Para
cualquiera de nosotros es todo un proceso comprender la vocación de sufrimiento
del alma polaca: Pawlikowski pasó su infancia en Varsovia, donde su madre era
docente de la facultad de filología inglesa. Su padre era judío, lo que obligó
a la familia a exiliarse en Austria durante la oleada antisemita de 1969. Ahí
comenzó su entrenamiento emocional: ver a su padre languidecer por el recuerdo
de su Polonia amada. Ya viviendo en Inglaterra, se casó con una emigrante rusa
que murió de cáncer en 2006.
Doy esta
pincelada del director para aproximarnos a su perspectiva, que es la expresión
del dolor de su alma. Porque un director también nos habla cuando se decide por
sus opciones estéticas: la elección del formato 4:3 y del blanco y negro, que
le acerca peligrosamente a los Maestros habituales, particularmente Bergman y
Godard.
Esa
maravillosa atmósfera de alto contraste formula una propuesta que es imposible
de obviar, que “asfixia” nuestros personajes, que les impide ser felices en el
exilio, porque “algo falta”.
Ese “algo”
no es más que la nostalgia por la tierra que se ama, la tierra que se huele en
los pequeños detalles, que nos arrulla con su música folklórica, con la que
alcanzamos el sueño de los hombres.
Ella es
cantante, él es músico. Es obvio entonces que la música del filme marca los
tiempos de su historia de amor: desde las canciones del campo (lo autótono y la
inocencia), los temas de propaganda (lo impuesto y la desasosiego), las
adaptaciones francesas de las canciones folklóricas (la tarea de ser
resilientes) y el jazz, el más libre de los géneros, cuando ellos están en
París, “libres” de la cortina de humo.
Aquí se
plantea el conflicto central: esa nostalgia por volver se convertirá en un
obstáculo insalvable para la relación, en una rutinaria agonía sin remedio.
Menudo ménage à trois:
nosotros y la patria.
En su filme
anterior, Ida, Pawlikowski también planteaba ese existencialista
inventario de los amores imposibles que se concretizan con el pago de una cuota
de dolor: entregar los votos a Dios y renunciar al mundo. Esa renuncia (o
aceptación) implica tanto un dolor físico (del cuerpo) como emocional (del alma
lacerada por la duda y la curiosidad). Con ese filme ganó 5 Premios del Cine
Europeo: Mejor Película y Mejor Director y se convirtió en el primer filme
polaco que gana en la categoría de Mejor Película Extranjera.
Con Cold
War ganó el premio al Mejor Director en Cannes y 6 Premios del Cine
Europeo, incluyendo Mejor Película y Mejor Director. Eso lo siembra de lleno en
el Olimpo de los grandes del cine contemporáneo, en el de los que tienen alguna
historia que contar y la enmarcan con su talento extraordinario para
convertirlas en auténticas obras de arte.
Cold War (2018). Dirección: Pawel Pawlikowski; Guion: Pawel
Pawlikowski, Janusz Glowacki y Piotr Borkowski; Fotografía: Lukasz Zal;
Edición: Jaroslaw Kaminski; Música: Marcin Masecki; Elenco: Joanna Kulig,
Tomasz Kot.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario