“Hay un país en el mundo, ubicado en el mismo trayecto
del sol”, escribió Don Pedro Mir hace muchos años. Le añado que con un pedazo
del Paraíso que llamamos Samaná.
Es en Samaná donde se ambienta Dólares de arena, la nueva película de Laura Amelia Guzmán e
Israel Cárdenas, pareja en la vida y en la vocación de hacer Buen Cine.
Samaná, ese paraíso nuestro, es un Shagri-La tropical de
corazones mustios que buscan sanación en la permanente orgía de café, tabaco,
ron y sexo disfrazado de ternura que sus euros pueden comprar. Con sus euros
pueden incluso comprar la ilusión de ser amados a la orilla del mar.
Samaná, ese paraíso nuestro, es también un estado mental
en la permanente esperanza de que un turista de cualquier parte nos ayude a
llegar a cualquier parte, con tal de largarnos de esta tierra que brinda tan
pocas oportunidades. En el interín, entregar el cuerpo es lo de menos, mientras
se pueda saciar el hambre de pan y la sed de cerveza. Lo de más, es conciliar con
el alma gemela del destino en una situación de tanta indignidad.
Samaná, ese paraíso nuestro, es el mejor auditorio para
que suenen las bachatas auténticas de Ramón Cordero, bálsamos para las penas
infinitas. La partida dramática que logran sacarle Guzmán y Cárdenas es un buen
ejemplo de extraordinario uso de canciones compuestas hace años, pero que
mantienen toda su vigencia en describir las penas del corazón.
En la mejor tradición neorrealista, los directores han
reclutado talentos sin ninguna experiencia actoral a los que sacan excelente
provecho. Es el caso de Yanet Mojica y Ricardo Ariel Toribio, quienes acompañan
a la exquisita Geraldine Chaplin, con todo el peso y significado que tiene su
nombre. Chaplin logra, con su audaz y brillante personaje, ganarse la simpatía
del público que llora con ella y con ella baila una bachata en la más poética
de las soledades. Ella ha sido merecidamente reconocida en el Festival de
Cine de Chicago.
Hace unas horas, se anunció el Premio Fipresci en el
Festival de El Cairo. Y, de seguro, sus realizadores recogerán unos cuantos
más.
Hay que destacar la capacidad narrativa visual que los
directores han logrado con algunos de sus planos. Así, en una pasola (vocablo que
se ha convertido en marca genérica de motocicleta), quien la maneja lleva
también el control en la relación amorosa y más les vale andar acompañados
porque el tigueraje acecha, como el
lobo malo de los cuentos, para robar de forma cruel y despiadada a quienes
recorren las noches a su propio riesgo.
Dólares de arena,
basada libremente en la novela homónima de Jean-Noél Pancrazi, es un filme que
consolida la carrera de Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas. Una carrera
llena de aciertos: Cochochi
(2007, premiada en Toulouse, Valdivia, Gramado y Miami), Jean Gentil (2010, premiada en
Venecia, Miami, Guadalajara, Lima y Viña del Mar) y Carmita (2013, Premio del Jurado del Festival Fine Arts.).
Dólares de arena
es, sin duda, el mejor filme dominicano de 2014: una mirada sincera,
desprejuiciada, a una realidad que maquillamos con el sol, las sonrisas, la
complicidad.
Dólares de arena (2014). Dirección y guión: Laura Amelia
Guzmán e Israel Cárdenas, basado en la novela “Les Dollars des Sables”, de
Jean-Noél Pancrazi; Fotografía: Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas; Edición:
Andrea Kleinman; Canciones: Ramón Cordero y Edilio Paredes; Elenco: Geraldine
Chaplin, Yanet Mojica, Ricardo Ariel Toribio.
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