Lo peor que se puede decir de Sanky Panky es que funciona como excusa argumental para el lucimiento del catálogo de cantantes de la empresa productora.
Lo mejor que se puede decir de Sanky Panky es que entretiene: en efecto, el público ríe durante la proyección y ese es el primer objetivo de cualquier comedia.
Lo mejor que puede aportar Sanky Panky al cine dominicano es reconciliar las expectativas del público (el soberano, el que compra la taquilla) con las producciones criollas, relación muy maltrecha después que el pasado año se sentara un insólito precedente de fracasos. Es necesario sintonizar con lo que el público está dispuesto a consumir.
Sanky Panky se sirve de lo más seguro: comediantes más o menos conocidos en la televisión, cantantes populares y una gringa confundida, todos enmarcados en el paradisíaco escenario natural del este del país, resaltado por la excelente fotografía de Elías Acosta.
A medio camino entre la colección de videoclips y el infocomercial de una cadena de hoteles, Sanky Panky logra su cometido: el público la pasa muy bien.
El elenco hace un poco más de lo mismo que hace en la televisión y, en el caso de Tony Pascual, sobreactúa, atropella los diálogos, termina robándose escenas. Brilla con luz intermitente Alina Vargas: tiene futuro en la actuación. Si tan sólo renunciara mínimamente a sus magníficos atributos físicos, que los tiene.
José Enrique Pintor ya mostró credenciales en el drama social con La cárcel de La Victoria (2004) y con Sanky Panky, se confirma como realizador exitoso. Aunque, de vez en cuando, cometa el desliz de permitir que su Sanky Panky entre en crisis existencial y cuestione su mundo, cualidad muy fuera del rango de su personaje y del alcance del comediante Fausto Mata.
Pero, por encima de sus deficiencias, Sanky Panky merece el apoyo de todos: es otro peldaño en el camino que nos conducirá a un auténtico cine dominicano.
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