Insisto
con la idea: uno de los mejores referentes para medir la salud de una
cinematografía es la cantidad de talentos que debutan como realizadores. Y la
calidad que exhiben en sus óperas primas.
En ese
sentido, Nana, ópera prima de Tatiana Fernández Geara, es una de las
mejores noticias de los últimos meses para el cine dominicano.
Madre sólo hay una.
Pues la
verdad es que no. Al igual que cualquier madre, las “nanas” son también manantiales
de ternura que desacatan la primera regla de su contrato social: esto es sólo un empleo. Y terminan creando un
vínculo afectivo más allá de lo conveniente, de lo sugerido, de lo saludable.
La
inversión de cariño es inmensa y apenas retribuida por un salario que
escasamente cumple con las expectativas de quien ama sin remedio, de quien
cuida por vocación y de quien no conoce otra forma de conquistar el mundo.
Lo
primero es señalar la extraordinaria sensibilidad que destila cada fotograma de
Nana:
se nota que Fernández Geara domina el tema. Lo segundo es celebrar la estupenda
selección de “nanas”, un universo que se asume tan variado, aunque con
condiciones sociales parecidas: madres solteras de escasos recursos, escasa
preparación académica y quienes enfrentan cada amanecer su mayor reto:
abandonar sus propios hijos para buscar el sustento de sus familias.
Las escogidas
dan rostro y voz a otras tantas que vemos en hogares propios y ajenos, trocando
enanos en hombres y mujeres de bien.
Esta buena
escogencia, permite hilvanar un lazo dramático con el espectador, que sólo la
magia del documental testimonial es capaz de crear. El impacto emocional está
garantizado.
No hay nada como el amor de una madre.
Una de
las primeras consecuencias que se evidencia en Nana con la separación de
las madres que deben trabajar como “nanas” es el hecho de que deben confiar el
cuidado de sus propios hijos a las cariñosas tías y abuelas (otras “nanas” con
vinculación de sangre) disponibles para llevar a cabo semejante tarea.
Y las “nanas”
de contrato y las “nanas” de la familia también aman sin límites de ningún
tipo, más allá de cualquier regla. Cuando falta la madre biológica, las “nanas”
se convierte naturalmente en madres con igual intensidad en su amor hacia
quienes están ayudando a crecer.
Un nuevo
“amor de madre” que surge como consecuencia de las diferencias sociales que han
marcado el destino de tantas mujeres, de tantas exclusiones sociales injustas,
de una sociedad abiertamente discriminatoria.
En el
aspecto formal, Nana, exhibe una prístina mirada a todas esas nanas y sus
críos, desde la precisión del lente de Fernández Geara, una profesional del
Fotoperiodismo que no deja fuera de la receta lo más importante: el elemento
del sentimiento.
Nana es
uno de los mejores estrenos del año.
Nana (2015).
Dirección y fotografía: Tatiana Fernández Gerara; Guión: Tatiana Fernández Geara
y Juanjo Cid; Edición: Juanjo Cid; Sonido: Franklin Hernández; Canción: “Madre”
de Eladio Romero Santos.
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