jueves, julio 23, 2009

Promesas peligrosas de David Cronenberg


David Cronenberg es al cine canadiense lo que su tocayo David Lynch es al cine americano: el cineasta que retrata el lado oscuro del alma. Ha trabajado más que nadie ese submundo oscuro que se esconde detrás de la linda realidad y del que nadie quiere hablar, del que nadie admite que existe pero está, de alguna forma, presente en nuestras vidas.

Promesas peligrosas trata el tema del despiadado modus operandi de la mafia rusa, o

Vory v zakone (en mis profundos conocimientos de ruso, “Ladrones de ley”). Conocemos mucho más de la Cosa Nostra, la mafia siciliana, que, según la leyenda, puede encontrarse en Estados Unidos.

Hasta simpatizamos con la Familia Corleone de El Padrino.

Esa es la primera diferencia de este filme: conocemos de la férrea estructura que, bajo la fachada de un restaurante gourmet, maneja el lucrativo negocio del contrabando de todo lo imaginable, incluyendo mujeres rusas, que huyen de su miseria atraídas por los cantos de sirena, por las promesas redentoras del este liberado, para caer en una red de prostitución que es también un callejón sin salida. Le conocemos y hasta le tememos, pero no simpatizamos con ellos.

Una dualidad interesante: el guión del filme trata de mostrar algunas de las implicaciones afectivas que conlleva la actividad mafiosa, mientras Cronenberg se empeña es poner en pantalla el lado más cruel y más sangriento, la cara más repulsiva de estos personajes devenidos en bestias que degollan a cualquiera por nimiedades, sin guardar apariencias, ni respetar jerarquías.

Hay que darle su crédito a Cronenberg como director: siempre nos mantiene a la expectativa con un pulso de realizador veterano que sabe lo que quiere contar. Mención aparte la selección de su magnífico elenco: desde un irreconocible Viggo Mortensen, pasando por una siempre brillante Naomi Watts, hasta el renombrado director polaco Jerzy Skolimowski (Stepan).

¿Una película cruda? Sin duda. ¿Un filme necesario? Absolutamente. El mundo no es un jardín de rosas. Lo peor: nadie ha hecho tal prometido.

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