Desde sus inicios, el Festival Internacional de Cine de Cannes se erigió como tribuna para celebrar y estimular la libertad creativa de los cineastas, al margen de cualquier prejuicio.
Surgido como respuesta a un exabrupto de la dictadura de Mussolini, se ha convertido en el mejor escenario para conocer la calidad del cine que se hace en todo el planeta.
Cuentan las buenas lenguas que en 1938, todo el mundo esperaba que ganara La gran ilusión de Jean Renoir. Pero el premio se lo dieron a Olympia, de Leni Riefenstahl (realizadora preferida del régimen Nazi) y el disparate italiano Luciano Serra, Pilota (de Goffredo Alessandrini, hijo bastardo de Mussolini).
El enojo de los franceses fue bíblico: iniciaron amarres para tener su propio festival en el que se escogiera libre de presiones políticas o de cualquier tipo. Lo inauguraron en 1939, con tan mala suerte que al otro día, al cabronazo de Hitler se le antojó invadir Polonia y poner en marcha la Segunda Guerra Mundial. Hubo una pausa hasta 1946.
Así nació Cannes y hoy se ha convertido en el termómetro del cine mundial.
A sus 82 años, Louis Lumiére, el inventor del cine, tuvo el justo honor de ser el Presidente del primer jurado de Cannes. Ese hecho marcaría la pauta del grandioso recorrido del festival.
Cannes ha significado el descubrimiento de los mejores nombres del cine mundial y nadie discute su supremacía entre los festivales de cine.
Simple: Cannes es el más prestigioso festival de cine del mundo. Ganar la Palma de Oro es sinónimo de buen cine y garantía de calidad para los cinéfilos.
Ahora que celebramos sus primeros 60 años, quizá bastaría con soplar las velitas y dejar que las maravillosas imágenes en movimiento llenen de poesía nuestros sueños.
3 comentarios:
Vamos a esperar que dure miles de años... y que la calidad siempre sea la mejor, que viva Cannes!
Joan:
¡Un brindis a la salud de todas las películas!
José
SALUD!!!
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