Vida oculta está basada en hechos reales y, al inicio del filme, se coloca un
letrero con la siguiente información: “Durante la Segunda Guerra Mundial, a
todos los soldados austríacos reclutados se les exigió hacer un juramento de
lealtad a Hitler”. Esto nos siembra, de golpe y porrazo, en el conflicto de Franz
Jägerstätter, un objetor de
conciencia quien se negó a servir en el ejército del Führer.
Es indudable que la historia adquiere una nueva dimensión narrada en el estilo dramático que ha desarrollado Malick: a las emociones de sus personajes tenemos acceso directo porque escuchamos sus pensamientos en forma de palabras, en esos tonos tan íntimos, epistolares, acaso la mejor forma de comunicarnos sus penas, sus temores, sus angustias. Nos llegan muy hondo y nuestra empatía por ellos está garantizada.
La razón
social.
¿Qué
debemos hacer cuando nuestros líderes (propios o ajenos) empujan las sociedades
en la dirección equivocada? Para comenzar, escudriñamos a Rousseau y su famoso
Contrato, buscando alguna fórmula para escapar del escenario con la menor
cantidad de daños colaterales.
Por
supuesto, para el ejército nazi la negativa no era opción y esto sella el
trágico destino de nuestro protagonista.
El peso
moral que carga sobre sus hombros quien se rebela contra la sinrazón es
insoportable: para comenzar, expone a toda la tribu a la crueldad de los
verdaderos enemigos. Eso lo convierte en el rey de los espantos y todos estamos
a merced de la furia ajena por un solo rebelde que nada a contracorriente.
El círculo más íntimo, la familia, muchas veces es el que sufre más: desde el desprecio de las demás familias de la tribu, que les tratan como parias; hasta la certeza de que un oscuro designio se cierne amenazante sobre sus integrantes. Pero no hay peor sufrimiento que el que se escoge y dentro del alud de preguntas, una sobresale por su agudeza: ¿un hombre tiene derecho a permitir que lo maten?
Naturaleza
humana.
Esa
inaceptancia del destino que llega en forma de carta de reclutamiento es
también un cuestionamiento a toda la fe que soporta el entramado de creencias
sobre las que se han construido nuestras sociedades.
En las
heladas montañas de Austria, ya la vida es suficientemente dura como para que
empeore. Lejos de todo y de todos, se vive de manera rústica con lo que la
madre tierra entrega entre estaciones, suprimidas todas las comodidades de la
ciudad. Quizá la única ventaja es no estar al alcance de las pandemias que
azotan las ciudades en forma de locura colectiva. Pero la ideología nazi no se
detiene ante detalles menores.
Todos,
absolutamente todos los ciudadanos de los territorios conquistados deben ser
leales y colaborar en el crecimiento del Tercer Reich por toda Europa. Sin
excepciones de ningún tipo. Y la naturaleza humana los empuja a ser
especialmente despiadados contra quienes se niegan a sumarse al coro de
buitres.
Es esa
naturaleza la que, paradójicamente, les convierte en bestias de torturas, en
salvajes que discriminan toda forma de oposición con la violencia radical y el
exterminio. Nada personal, estrictamente negocios.
Esa misma naturaleza es la que nos hace aferrarnos a la fe, a la esperanza de un milagro de último minuto, redentor de miserias e injusticias, que haga triunfar la noción de una convivencia posible entre todos los hombres de buena voluntad. Pero Dios permanece impasible al reclamo, por los siglos de los siglos.
Vida oculta confirma a Terrence Malick como uno de los mejores poetas del cine. Punto.
Una vida
oculta (2019). Dirección y guion: Terrence Malick; Fotografía: Jörg Widmer;
Edición: Rehman Nizar Ali, Joe Gleason, Sebastian Jones; Música: James
Newton Howard; Elenco: August Diehl, Matthias Schoenaerts, Valerie Pachner, Michael
Nyqvist.
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