Al mejor
estilo del Dogma 95 (último
movimiento estético conocido del Cine), Candela inicia con la presentación
del certificado Caribe Pop y es el
mejor indicador de que vamos a sumergirnos en otro mundo, tan distante y tan
cercano como nuestra cotidiana ceguera e insensibilidad.
Farías y
otros sospechosos habituales firman el manifiesto (Ray Andújar (autor de la
novela homónima), Laura Conyedo (coguionista), etc) que reza en sus primeras
líneas: “Caribe es ser
y estar. Es la catástrofe y la calamidad, el insostenible azar, soportar
la realidad y gozarla hasta su molécula última. La línea azul constante como
promesa de querer salir del país que te toca porque es corrupto y corrompe.”
Ese ser y
estar que define nuestra condición de caribeños es fundamental para adentrarnos
en los (sub)mundos de Candela: el prostíbulo como centro
neurálgico de todos nuestros universos, el sexo como desahogo existencial ante
tanto azar y tanto olvido, todo lo que se oculta detrás de la máscara que la
sociedad nos obliga a usar.
Sexo, mucho sexo.
Por definición
propia, el prostíbulo es el principio y el fin, al alfa y omega de todas
nuestras angustias, de todos nuestros pesares. Todo comienza y termina
quitándose la ropa y liberando al animal. Todos los planes se urden y se fraguan
al calor de un buen trago de ron y con una bachata de fondo.
En ese
microcosmos coinciden (el ser y estar condicionante) un poeta, una chica de la
alta sociedad, un teniente de la policía y un creador de imágenes. La muerte
del poeta desencadena la trama. Y un peligroso huracán se acerca a República
Dominicana, atisbando primero, como si no nos sobraran los problemas.
Algún
performer desgarra una de esas canciones que nos conducen indefectiblemente al
fondo de la botella, y con ella alguna hembra hambrienta que reclama lo que es
suyo (o ha sido suyo que, para el caso, es lo mismo), si la naturaleza esquiva
del varón lo permite.
La realidad
es que, detrás de todo el neón y el ruido, escondemos la vergüenza de no poder
saciar al cuerpo que se nos abre de piernas, de no llevar tranquilidad al alma
atormentada por un futuro de fingida felicidad y sonrisa de cócteles,
excesos de colágeno.
Fumando espero.
Ante tanta
surrealidad no queda de otra: o explotamos de un infarto (para felicidad de los
de siempre) o nos tomamos un cafecito y prendemos un cigarrillo: vamos a
esperar por el huracán (acaso perfecto barredor de tristezas, como diría
Silvio) que borre los titulares de primera plana si no son de nuestro agrado y
que aporte su cuota a esta eterna tragedia de poco pan y mucho circo.
Pero la
esperanza es lo último que se pierde y todos jugamos al cansancio y al olvido
(de crímenes, de estafas, de amores): prendemos un cigarrillo y que los dioses
hagan lo suyo.
Esa
omnipresencia del huracán en Candela es permanente recordatorio
de nuestra insignificancia: unos puntitos en la totalidad que, a veces, poco
importan para el balance final. A propósito de presencias, debo destacar la
actuación de Sarah Jorge León: ella se inscribe por talento propio en la élite
de nuestras mejores, con un protagónico que no deja lugar a dudas de su
talento.
Lo que que
resta es señalar a Candela como uno de los mejores estrenos de 2021. Hágase el
favor de verla en cines: merece todo el apoyo del público que puede apreciar su
indiscutible calidad.
Candela
(2021). Dirección: Andrés Farías; Guion: Andrés Farías y Laura Conyedo, basado
en la novela de Ray Andújar; Fotografía: Saurabh Monga; Edición: Juanjo Cid; Música:
Jorge Aragón, Ezel Feliz; Elenco: Sarah Jorge León, Félix Germán, Pepe Sierra.
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