptado de un cuento de Juan Rulfo. Pese a que la cinta fue un fracaso, García Márquez salió bien parado de su trabajo como guionista. 

Al poco tiempo, vendió los derechos para adaptar su cuento En este pueblo no hay ladrones, donde se produjo la feliz coincidencia de que en pequeñas apariciones estuvieron Luis Buñuel, Juan Rulfo y Carlos Monsiváis, aparte de él mismo. Como cameo, no fue su única aparición, estuvo en Juego peligroso, de Luis Alcoriza y Arturo Ripstein; Patsy mi amor, de Manuel Michel, y El año de la peste, de Felipe Cazals.

En estos primeros años, el mejor acercamiento del escritor al cine fue Tiempo de morir (1966), la ópera prima de Ripstein, y que, en género de western, tuvo a García Márquez como guionista.

En el mundo cinematográfico, las novelas sólo admiten dos categorías: las filmables y las imposibles, clasificación tan relativa que tiene más excepciones de las que pueden preverse y que siempre varía acorde con quien la hace.
¿Cuál es el secreto para llevar a la pantalla una novela con un mínimo de dignidad? No existe una fórmula precisa, pero muchos dan gran importancia a la capacidad del guionista de traducir las imágenes literarias a imágenes cinematográficas, que no son la misma cosa y necesitan distintos códigos y, por ende, distintas semiologías.
La fiesta del chivo, por ejemplo, se consideró una novela filmable y Luis Llosa hizo una película empantanada (en diálogos). La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera, desde su lanzamiento se consideró imposible y, sin embargo, Phillip Kaufman salió exitoso de la prueba.
Pero no existe una buena película de los muchos textos de García Márquez. ¿Por qué? El realismo mágico que fluye de su prosa no acepta (fáciles) traducciones a imágenes.

En todos los casos, los guionistas y directores han olvidado una regla de oro: cuando se trabaja con una novela hay que dejar fuera de libreto todo lo que no sea cinematográfico y sólo incluir aquello que tiene algún sentido, que tenga alguna significación en la pantalla, que no vaya en contradicción con lo específico cinematográfico.
Por supuesto, esta libertad de adaptación está supeditada a lo que es esencial en la novela y bajo ningún concepto es aceptable ni recortar pasajes fundamentales, de gran significación dramática, ni viciar cualidades físicas o mentales de los personajes en procura de hacer su adaptación fílmica más verosímil.
Vuelvo a García Márquez. Nadie duda de la excelencia de la prosa del Premio Nobel de Literatura. Pero, para decirlo con sus palabras, el lector suda hielo con sus escritos y ningún director de cine ha conseguido siquiera que entremos en calor con sus aventuras en el mundo garciamarquiano.
Pongamos por ejemplo la serie de los Amores difíciles (1988): Cartas del parque (Tomás Gutiérrez-Alea, mi querido Titón), Un señor muy viejo con unas alas enormes (Fernando Birri), Fábula de la bella palomera (Ruy Guerra), Milagro en Roma (Lisandro Duque), El verano de la señora Forbes (Jaime Humberto Hermosillo) y Yo soy el que tú buscas (Jaime Chávarri). Ninguna se salva de la hoguera.
Debo admitir mis simpatías por algunos logros en Eréndira (1983) que dirigió Ruy Guerra. Pero todavía recuerdo el amargo sabor que me dejó Crónica de una muerte anunciada (1987), de Francesco Rosi.
El mexicano Arturo Ripstein llevó a la pantalla grande El coronel no tiene quien le escriba (1999). Mejor me reservo el comentario.
Más recientemente, han sido adaptadas El amor en los tiempos del cólera (2008), de Mike Newell, y Memoria de mis putas tristes (2011), de Henning Carlsen. Muchos lectores decepcionados han pedido sus cabezas.
Vamos a los maestros: John Howard Lawson en su Teoría y Técnica de la Dramaturgia establece varias diferencias entre la técnica del novelista y del guionista que siempre hay que tener en cuenta:
1) El filme debe mostrar una acción visible. La novela es más discursiva: puede detenerse, describir, reflexionar. Puede describir un paisaje inmóvil, un personaje que no ejecuta ninguna acción. Esta es la diferencia básica entre la narración escrita y la visual.
2) El conflicto cinematográfico no puede concretarse en divagaciones genéricas que expresen la posición del autor hacia la vida y la sociedad.
3) El filme debe personalizar el conflicto. Los hechos que se producen en pantalla deben individualizarse con personas que observan la acción o participan en ella; y
4) El conflicto cinematográfico provoca una tensión visual que no es necesaria en la novela. También el novelista expresa un conflicto, pero se limita a estudiar las consecuencias, a esclarecer el significado desde el punto de vista individual y social.

 

Volvemos a Netflix y su esperado estreno. El tráiler promocional hace hincapié en los escenarios construidos de Macondo. Los directores Laura Mora y Alex García López son talentosos. El diseño de producción es de Eugenio Caballero, ganador del Oscar por El laberinto del fauno. Lo que me preocupa es el guion y cómo exploraron el hermoso caos de ese libro extraordinario que es Cien años de soledad.

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