Augusto Pinochet es un vampiro de 250 años que ha engañado a todo Chile fingiendo su propia muerte y vive retirado en una estancia muy al sur. Se siente orgulloso de haber asesinado algunos rojos en el nombre de la Patria, pero no soporta que le acusen de ladrón. En un rapto de conciencia, decide morirse de verdad y convoca a su familia para tales fines.
Esta es la
traviesa premisa de Pablo Larraín en El Conde, una deliciosa sátira que
le permite diseccionar, como si de una autopsia se tratara, e inventariar, como
si de un juicio de fondo se tratara, las atrocidades y excesos de la dictadura
de Pinochet, ahora que se cumplen 50 años del golpe militar contra Salvador
Allende.
El tema Pinochet
no es ajeno para Larraín: recordemos que le dedicó toda una trilogía a esa
dictadura: Tony Manero (2008), Post Mortem (2008) y NO
(2012), primer filme chileno nominado al Oscar. Lo que resulta novedoso es el
enfoque: desde la sátira, tan efectiva como el drama en términos de denuncia
social y que permite una libertad argumental que no conoce límites. Desde Aristófanes, la sátira ha servido y sirve para
exponer las barbaridades que los hombres del poder han cometido a lo largo de
la Historia, esa que se escribe con mayúsculas.
A ese
respecto, el propio Larraín nos comenta: “La
sátira es la mejor manera de enfrentarse a él. La sátira es un mecanismo para
aproximarse a personajes de esta naturaleza, porque permite verlos y
observarlos, pero al mismo tiempo tener la distancia correcta con ellos. Además,
la sátira permite circular en el tiempo de una manera fascinante y hacerlo de
forma divertida.”
Sigo con Larraín: “La impunidad provoca inmortalidad en el imaginario”. Un
dictador que permanece en nuestras vidas por tanto tiempo es un vampiro. En
Dominicana tenemos los propios. El dictador/vampiro es una ominosa presencia
que invocamos de generación en generación, sin que los nuevos políticos tengan siquiera
interés en exorcizar la sociedad de semejante demonio. Esa permanencia le conviene
a sus intereses de ser eternos también. Esa permanencia les da luz verde en sus
desmedidas ambiciones materiales.
Pinochet,
como cualquier buen vampiro, alimentó el miedo a su figura con sangre del
pueblo. Pinochet, como cualquier buen depredador, alimentó su ego con el
corazón de lo mejor de la juventud de su época de oscuridad. También se vale
consumirlos triturados en espesa batida. Otros, fueron lanzados al mar, atados
a una barra de acero.
Esa
titánica labor de instaurar el orden donde los socialistas han sembrado el caos,
no tiene precio. Sin embargo, el erario siempre soporta transferencias
bancarias millonarias a otros países. Algunas dejan huellas, para satisfacción
de los sabuesos de la justicia nueva, otras simplemente duermen protegidas en
Suiza y se convierten en el botín familiar para vivir como príncipes. Un
vampiro, en este caso económico, va a chupar todo el flujo de efectivo y oro
que le permiten sus privilegios imperiales y va a garantizar sus reservas de
rey, por toda la eternidad.
Parecería
una maldición bíblica. Y lo es. Ningún vampiro llega a controlar el reino sin
la complicidad de los demás chupadores de sangre, a veces disfrazados de mansos
corderos para engañar incautos y cobrar el diezmo, que controlan el despertar
de las almas.
Otros
vampiros explotan los sectores que aportan la mayor riqueza y, de alguna
manera, contribuyen con su pinta de sangre (y algunas vírgenes) para hacer del
vampiro un ser cada vez más poderoso, más indestructible, más intocable.
En términos
de su realización, El Conde nos muestra a un Larraín con absoluto dominio de su
oficio de narrador, un director capaz de mantener un ritmo trepidante en su
cuento gótico con matices surrealistas. A eso contribuye mucho la fotografía de
Edward Lachman (Dp de la trilogía Paraíso, de Ulrich Seidl) y la
dirección de arte de Tatiana Maulen. En la parte actoral, Jaime Vadell y
Alfredo Castro nos regalan un tour de
force absolutamente maravilloso.
El Conde nos seduce como exquisita sátira y
brillante ejercicio de creatividad cinematográfica. De los mejores estrenos del
año.
El Conde
(2023). Dirección: Pablo Larraín; Guion: Guillermo Calderón y Pablo Larraín;
Fotografía: Edward Lachman; Edición: Sofía Subercaseaux; Elenco: Jaime Vadell,
Alfredo Castro, Paula Luchsinger, Gloria Münchmeyer.
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