Existen muy
pocos dominicanos para abordar la historia de Papá Liborio como Nino Martínez
Sosa. Egresado de la Escuela Internacional de Cine y Televisión, su destacada
labor como editor de películas tan celebradas como: Papi (2020), Falling
(2016), Barrio Cuba (2005) y Las horas del día (2003), nos dan
una idea de su calidad como buen narrador de historias, condición
imprescindible para ser buen editor.
Es por eso
que el anuncio del estreno de su ópera prima, Liborio, levantó tantas
expectativas. Lo digo de entrada: cumple con muchas de ellas, como lo demuestra
el alud de premios que ha recibido en festivales internacionales, pero salimos
de la sala con la sensación de que le falta algo para satisfacernos plenamente.
Entre sus
aspectos sobresalientes cabe destacar la magnífica ambientación lograda por la
dirección de arte y departamentos cómplices (vestuario, maquillaje, fotografía)
y el magnífico desempeño de Vicente Santos, uno de nuestros mejores actores. De
hecho, Liborio es lo que los americanos llaman un solo vehicle, es decir, un vehículo para el lucimiento de su
protagonista, en este caso Santos como Papá Liborio, una presencia
absolutamente abrumadora en pantalla.
Apreciada
de esta manera, aflora el primer problema que presenta su guion: cuando Liborio
desaparece, por momentos, para permitirnos conocer otros personajes (con otras
problemáticas, con otras capas de interés), disminuye la intensidad de los
primeros minutos del filme y eso permite escaparnos de la historia un rato,
distraernos con eventos que no son esenciales o explicaciones que son innecesarias
(por ejemplo, la admiración que la gente le profesaba desde el primer momento).
Eso
permite, por decirlo de alguna manera, presenciar un Liborio más terrenal de lo
deseado y menos misterioso de lo que la cultura popular y sus leyendas urbanas
han tejido a lo largo de muchas décadas. Esa condición mesiánica (el hombre que
volvió de las aguas de la inundación y le arrebata gente a la muerte) es la que
debió explotarse con mayor énfasis, porque el cine es un vehículo ideal para
eso, a través del montaje de las imágenes, oficio que su director conoce como
pocos.
En el
momento en que nos sentimos listos para disfrutar de toda la magia de lo
desconocido, la rigurosidad histórica nos presenta a un hombre del monte abatido
por las balas del soldado invasor, ante una comunidad perpleja que no acepta
una muerte tan tercermundista e implacable para el ídolo que no come pendejá, como dicen los versos de Luis Días.
Hay
momentos en los que el filme es tan veraz que parecería que estamos frente a un
documental. Esa intensidad de las ceremonias, de los rezos, de los cultos, del
crear un altar sagrado en las montañas hacen de Liborio una experiencia
pocas veces vista en el cine dominicano: retratar de forma tan convincente cómo
nuestro pueblo se entrega a sus creencias roza la excelencia antropológica.
Liborio es un muy buen debut de Nino
Martínez Sosa, una nueva voz del cine dominicano que apuesta por historias
imprescindibles.
Liborio
(2021). Dirección: Nino Martínez Sosa; Guion: Pablo Arellano y Nino Martínez
Sosa; Fotografía: Óscar Durán; Edición: Ángel Hernández y Nino Martínez Sosa;
Elenco: Vicente Santos, Karina Valdez, Ramón Candelario.
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