Shakira es
el musical nombre de una suculenta vaca lechera entregada como activo
explotable, pero ajeno, a una pandilla de “Monos”, un grupo de adolescentes
rebeldes en las montañas de Colombia, quienes juegan a la guerrilla.
A Shakira
deben ordeñarla para que no explote, cuidarla y protegerla como demostración de
disciplina, tanto como a Sara Watson, una rehén americana que ha pasado tanto
tiempo con ellos, que ha desarrollado una nueva variante del Síndrome de
Estocolmo.
Por encima
de las nubes, estos niños y niñas quinceañeras juegan a disparar su cañón de
futuro contra la injusticia de nuestras sociedades. Arrancados por violencia o
ignorancia, eso poco importa, de sus olvidadas comunidades, ellos son los
paladines de la nueva justicia. Menudo futuro nos espera.
Por encima
de las nubes, el frío que padecen ha terminado por secarles el alma,
permitiéndoles apenas breves y fugaces momentos de ternura adolescente.
Estos
“monos” viven una realidad alterna a la de nuestras sociedades de horario
corrido y rutinas tóxicas, esta otra guerra en que todo está programado, esta
otra realidad infestada de políticos. No sabemos qué es peor. Y lo peor,
siempre está por llegar algo peor.
Esas
montañas, ese frío y las explosiones de la guerra son las precisas fronteras
que enmarcan el mundo de estos “monos”, entrenados (como todos) para matar o
morir, para olvidar y parir un mejor futuro, desde su particular punto de
vista. El resto solo somos vulgares espectadores que aspiramos final feliz.
Por su
edad, a estos “monos” podría parecerle aquello un video juego con efectos en
4D. Para nosotros, una herida que nunca va a cicatrizar del todo, mucho menos
con abrazos de guardias y convenios de paz unilaterales.
Alejandro
Landes, con su tercera película (sus títulos anteriores: Cocalero (2007) y Porfirio
(2011), ha construido un poderoso drama cercano al documental por sus
perturbadoras imágenes, dignas del asombro y la incredulidad de todos ante el
problema: ¿cómo es posible que esto siga pasando en algún lugar de Colombia en
pleno siglo XXI?
Landes
acerca su cámara y observa, sin subterfugios complacientes, pero sin
contemplaciones. No juzga, no acusa. Nos hace testigos.
La cruda
realidad es que nadie es inocente en este conflicto: es tanta la irracionalidad
que sacude el aire, que todo pierde su sentido y solo queda aplicar la Ley de la
Selva, nunca mejor dicho.
La
naturaleza es implacable contra todos. Total, si hemos perdido la cordura en el
sinsentido de la guerra porque sí, ¿qué otra fuerza tiene el poder para recuperar
estos esclavos del proceso?
En medio de
la selva, olvidados hasta por el olvido, los instintos emergen como la llave
secreta para la supervivencia. Mientras más salvajes llegamos a ser, más
probabilidades tendremos de salir de este infierno que se cobra con nuestra
cordura. Y, de paso, se engulle nuestra esperanza.
En medio de
la selva, abandonados a su sino, el peor enemigo no son los militares que
custodian el orden: sus peores enemigos son ellos mismos, lobotomizados en el
nombre de ideologías rancias, con apuestas de guerra que siempre se pierden.
En más de
un sentido, estos “monos” recuerdan la locura del coronel Kurtz, el inolvidable
personaje de Apocalipsis Now. Y no es para menos: el viaje hacia las sombras
ha sido el mismo, la desesperanza ha sido común denominador.
Estos
“monos” están entrenados y disfrazados para el circo. De un bando y de otro, se
disparan sus razones. Y sus descargas de metrallas. Al final, solo serán cifras
para los medios de comunicación.
No nos
extraña que Monos ganara el Premio Especial del Jurado en el Festival de
Sundance y el Premio Teddy en el Festival de Berlín: es un drama absolutamente
contundente y una de las mejores películas del año.
Monos
(2019). Dirección: Alejandro Landes; Guion: Alejandro Landes y Alexis Dos
Santos; Fotografía: Jasper Wolf;
Edición: Yorgos Mavropsaridis, Ted Guard y Santiago Otheguy; Música: Mica Levi;
Elenco: Moisés Arias, Julianne Nicholson, Sofia Buenaventura, Julián Giraldo, Karen
Quintero.
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