El 16 de agosto de 1969, Carlos Santana debutó en el Festival Woodstock y sacudió de tal manera a los asistentes con su mezcla de rock, blues y música africana, que todos lo sintieron como una experiencia religiosa. Y lo fue.
El sonido
de la guitarra de Santana es capaz de elevarnos hasta alturas impensadas y
calmarnos los demonios en nuestro interior. Era indudable: ese sonido nos unía
en un solo ser de luz y paz, y también nos hacía alcanzar el éxtasis del
frenesí de los cuerpos sudorosos: lo espiritual y lo pasional en una sola nota.
Carlos, de Rudy Valdez, es un formidable
documental que repasa la vida de un guitarrista que puede ufanarse de unir
varias generaciones con su música. La clave radica en que el propio Carlos
Santana le garantizó total acceso a todos los aspectos de su vida y su carrera,
la mayoría muy conocidos por sus fanáticos. Esa es la gran virtud de este
filme: Santana pone a disposición del director todos los archivos audiovisuales
que posee (incluyendo algunos videos caseros) y, lo más importante, se brinda a
una conversación franca entre amigos, al calor de una fogata en el desierto:
nada oculta y nada tiene que ocultar.
Carlos
Santana es el perfecto ejemplo del “Sí, se puede”: hijo de un músico de mariachi,
desde su infancia soñó con alcanzar fama y dinero, pero también con estremecer
almas y encaminarlas, como un shamán que nos guía a nuevos mundos, hacia un estadio
de equilibrio emocional a través de su música.
Carlos nos muestra aquellos duros inicios
en que ser latino en Estados Unidos era un lastre a veces muy pesado (todavía
hoy puede ser problema) y este mejicano, orgulloso de sus raíces, lo incluyó
como parte de sus raíces musicales. Santana reconoce las influencias que tiene
de John Coltrane, Miles Davis y B.B. King, pero también de Javier Bátiz, Mongo
Santamaría y Tito Puente, este último el compositor de Oye como va, uno de sus
mayores éxitos.
Cuando se
viene de la extrema pobreza y se conoce el éxito desbordado de Santana es obvio
que se pierde el equilibrio (a veces el juicio). Esa vida de sexo, drogas y
rock and roll (todo mezclado y en exceso) solo conduce al nacimiento del
mártir. Por suerte, Santana encontró a Sri Chinmoy, maestro de la meditación,
quien le orientó por más de una década y le condujo al estadio mental que le
permitió producir discos como Caravanserai (1972), una vaina demasiado espiritual para sus
sorprendidos fanáticos.
Pero Carlos
Santana es el perfecto ejemplo del “Reinventarse sin renunciar a su identidad”:
con Supernatural,
su premiado álbum de 1999, no solo consiguió el Grammy, como reconocimiento de
la industria de la música, sino también la admiración de una nueva generación
de oyentes, la gente del nuevo siglo, que no pudieron resistirse al llamado
salvaje de su música.
“Magia es
cuando tú controlas los elementos para captar el corazón de la gente”, ha dicho
el músico. Carlos recoge, de manera muy significativa, lo ocurrido el 22
de agosto de 1982, en Altos de Chavón: apenas arrancó el concierto, Changó
abrió de par en par las compuertas del cielo. Pero nadie se inmutó con el
aguacero bíblico: todos bailaban hechizados por la música de Santana: eso es
magia. Quien suscribe, no podía ni soñar con estar ahí. Tuve que esperar 27
años, hasta el 7 de marzo de 2009 para corear, en ese mismo escenario, su Black
Magic Woman.
Y sí: fue
una experiencia religiosa.
Carlos
(2023). Dirección y guion: Rudy Valdez; Fotografía: Rudy Valdez; Edición: Viridiana
Lieberman y Sierra Neal; Música: Carlos Santana; Elenco: Carlos Santana, José
Santana, Deborah King, Cindy Blackman.
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