El japonés Yazujiro Ozu es considerado uno de los grandes maestros que ha tenido el cine en toda su historia. Incluso, uno de sus filmes, Cuentos de Tokio, aparece en la lista de Sight & Sound como una de las 10 mejores películas del cine. Y entre los cineastas, Ozu siempre ha sido una influencia extraordinaria.
Es el caso
del alemán Wim Wenders, brillante cineasta que maneja tanto el cine de ficción
como el documental. En ficción, Wenders es autor de filmes como: París,
Texas (1984, Palma de Oro en Cannes), Alas sobre Berlín (1987,
Premio Mejor Director en Cannes) y ¡Tan lejos, tan cerca! (1993, Gran Premio
del Jurado en Cannes). Y documentales como: Buena Vista Social Club
(1999, Premio del Cine Europeo), Pina (2011, Premio de Cine Europeo)
y La
sal de la tierra (2014, Premio del Jurado en “Una cierta mirada”).
Wenders es
un confeso admirador del cine de Ozu, ese cine tan especial que recoge la
poética de lo cotidiano, y eso queda evidenciado en cada cuadro de Días
perfectos, filme estrenado en Cannes, donde consiguió el Premio al
Mejor Actor para Koji Yakusho.
Es
frecuente escuchar a los cinéfilos maleducados por Hollywood quejarse de que,
en el cine de Ozu, “no pasa nada”. Por supuesto, están equivocados. Detrás de
esos personajes absolutamente cotidianos, inmersos en sus vidas de rutina,
subyace un extraordinario universo de posibilidades dramáticas, como ya se ha
demostrado en cientos de filmes. Esto solo es posible si se tiene sensibilidad
artística y la capacidad de asombro actualizada.
En Días
perfectos, Hirayama, el fabuloso personaje que ha construido Yakusho,
se despierta cada día con el ruido del escobillón del encargado de limpiar las
calles e inicia su propia rutina de aseo, tomarse un café y salir a limpiar los
baños públicos de Shibuya. A primera vista, parecería un trabajo de penitencia,
un castigo para quien ha profanado alguna ley divina. Pero no. Hirayama mira la
vida con su propio cristal y recorre las calles de Shibuya acompañado de una
banda sonora insuperable: The Animals, Otis Redding, Rolling Stones, Nina
Simone y, por supuesto, Lou Reed y su Perfect Day.
Descubrimos
que el personaje es inmensamente feliz cuando hace lo que le toca y siempre
pone empeño en hacerlo como el mejor. Y tiene hobbies que le llenan el alma.
Uno de ellos es recoger las pequeñas plantas que claman ayuda en medio de los
grandes árboles. Con toda la ternura que es posible, Hirayama las recoge y las
lleva a su pequeñísimo apartamento, donde les brinda abrigo y consuelo. Esa es
también una forma de salvar el mundo, sin redes sociales de por medio.
En ese
tenor, la aparición de Niko, su sobrina, resulta providencial para conocer de
la burbuja en que ha vivido Hirayama por varios años. Cuando ella pregunta, con
la natural curiosidad de quien nunca ha tenido un cassette (de Van Morrison,
nada menos) en la mano, si su IPhone puede tocar eso o si está en Spotify, el
tío le pregunta, ¿dónde está esa tienda? La brecha digital entre generaciones
ha dejado pocas cosas en común, excepto la salvadora costumbre de leer libros:
William Faulkner, Patricia Highsmith, Aya Koda.
Hay una
palabra japonesa, “Komorebi”, que expresa el juego de luz y sombras creado por
las hojas movidas por el viento. Hirayama vive a la caza de esos momentos,
atento con su cámara de fotos, mientras degusta un sándwich, sentado en un
banco de parque como quien espera a Godot. Lograr una buena foto de ese momento
es una recompensa extra que le regala la vida. Y sucede a cada segundo y, como
las mejores cosas, es gratuita. Es ese sentido, Días perfectos es una
asertiva propuesta para aprender a vivir disfrutando de las cosas sencillas,
dejando de lado las tantas complicaciones que ha traído consigo la modernidad.
Con Días
perfectos, Wenders logra una radiografía extraordinaria de la vida del
más común de los mortales, con una economía de recursos que nueva vez demuestra
que el Buen Cine puede lograrse desde la creatividad bien concebida, sin
necesidad del despilfarro típico de nuestras latitudes. Uno de los mejores
filmes del año.
Días
perfectos (2023). Dirección: Wim Wenders; Guion: Wim Wenders y Takuma Takasaki;
Fotografía: Franz Lustig; Edición: Toni Froschhammer; Elenco: Koji Yakusho,
Tokio Emoto, Arisa Nakano.
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