jueves, noviembre 25, 2010

Zona Sur: la Bolivia de Juan Carlos Valdivia


Zona Sur es la más fina disección de una sociedad que hemos visto en el cine latinoamericano. Efectivamente, a través de la incisiva mirada a una familia atrapada en la burbuja de confort que supone vivir en Zona Sur, Valdivia se permite construir un drama sin fisuras, que nos expone con precisión de relojero suizo y virtuosidad técnica de primera.

Zona Sur, premiada ya en el Festival del Sundance en las categorías de Mejor Director y Mejor Guión, es otra evidencia más de la madurez expresiva de nuestro cine, de las inmensas posibilidades narrativas de nuestras historias.

En una sociedad en donde nada es lo que parece, las élites sociales sucumben ante la triste realidad de su desmoronamiento y lo hacen elegantemente. Mientras, desde la ventana de cristal, todos observamos el mundo perder todo su valor.

“Esta película está llena de dulce dolor, de exquisita decadencia y de un tono que critica todo aquello que homenajea”-nos explica Valdivia de su filme. Y, en sus ácidos cuestionamientos, no tiene contemplación para nada, ni para nadie.

Debajo de la postalita de familia feliz, se esconde un mundo de insatisfacciones con el padre está ausente, en la que la madre no representa una autoridad moral para nadie (no tiene control sobre sus hijos), en la que el hijo mayor no tiene idea de su futuro y no sirve ni para comprar sus propios condones, en la que la hija enfrenta los problemas de su identidad lésbica, en la que el más pequeño sueña, como Peter Pan, escapar volando de todo aquello.

Nada es lo que parece: rodeados de todo el confort y vestidos de las mejores marcas, pero le adeudan seis meses de salario a sus sirvientes, indígenas aymaras.

Nada es lo que parece: rodeados de blanco, estamos podridos por dentro y no hay conjuro que valga: al final todos pagamos un angustioso precio por nuestros pecados.

Nada es lo que parece y no basta vernos reflejados en los espejos, buscando esos otros que hemos dejado abandonados en el camino y, sin embargo, siguen siendo nosotros.

No hay piedad tampoco para la servidumbre: él usa las cremas humectantes de la señora y se escapa sin permiso al funeral de un familiar, impresionante escena con el Tititaca de fondo y música excepcional. Ella, ilimitadamente servil, cuida del jardín que los niños destrozan en sus juegos.

Para el final dejo el elogio para el permanente movimiento circular de la cámara, acaso como metáfora del tiempo narrativo, que merece destacarse como brillante ejercicio de virtuosidad técnica, dejando espacio suficiente para que el espectador deguste a su ritmo esta joya del cine boliviano.

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