(Pues al principio sólo era el verbo. Luego vino la
carne, el vino y el Cine, como permanentes tentaciones. Así que vacaciones de
Pascua es sinónimo de Buen Cine y, como mi deuda con el Neorrealismo Italiano
era ya una pesada carga, hice mis maletas y me jondié en un rabo de nube. Estas
torpes notas tienen la intención de compartir la experiencia. –José)
Lo digo de entrada para que, cosas de la edad, no se me
olvide: mi empatía con el Neorrealismo son mayores que las que puedo expresar
en palabras por una razón muy sencilla: ellos liquidaron (dramáticamente) el
Final Feliz, esa tóxica tradición de Hollywood.
Más de uno le dará una interpretación có(s)mica al
asunto, pero cuando se reflexiona en serio, en ningún otro lugar del mundo,
excepto Italia, estaban dadas las condiciones para que naciera un movimiento
fílmico como el Neorrealismo.
Y eso va más allá de que alberga al Vaticano y sus
promesas de milagros; tiene que ver más con el ejercicio crítico de cineastas
con sólida formación que, más o menos conscientes de su rol, se empañaron en
darle nuevos ojos al Cine para la misma realidad, ignorada por aquellos que
nunca renuncian a su zona de confort.
Por principios, los neorrealistas se oponían a los filmes
de “teléfonos blancos”, tan representativos de la época fascista, en los que
las damas de sociedad se pasaban media película, recostadas en sofá satinado,
hablando con sus amantes por medio de un artefacto del color señalado.
Por oposición, los neorrealistas crearon un cine
pletórico de energía en el cual es posible identificar algunas características:
un lenguaje narrativo condicionado por la situación de Italia en esos años,
nuevos modos de producción fuera de los estudios: la calle era la mejor
locación, un cierto compromiso moral del director con su sociedad: una estética
basada en una motivación ética, un cine
que es también un fiel testimonio de su época.
Por la casi nula existencia de recursos casi nunca se
trabajó con equipos de sonido y eso trajo consigo una libertad para la cámara
que les permitió hasta volar por las calles de Roma. También, se puso en marcha
la técnica de acudir a actores no-profesionales para que se representaran, en
muchos casos, a sí mismos. Nadie mejor que un limpiabotas para hacer el papel
de…un limpiabotas.
Estación Visconti.
El precedente del neorrealismo es Obsesión, una adaptación de la novela El cartero llama dos veces, que dirigió Luchino Visconti en 1943 y que, de
manera significativa, supone una nueva formulación para hacer Cine. Primero, se
siente una fuerte influencia de Jean Renoir, director para el que Visconti
había trabajado como asistente, y luego la presentación de un tema como el de
la infidelidad, prohibido por la censura de entonces. Pese a que no era un
filme de “denuncia”, se siente esa extraña atmósfera de opresión y sordidez.
Luego, con La
tierra tiembla (1948), que contó con Franco Rossi y Franco Zeffirelli
como asistentes del director, la postura social de Visconti se hace más
evidente. La anécdota: todos los actores del filme fueron seleccionados entre
los propios habitantes del pueblito de Acitrezza: pescadores, campesinos,
albañiles y vendedores de pescado, quienes hablan en su propio dialecto porque en
Sicilia, el italiano NO era el idioma de los pobres.
Con Bellísima
(1951), Visconti logró una interpretación formidable de Anna Magnani, su pareja
sentimental, y también orquestar una formidable fábula triste sobre una madre
pobre que quiere que su niñita se convierta en celebridad del cine como forma
de escapar de su círculo de miseria. La anécdota: 55 años después, el filme
serviría como inspiración para Almodóvar y Penélope Cruz en la construcción del
personaje central de Volver
(2006).
Estación Rossellini.
Un breve repaso de historia: en 1943, el estatus de Roma
como “ciudad abierta” la libraba, en teoría, de bombardeos aéreos y combates de
guerra. En realidad, los nazis ocupaban la Ciudad Eterna, convirtiéndola en una
gran prisión para todos sus habitantes. Las cosas comenzaron a cambiar con la
llegada de los aliados, pero en enero de 1945, cuando se inició el rodaje de Roma: Ciudad Abierta, los nazis
todavía ocupaban gran parte de Italia. El filme se tiene como la referencia que
marca el nacimiento del Neorrealismo.
Al principio se iba a llamar Una historia de ayer y luego
Ciudad Cerrada, en obvia alusión al toque de queda impuesto por los nazis. Con
el filme, una nueva necesidad expresiva nació para los cineastas italianos. El
filme representa ese “algo nuevo”, esa perspectiva casi documental, con una
fuerte dosis de lo que era la vida diaria de cualquier romano. Al inicio de la
película, un aviso importante: “Los hechos y personajes mostrados, aunque
basados en los trágicos y heroicos eventos de los 9 meses de ocupación nazi,
son ficticios. Cualquier parecido con hechos o personas reales es pura
coincidencia.”
La anécdota: con Roma:
Ciudad Abierta, Rossellini se ganó el corazón de dos de las actrices
más bellas del mundo: Marlene Dietrich e Ingrid Bergman. La primera no pudo
quebrar el vínculo artístico y emocional del director con la actriz Anna
Magnani. La segunda cruzó el Atlántico, desafió todos los protocolos y dió
lugar a una de las más escandalosas y maravillosas historias de amor del Cine,
que dio como fruto a la actriz Isabella Rossellini.
El filme da inicio a su “trilogía de la guerra” que se
completa con Paisá (1946), filmada enteramente con actores no profesionales y
uno de los filmes favoritos de Martin Scorsese; y Alemania Año Cero (1947).
Una trilogía que tiene perspectivas muy precisas: la
primera de la ciudad de Roma y las vicisitudes que sufrieron sus residentes, la
segunda desde el punto de vista de los aliados y su recuperación de Italia; y
la tercera desde el punto de vista de los perdedores: los sufrimientos de los
residentes en Berlín, asediados por la miseria que trae consigo la guerra.
Estación De Sica.
Un repaso de historia: corría el 1941 cuando Vittorio De
Sica realizó su última película “comercial”: Un garibaldino al convento. A partir de ahí, De Sica se propuso
hacer un cine más comprometido en términos políticos. Su primera propuesta fue Los niños nos miran (1943), para la
que contó con la providencial colaboración de uno de los guionistas más
extraordinarios de su tiempo: Cesare Zavattini. Tras la invasión nazi, ambos se
libraron de ser reclutados para la UFA porque, por dos años (deliberadamente)
se embarcaron en la realización de La
puerta del cielo, producido por el Centro Católico de Cinematografía,
valga decir, con el auspicio del Vaticano.
Ese milagroso tándem hizo posible El limpiabotas (1948), primera película en recibir el Oscar de
lo que ahora conocemos como Mejor película extranjera. Narraba los tropiezos de
dos limpiabotas de las calles de Roma, cuyo sueño es poseer un caballo en el
cual dar rienda suelta a sus sueños de jinetes. Pero el mundo está llenos de
canallas y siempre alguien les sirve para sus oscuros propósitos.
Con Ladrón de
bicicletas (1948), una indudable Obra Maestra, que lo cuenta casi todo:
la familia, la dignidad, la pobreza y otros temas universales con muy pocos
recursos. También ganó el Oscar y el reconocimiento mundial para De Sica,
catapultado como una de las principales figuras del Neorrealismo.
Luego vino Milagro
en Milán (1951), en la que no renuncian a la fórmula de hipnosis
colectiva que implica el “Erase una vez…” para las audiencias. En un desborde
de alegre imaginación, un niño nace en el conuco, entre el sembradío de
repollos y llena de alegría la vida de una campesina desconocida, de quien no
necesitamos saber nada para simpatizar con ella. Pura magia narrativa.
Como en nuestros días, un estafador nos miente sobre
nuestro futuro a cambio de $100 liras. El pueblo aplaude cada milagro con la
convicción de ser el Elegido, frente a las imperialistas intenciones de los
poderosos y los cuerpos de seguridad a su servicio.
La comunidad es una feria en la que cada quien obtiene lo
que quiere, desde las cosas necesarias para vivir hasta las frivolidades que
nos venden como necesarias. Como en nuestros días, todos soñamos con volar
hasta un reino donde “Buenos días” signifique verdaderamente “¡Buenos días!”,
al margen de lucha de clases e intereses económicos y otras estupideces de la
vida moderna.
Después del éxito de Milagro en Milán, De Sica hizo lo impensable: Umberto D.(1952), un profundo y sombrío
drama, acerca de la vejez y la soledad en la era de post-guerra. La anécdota:
Maria Pia Casilio, quien acompañó a una amiga al casting de la película y
resultó ser la escogida para el papel, exigió 2 millones de liras para firmar
el contrato. Contaba entonces con con 15
años, nunca había visto una película y mucho menos sabía quien era De Sica. Por
supuesto, el filme le cambió la vida.
Neorrealismo Italiano: nuevos ojos para la realidad de
siempre, que permitió a muchos latinoamericanos que bebieron de sus fuentes (Gabriel
García Márquez, Tomás Gutiérrez-Alea, Julio García Espinoza, Fernando Birri y
otros) inspirarse en su estética y darle vida al Nuevo Cine Latinoamericano.
Una deuda a la que sólo podemos honrar con eterna admiración y respeto.
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