Si me lo permiten, quiero comenzar esta nota citando a García Márquez: “Recordar es fácil para el que tiene memoria. Olvidar es difícil para el que tiene corazón”.
En Aftersun,
íntima pero maravillosa película de Charlotte Wells, Sophie es nuestra protagonista
en su afán de tratar de reconstruir, como un rompecabezas, las vacaciones que
tuvo con su padre en Turquía, veinte años atrás. Cada frame de los videos que grabaron juntos rebosa de felicidad y
armonía entre ellos, cada recuerdo que se abre paso en su memoria, trae consigo
un agridulce misterio de sensaciones que llena los espacios en blanco del alma.
Aftersun es el título perfecto para ilustrar
eso que llamamos cine sensorial, una película pequeña en la que intuimos, como
la niña protagonista, mucho más cosas que las que se muestran en pantalla. O
sea, el Arte del Cine es su máxima expresión: el espectador reinterpreta los
elementos de la propuesta dramática acorde a sus habilidades y hasta su
historia personal.
Para
cualquier niña de 11 años, su tierno padre es un superhéroe, un hombre de 130
años que tiene las respuestas a todas sus preguntas. La realidad la sabemos
todos: en realidad, no existe un manual para ser buen padre y, de alguna
manera, todos improvisamos nuevas fórmulas de felicidad, tratando de no morir
en el intento. De alguna manera, tratamos de no heredarles nuestros miedos,
nuestros temores, nuestras eternas dudas sobre nuestro desempeño, pero nada
detiene la rueda del tiempo. Y como nunca nos vamos del todo, después de haber
estado, ellos crecen y, con suerte, repiten la misma experiencia por ellos
mismos. Retratar esos fantasmas, esas lágrimas de desconcierto es el auténtico
milagro de Aftersun.
Wells ha
contado con colaboradores de lujo para inventariar ese desasosiego: la radiante
debutante Frankie Corio y el magnífico Paul Mescal, en un maravilloso concierto
de actuación orgánica, con un timing
de ternura que raya en lo perfecto.
Y si el
guion de Welles funciona como inventario, la clave de esa efectividad descansa
en cómo sirve cada imagen, cada recuerdo para que acompañemos a Sophie en la
organización de las piezas, teniendo en cuenta que las texturas de esas
imágenes van asociadas a un estado de ánimo, a una leve sensación de libertad o
un dulce bloqueo del dolor.
La frase de
García Márquez con la que inicio esta nota viene a cuento porque esa
reconstrucción de las historias se hace a partir de los recuerdos, muchas veces
enturbiados ya sea por los virus con los que el olvido ataca esa frágil
frontera, ya sea porque todo puede pertenecer a un universo paralelo, producto de
la carga energética (positiva o negativa) de la memoria.
Pero que
nadie se llene de pánico, Aftersun es una película pletórica
de sonrisas y complicidades, de una extraña luminosidad, pero también triste y
conmovedora cuando tiene que serlo. Una compleja mezcla de sensaciones que
llevan al espectador por cada estadio de una relación padre-hija en cualquier
parte del mundo, de ahí su validez universal.
Desde su
estreno en la Semana de la Crítica en Cannes, donde obtuvo el Premio French
Touch, Aftersun ha recibido un alud de distinciones: 8 Premios Bifa
(incluyendo mejor película), Premio Gotham a la mejor dirección, #1 de Sight & Sound, #1 de IndieWire, #2 de TIME, #3 de Film Comment,
Premio NBR a la mejor dirección novel, mejor ópera prima para NYFCC, 5
nominaciones a los Premios Spirit y un larguísimo etcétera.
Odio
utilizar este argumento (hasta cuando me es útil, como ahora): tanta gente no
puede estar equivocada, Aftersun es uno de los mejores
estrenos de 2022. Punto.
Aftersun (2022). Dirección y guion: Charlotte Wells; Fotografía: Gregory Oke; Edición:
Blair McClendon; Música: Oliver Coates; Elenco: Frankie Corio, Paul Mescal.
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