(Como es tradición, estas Vacaciones de Pascua es un
tiempo maravilloso para invertirlo en algún Maestro del Cine. Este año, cada
segundo se lo dedico al ruso Andrei Tarkovski, gracias a la cinéfila
solidaridad de Alberto Ramos, uno de sus devotos más fieles en el Caribe. –José
D’Laura.)
Decía el sueco Ingmar Bergman que las películas del ruso
Andrei Tarkovski eran como milagros:
“Tarkovski para mí es el más grande, un cineasta que inventó un nuevo lenguaje
que captura la vida como un reflejo, la vida como un sueño.” Anda pal carajo, me quedé sin palabras y
tengo que escribir esta nota.
Uno de los cineastas más estudiados hoy día, Andrei
Tarkovski (1934-1986), es un universo siempre pendiente de descubrir por las
nuevas generaciones de cinéfilos y realizadores, ¡ay!. Un cineasta con una
propuesta que siempre se hace nueva, para terror de sus detractores y
francotiradores del talento ajeno.
Como Buñuel, nos encanta con sueños. Como Bergman, sus
personajes sobrellevan esa pesada carga de existencialismo. Como Kurosawa, nos
encanta con aguaceros torrenciales, como de sueños. Pero Tarkovski fue grande
porque retrata el alma del hombre y lo hace con una certeza poética que muy
pocos han logrado en la historia del Cine.
Cuando rodó su filme debut, La infancia de Iván (1962) le ocurrió lo mejor que le puede
pasar a un realizador: se llenó de preguntas. Preguntas que casi encontraban
respuestas en su siguiente filme, pero que también se multiplicaban exponencialmente:
“Hasta después de La infancia de Iván
no tuve conciencia de la necesidad de mi tarea creativa. Al terminar, sentí por
primera vez que el Cine estaba cerca, en algún lado.”
Y entonces se puso a pensar, acto absolutamente necesario antes de escribir y rodar. Para los
sedientos, Tarkovski: “En el Cine lo que me atrae son las interconexiones poéticas
que se salgan de la normalidad. La lógica de lo poético. El Cine es la más
verídica y poética de todas las artes.”
Cualidad del buen cineasta: sus filmes proponen más
preguntas, que las respuestas que puede balbucear.
En La infancia
de Iván, el protagonista es un niño que sueña y que juega a la guerra.
Para Iván su juego es cruzar el río hasta donde se encuentran las líneas
alemanas. Un juego que ha tenido decenas de imitadores con mucho menos suerte: El imperio del Sol (1987, Steven
Spielberg), El niño del pijama de
rayas (2008, Mark Herman), In
Darkness (2011, Agnieszka Holland) y un largo etcétera.
Un debut que lo plantó de golpe en el circuito
internacional de cine, que le valió el León de Oro en Venecia y que
llamó la atención de las autoridades del temible Goskino, el Comité
Estatal de Cine: La infancia de Iván
no cumplía con las exigencias de “realismo socialista”. Un estigma que
perseguiría a Tarkovski toda su vida y que terminaría, unos años más tarde, forzándolo a
emigrar a Suecia.
El mismísimo Jean-Paul Sartre acuñó un nuevo término,
“surrealismo socialista”, para referirse al combinado de sueño y vigilia
logrado en La infancia de Iván.
Andrei Rublev
(1966), que los gringos, con esa sabiduría mercadológica que les caracteriza,
han re-bautizado La pasión según
Andrei, fue la segunda empresa en que se embarcó Tarkovski luego de
rechazar todas las propuestas imaginables y sufrir todo tipo de limitantes en
su intención de rodar El idiota
de Dostoyesvki, así como la negativa total para hacer un filme dedicado al Evangelio de Lucas.
El estreno del filme coincidía con el quinto centenario
del nacimiento de Rublev, Maestro de la pintura rusa que legó una obra llena de
armonía y claridad, tanto más sorprendente por su contraste con las condiciones
históricas en que vivió.
El paralelismo no podía ser más obvio: Tarkovski también
era víctima de esa misma intolerancia y su filme estuvo cinco años prohibido. Su
presentación en el Festival de Cannes puede verse como el resultado de la
cruzada personal de Robert Favre Le Bret. Cuando las autoridades rusas pidieron
la devolución inmediata del filme, algún tíguere le hizo una copia pirata a Andrei Rublev, dando inicio a uno de
los más célebres mitos de joyas cinematográficas salvadas de la censura.
Solaris
(1972), fue considerada por muchos como la respuesta rusa a 2001: Odisea del espacio (1968,
Stanley Kubrick), ¡ay tiempos neuróticos de la Guerra Fría! El propio Tarkovski, con esa humildad característica
de los genios, decía que era su película menos lograda por no escapar de los
convencionalismos del género de ciencia-ficción. Sin embargo, un crítico
italiano fue mucho más preciso: Solaris
inaugura el género de la “conciencia-ficción”.
El océano del asteroide Solaris sondea los cerebros de
nuestros astronautas y materializa la imagen que tienen de seres queridos, del
pasado o del futuro, reales o imaginarios.
Si hay una película en la historia del Cine en la que
cada quien ve lo que quiere ver, esa es El
espejo (1974), título sugerente, significativo y formidable donde los
haya. El filme es un collage de recuerdos de la infancia del propio Tarkovski,
mezclado con material de la Guerra Civil Española, la II Guerra Mundial y de la
guerra entre Rusia y China; y con un hilo conductor formidable: los poemas
escritos y recitados por Arseni Tarkovski, padre del director.
Como si probáramos Ratatouille,
el filme nos transporta de golpe al recuerdo de la madre, al sabor de la
infancia redimida, funcionando como catalizador de nuestros propios recuerdos
con un impacto sentimental devastador. Para los incrédulos, Tarkovski: “El Cine
es una realidad emocional y, como tal, el espectador lo percibe como una
segunda realidad.”
En Stalker
(1979) tres individuos (un escritor que odia escribir, un científico sin oficio
y el stalker (o guía) del título)
emprenden un viaje hacia el lugar más silencioso del mundo: La Zona, un
sitio que, como es debido, las autoridades han prohibido visitar.
Todos buscan su ideal de felicidad en el viaje que, en
realidad (virtual), son dos: uno físico hasta La Habitación, donde sus
deseos más profundos se hacen realidad; y otro mental. Como si fuera el camino
a Oz, pero sin brujas buenas, ni malas y la Dorothy del cuento desaparece antes
que inicie la acción. Inventario para la felicidad post-moderna: teléfono,
electricidad y pastillas para dormir.
Para la historia queda el episodio de que una máquina de
revelado dañó la mayor parte de la película. Ante la negativa del Goskino para
compensar las pérdidas, Tarkovski redimensionó la película en dos partes. La
primera con el material salvado y la segunda con el material que pudo rodar con
un presupuesto adicional. Todo un genio.
Cuando rodó Nostalgia
(1983), estaba gravemente aquejado de ese típico estado anímico común a toda
Rusia. Era la primera vez que dirigía fuera de su país y, aunque todavía
contaba con el permiso oficial, era inminente su definitiva salida hacia horizontes
menos sofocantes. Hay que imaginar el dolor de ese exilio para un director que
otorgó gran importancia a la idea del hogar: esas paredes que atrapan la
infancia, ese mundo de primeras sensaciones, ese pedazo de tierra que puedes
llamar Patria y sientes tan tuyo.
Su último filme, Sacrificio
(1986), es un desgarrador canto a la esperanza, al hombre, a lo que queda de
este mundo. Prefiero citar el lamento de uno de sus personajes: “La humanidad
va por un camino equivocado, un camino muy peligroso. Existe el miedo a la
muerte, que es un miedo terrible. ¡Cuán diferentes serían las cosas si
pudiésemos dejar de temer a la muerte!”. Quizás, la única manera de salvarnos
de la desesperanza es hacer el amor y salir volando, ¡ay, Subiela!.
A lo largo de su carrera, Tarkovski mantuvo una curiosa
relación con el público y, constantemente, se veía abrumado por cartas que
exigían respuestas a las tantas preguntas que originaban sus filmes. Porque
muchos de los cinéfilos acuden al cine a buscar una historia, con un tema, con
héroes y, casi siempre, un final feliz. Para los hambrientos, Tarkovski: “Para
mí no hay duda de que el objetivo de cualquier arte consiste en explicar por sí
mismo y a su entorno el sentido de la vida y de la existencia humana. O quizá
no explicárselo, sino tan sólo enfrentarlo a esa interrogante.”
En las películas de Andrei Tarkovski no encontrarán
respuestas de laboratorio. Siempre tratan de una búsqueda. Una búsqueda que
comienza con cada amanecer y las alas con las que vestimos nuestro corazón.
1 comentario:
Primeras citas
El breve instante en que estábamos juntos
lo celebrábamos como una epifanía,
solos en la tierra. Y tú, más intrépida
y más ligera que un ala de pájaro,
volabas los peldaños como un vértigo desde lo alto,
arrastrándome a través de las lilas a tu imperio,
allá lejos, más allá del espejo.
Cuando llegaba la noche y se me otorgaba la gracia
se abría por fin la puerta del altar
donde, resplandeciente en la sombra,
tu desnudez se inclinaba lentamente.
Y al despertar decía: “Bendita seas por siempre”
y comprendía la audacia de mi bendición, pues dormías
y las lilas sobre la mesa buscaban
Rozarte para teñir tus párpados
con un dedo de azul, color del universo.
Sombreado de azul estaba quieto tu párpado,
tu frente serena, tu mano tibia.
En el cristal palpitaban los ríos,
brillaban los mares, se ocultaban las cimas
y en tu palma, sobre un trono,
sostenías esa esfera de cristal,
¡oh, justo cielo! ¡Y me pertenecías!
Despertabas… Un instante después
transfigurabas el vocabulario de todos los días.
Vibrantes las palabras desbordaban
plenas de vida, y la palabra tú
nos revelaba un sentido de luz.
Hasta los simples objetos familiares
–palagana, jarra— todo se transfiguraba
cuando entre nosotros, erguida como un dique,
acechaba el agua dura y estratificada.
Nos dejábamos llevar sin saber adónde.
Frente a nosotros, cual espejismos
milagrosamente edificados, las ciudades se apartaban.
A nuestros pies se tendía la mejorana,
el pájaro seguía nuestras lejanas caminatas
y los peces remontaban la corriente,
se abrían para nosotros los celestes espacios…
Mientras el destino, con una navaja en la mano,
Seguía nuestras huellas como un demente.
De Arseni Tarkovsky
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