Desde su publicación en 1925, la novela El gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald, se ha convertido en una de las favoritas de Hollywood. Hasta tal punto, que se han realizado 4 adaptaciones para el cine, a saber: la versión muda que dirigió Herbert Brenon en 1926; la que realizó Elliot Nugent en 1949; la dirigida por Jack Clayton en 1974 (protagonizada por Robert Redford y Mia Farrow) y la que ahora nos ocupa de Baz Luhrmann. Nadie cuenta el filme hecho para televisión en 2001.
El australiano Baz Luhrmann era el candidato ideal para hacer una nueva versión de la novela de Fitzgerald, a juzgar por sus trabajos previos como: Romeo + Julieta (1996) y Moulin Rouge! (2001). No incluyo a Australia (2008), por ser un trabajo mucho más convencional.
Luhrmann siempre ha logrado montajes intensos en sus filmes utilizando los decorados, el vestuario, el maquillaje y la iluminación (los elementos con los que se crean atmósferas) con auténtico sentido explosivo: sus filmes parecen un carnaval de colores.
El gran Gatsby era la novela ideal para seguir en ese estilo: el texto describe la vida loca de los ricos de New York y Long Island en la década de los 20, años de amasar fortunas, de vivir desenfrenadamente al ritmo de jazz, violando la Ley Seca, de (en buen dominicano) echar vainas a los demás en la estúpida competencia de dar las mejores fiestas. Un ambiente que el propio Fitzgerald (y Zelda, su mujer) vivieron plenamente gracias al éxito editorial de su primera novela A este lado del paraíso (1920).
Ese espíritu surreal está presente en cada fotograma del filme de Luhrmann, del que hay que elogiar lo obvio (el formidable trabajo de ambientación) y lo invisible (la acertadísima escogencia del elenco), elogiar incluso las licencias temporales que se toma el director al incluir en el soundtrack artistas contemporáneos de hip-hop, música que sabemos distanciada por años y calidad del sonido del jazz.
A esa surrealidad contribuye notablemente la figura del narrador de la historia, Nick Carraday (estupenda caracterización de Tobey Maguire, más allá de la telaraña) quien narra los acontecimientos, ojo, desde un manicomio. Sólo ese hecho sirve, al menos, a dos propósitos dramáticos: ganar los afectos del público para con los protagonistas del triángulo amoroso (nadie duda de la dulzura de las palabras de un loco) y para proteger del cuestionamiento moral el díscolo comportamiento de esos personajes.
Y detrás del estruendo de la fiesta, de las risas de las chicas beeper de la época, de todo el oropel, las serpentinas de colores, los trajes elegantes, los autos último modelo, está presente la soledad de Gatsby, un pobre tipo que se enamoró de una linda chica rica, esa Daisy de sus sueños húmedos (extraordinario parpadeo de Carey Mulligan, por la pista de adentro en la carrera por el Oscar) con la que no pudo casarse por pobre y a la que regresa todavía más pobre (solamente tiene dinero), para recibir las migajas de su cariño, un adulterio torpe y sin futuro que apenas redime toda la espera, todas las ansiedades reprimidas.
El gran Gatsby (2013). Dirección: Baz Luhrmann; Guión: Baz Luhrmann y Craig Pearce, basado en la novela de F. Scott Fitzgerald; Fotografía: Simon Duggan; Música: Craig Armstrong; Elenco: Leonardo DiCaprio, Tobey Maguire, Carey Mulligan.
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