miércoles, julio 22, 2020

Vida oculta: nueva joya de Terrence Malick.

El norteamericano Terrence Malick es uno de los mejores directores de cine del mundo. Cada película de Malick es una fiesta para los sentidos por su exquisita estética y su particular estilo narrativo.

Vida oculta está basada en hechos reales y, al inicio del filme, se coloca un letrero con la siguiente información: “Durante la Segunda Guerra Mundial, a todos los soldados austríacos reclutados se les exigió hacer un juramento de lealtad a Hitler”. Esto nos siembra, de golpe y porrazo, en el conflicto de Franz Jägerstätter, un objetor de conciencia quien se negó a servir en el ejército del Führer.

Es indudable que la historia adquiere una nueva dimensión narrada en el estilo dramático que ha desarrollado Malick: a las emociones de sus personajes tenemos acceso directo porque escuchamos sus pensamientos en forma de palabras, en esos tonos tan íntimos, epistolares, acaso la mejor forma de comunicarnos sus penas, sus temores, sus angustias. Nos llegan muy hondo y nuestra empatía por ellos está garantizada.

La razón social.

¿Qué debemos hacer cuando nuestros líderes (propios o ajenos) empujan las sociedades en la dirección equivocada? Para comenzar, escudriñamos a Rousseau y su famoso Contrato, buscando alguna fórmula para escapar del escenario con la menor cantidad de daños colaterales.

Por supuesto, para el ejército nazi la negativa no era opción y esto sella el trágico destino de nuestro protagonista.

El peso moral que carga sobre sus hombros quien se rebela contra la sinrazón es insoportable: para comenzar, expone a toda la tribu a la crueldad de los verdaderos enemigos. Eso lo convierte en el rey de los espantos y todos estamos a merced de la furia ajena por un solo rebelde que nada a contracorriente.

El círculo más íntimo, la familia, muchas veces es el que sufre más: desde el desprecio de las demás familias de la tribu, que les tratan como parias; hasta la certeza de que un oscuro designio se cierne amenazante sobre sus integrantes. Pero no hay peor sufrimiento que el que se escoge y dentro del alud de preguntas, una sobresale por su agudeza: ¿un hombre tiene derecho a permitir que lo maten? 

Naturaleza humana.

Esa inaceptancia del destino que llega en forma de carta de reclutamiento es también un cuestionamiento a toda la fe que soporta el entramado de creencias sobre las que se han construido nuestras sociedades.

En las heladas montañas de Austria, ya la vida es suficientemente dura como para que empeore. Lejos de todo y de todos, se vive de manera rústica con lo que la madre tierra entrega entre estaciones, suprimidas todas las comodidades de la ciudad. Quizá la única ventaja es no estar al alcance de las pandemias que azotan las ciudades en forma de locura colectiva. Pero la ideología nazi no se detiene ante detalles menores.

Todos, absolutamente todos los ciudadanos de los territorios conquistados deben ser leales y colaborar en el crecimiento del Tercer Reich por toda Europa. Sin excepciones de ningún tipo. Y la naturaleza humana los empuja a ser especialmente despiadados contra quienes se niegan a sumarse al coro de buitres.

Es esa naturaleza la que, paradójicamente, les convierte en bestias de torturas, en salvajes que discriminan toda forma de oposición con la violencia radical y el exterminio. Nada personal, estrictamente negocios.

Esa misma naturaleza es la que nos hace aferrarnos a la fe, a la esperanza de un milagro de último minuto, redentor de miserias e injusticias, que haga triunfar la noción de una convivencia posible entre todos los hombres de buena voluntad. Pero Dios permanece impasible al reclamo, por los siglos de los siglos.

Vida oculta confirma a Terrence Malick como uno de los mejores poetas del cine. Punto.

Una vida oculta (2019). Dirección y guion: Terrence Malick; Fotografía: Jörg Widmer; Edición: Rehman Nizar Ali, Joe Gleason, Sebastian Jones; Música: James Newton Howard; Elenco: August Diehl, Matthias Schoenaerts, Valerie Pachner, Michael Nyqvist.


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