Estrenar una película es un proceso mucho más traumático de lo que la gente imagina. Primero, muchos realizadores deben salir a mendigar el patrocinio de alguna productora para su proyecto. Algo irónico si tomamos en cuenta que si la película resulta un éxito taquillero, será la compañía productora la más beneficiada.
Luego, se rueda bajo constante presión de esa productora en términos de no
sobrepasar el presupuesto y de terminar el rodaje a tiempo para el estreno
programado. En más de un caso, se despide al director por “diferencias
artísticas”.
Pero antes del estreno, cualquier realizador debe someterse a los
humillantes Pases de prueba. Esto consiste en unas tandas
exclusivas para un universo muestra del blanco de público de la película en
cuestión.
Al final de la proyección, una abuelita de Kansas o una adolescente de
California pueden sugerir cualquier cambio en la película: el
final es muy triste, el protagonista no puede morir, la violencia de alguna
escena y un largo etcétera.
En algunas ocasiones, los productores tienen la amabilidad de negociar esos
cambios con el director de la película. Esos son los considerados. En la
mayoría de los casos, los productores hacen los cambios que consideran necesarios para
que la película guste a la mayor cantidad de público. Su criterio es el de
mayor recaudación de dinero.
Eso ha dado como resultado que muchas de las películas que vemos no cuentan con
la total aprobación de sus directores. Incluso, una nueva forma de
comercializar películas en dvd ha sido la de lanzar el “Director’s Cut”,
es decir, una versión más cercana a lo que quiso hacer el director en el
momento del estreno.
En otros casos, son tantos los cambios que se llevan a cabo que los
realizadores sienten comprometida su “integridad artística” y piden que se
retiren sus nombres del afiche promocional y la publicidad de la película.
Es cuando nace Alan Smithee, el anagrama de “The Alias Men”, o el hombre del
alias, alguien que quiere, por dignidad o vergüenza, ocultar su nombre y que no
se le relacione con el bodrio resultante.
La primera vez que se acudió a esta salomónica salida fue en 1967: durante la
filmación de Death of a Gunfighter, sus directores Robert
Totten y Don Siegel renegaron del filme y el Sindicato de directores sugirió
que se usara un nombre ficticio: nació Alan Smithee.
En épocas recientes más de un director ya establecido ha resucitado a Alan
Smithee: Riviera (1987, en realidad la dirigió John
Frankenheimer), Catchfire (1990, en realidad la dirigió
Dennis Hopper), Burn Hollywood Burn (1997, en realidad
la dirigió Arthur Hiller) y Woman Wanted (2000, en
realidad dirigida por Kiefer Sutherland).
Uno de los casos más
sonados fue el de Dune, filme dirigido por David Lynch en 1984 y que resultó un
fiasco en todos los sentidos. Como ya se anuncia la nueva adaptación de Dune,
dirigida ahora por Denis Villeneuve,
espero que no haya que vacunarse dos veces.
Sé que puede más la curiosidad que la prudencia, pero después no digan que no
les hice la advertencia.
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