A riesgo de que me acusen de llover sobre mojado, quiero hacer una afirmación generalmente aceptada: Tim Burton es, sin duda, el mejor director de atmósfera del cine contemporáneo.
Cuando hablamos de atmósfera, queremos significar el logro de ambientar sus filmes con tal nivel de perfección que se nos olvida que la fílmica es una imitación de la otra realidad.
Los verdaderos artistas siempre crean mundos nuevos.
En efecto, Tim Burton sobresale por la excelencia con la que emplea los decorados, el vestuario, el maquillaje, las luces y todo elemento que contribuya a crear la atmósfera adecuada para los personajes del filme. Esto, independientemente de que se trate de una adaptación de cómic (Batman), una fantasía (Eduardo Manostijeras, Big Fish, Charlie y la fábrica de chocolates), de una novela o musical de terror (Sleepy Hollow, Sweeney Todd).
Lo cierto es que, detrás de cada fotograma se siente la presencia de un autor obsesivo por los detalles que sirven para acentuar el ambiente de sus historias.
Sobra señalar que sus proyectos requieren cuantiosas inversiones y que Tim Burton nada en las profundas aguas del cine de autor y la superproducción de Hollywood.
Burton goza de indudable prestigio en Hollywood, a cuyo stablishment le ha hecho más de un guiño (Ed Wood) y le ha puesto en más de un aprieto (Mars attacks).
Con la crítica de cine también su relación ha sido de amor y odio: algunos lo adoran por creaciones como Big Fish, casi todos lo detestan por fiascos como El planeta de los simios.
Pero nadie le rebate su talento sobrenatural para crear atmósferas. Y eso se agradece con la sonrisa del niño que llevamos dentro y que sale a divertirse cada vez que, en la penumbra de la sala de cine, las imágenes en movimiento convocan nuestros mejores sueños.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario