(Revisando mi listado de favoritas latinoamericanas, re-descubro Amores perros, la ópera prima de Alejandro González-Iñárritu. Ahora me doy cuenta de que sin saberlo, asistimos a un momento mágico en la historia del cine.)
Para un director de cine, su ópera prima es más que la suma de sueños, esfuerzos, obsesiones y propuestas. Esa primera película es su tarjeta de presentación para el escenario cinéfilo. Por ella, muchos lo evaluamos en función del porvenir.
Para los espectadores, una ópera prima es un pasaporte a un nuevo universo de ideas, a una nueva forma de decir, a una personalísima perspectiva de la vida.
Una ópera prima es más que el enorme privilegio que nos brinda un artista de saborear sus sueños en bandeja de celuloide. Es ampliar nuestros horizontes para alcanzar un nuevo cielo. Es descubrir (y descubrirnos) en ese espejo ajeno nuestros más válidos sueños.
Porque de lo que se trata es de tejer mejores lazos entre todos y todas las historias, de explorar nuestra vocación por el misterio.
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