martes, abril 22, 2014

Andrei Tarkovski: retratar al alma, esculpir en el tiempo.


(Como es tradición, estas Vacaciones de Pascua es un tiempo maravilloso para invertirlo en algún Maestro del Cine. Este año, cada segundo se lo dedico al ruso Andrei Tarkovski, gracias a la cinéfila solidaridad de Alberto Ramos, uno de sus devotos más fieles en el Caribe. –José D’Laura.)

Decía el sueco Ingmar Bergman que las películas del ruso Andrei Tarkovski eran como milagros: “Tarkovski para mí es el más grande, un cineasta que inventó un nuevo lenguaje que captura la vida como un reflejo, la vida como un sueño.” Anda pal carajo, me quedé sin palabras y tengo que escribir esta nota.
Uno de los cineastas más estudiados hoy día, Andrei Tarkovski (1934-1986), es un universo siempre pendiente de descubrir por las nuevas generaciones de cinéfilos y realizadores, ¡ay!. Un cineasta con una propuesta que siempre se hace nueva, para terror de sus detractores y francotiradores del talento ajeno.
Como Buñuel, nos encanta con sueños. Como Bergman, sus personajes sobrellevan esa pesada carga de existencialismo. Como Kurosawa, nos encanta con aguaceros torrenciales, como de sueños. Pero Tarkovski fue grande porque retrata el alma del hombre y lo hace con una certeza poética que muy pocos han logrado en la historia del Cine.
Cuando rodó su filme debut, La infancia de Iván (1962) le ocurrió lo mejor que le puede pasar a un realizador: se llenó de preguntas. Preguntas que casi encontraban respuestas en su siguiente filme, pero que también se multiplicaban exponencialmente: “Hasta después de La infancia de Iván no tuve conciencia de la necesidad de mi tarea creativa. Al terminar, sentí por primera vez que el Cine estaba cerca, en algún lado.”
Y entonces se puso a pensar, acto absolutamente necesario antes de escribir y rodar. Para los sedientos, Tarkovski: “En el Cine lo que me atrae son las interconexiones poéticas que se salgan de la normalidad. La lógica de lo poético. El Cine es la más verídica y poética de todas las artes.”
Cualidad del buen cineasta: sus filmes proponen más preguntas, que las respuestas que puede balbucear.
En La infancia de Iván, el protagonista es un niño que sueña y que juega a la guerra. Para Iván su juego es cruzar el río hasta donde se encuentran las líneas alemanas. Un juego que ha tenido decenas de imitadores con mucho menos suerte: El imperio del Sol (1987, Steven Spielberg), El niño del pijama de rayas (2008, Mark Herman), In Darkness (2011, Agnieszka Holland) y un largo etcétera.
Un debut que lo plantó de golpe en el circuito internacional de cine, que le valió el León de Oro en Venecia y que llamó la atención de las autoridades del temible Goskino, el Comité Estatal de Cine: La infancia de Iván no cumplía con las exigencias de “realismo socialista”. Un estigma que perseguiría a Tarkovski toda su vida y que terminaría, unos años más tarde, forzándolo a emigrar a Suecia.
El mismísimo Jean-Paul Sartre acuñó un nuevo término, “surrealismo socialista”, para referirse al combinado de sueño y vigilia logrado en La infancia de Iván.
Andrei Rublev (1966), que los gringos, con esa sabiduría mercadológica que les caracteriza, han re-bautizado La pasión según Andrei, fue la segunda empresa en que se embarcó Tarkovski luego de rechazar todas las propuestas imaginables y sufrir todo tipo de limitantes en su intención de rodar El idiota de Dostoyesvki, así como la negativa total para hacer un filme dedicado al Evangelio de Lucas.
El estreno del filme coincidía con el quinto centenario del nacimiento de Rublev, Maestro de la pintura rusa que legó una obra llena de armonía y claridad, tanto más sorprendente por su contraste con las condiciones históricas en que vivió.
El paralelismo no podía ser más obvio: Tarkovski también era víctima de esa misma intolerancia y su filme estuvo cinco años prohibido. Su presentación en el Festival de Cannes puede verse como el resultado de la cruzada personal de Robert Favre Le Bret. Cuando las autoridades rusas pidieron la devolución inmediata del filme, algún tíguere le hizo una copia pirata a Andrei Rublev, dando inicio a uno de los más célebres mitos de joyas cinematográficas salvadas de la censura.
Solaris (1972), fue considerada por muchos como la respuesta rusa a 2001: Odisea del espacio (1968, Stanley Kubrick), ¡ay tiempos neuróticos de la Guerra Fría! El propio Tarkovski, con esa humildad característica de los genios, decía que era su película menos lograda por no escapar de los convencionalismos del género de ciencia-ficción. Sin embargo, un crítico italiano fue mucho más preciso: Solaris inaugura el género de la “conciencia-ficción”.
El océano del asteroide Solaris sondea los cerebros de nuestros astronautas y materializa la imagen que tienen de seres queridos, del pasado o del futuro, reales o imaginarios.
Si hay una película en la historia del Cine en la que cada quien ve lo que quiere ver, esa es El espejo (1974), título sugerente, significativo y formidable donde los haya. El filme es un collage de recuerdos de la infancia del propio Tarkovski, mezclado con material de la Guerra Civil Española, la II Guerra Mundial y de la guerra entre Rusia y China; y con un hilo conductor formidable: los poemas escritos y recitados por Arseni Tarkovski, padre del director.
Como si probáramos Ratatouille, el filme nos transporta de golpe al recuerdo de la madre, al sabor de la infancia redimida, funcionando como catalizador de nuestros propios recuerdos con un impacto sentimental devastador. Para los incrédulos, Tarkovski: “El Cine es una realidad emocional y, como tal, el espectador lo percibe como una segunda realidad.”
En Stalker (1979) tres individuos (un escritor que odia escribir, un científico sin oficio y el stalker (o guía) del título) emprenden un viaje hacia el lugar más silencioso del mundo: La Zona, un sitio que, como es debido, las autoridades han prohibido visitar.
Todos buscan su ideal de felicidad en el viaje que, en realidad (virtual), son dos: uno físico hasta La Habitación, donde sus deseos más profundos se hacen realidad; y otro mental. Como si fuera el camino a Oz, pero sin brujas buenas, ni malas y la Dorothy del cuento desaparece antes que inicie la acción. Inventario para la felicidad post-moderna: teléfono, electricidad y pastillas para dormir.   
Para la historia queda el episodio de que una máquina de revelado dañó la mayor parte de la película. Ante la negativa del Goskino para compensar las pérdidas, Tarkovski redimensionó la película en dos partes. La primera con el material salvado y la segunda con el material que pudo rodar con un presupuesto adicional. Todo un genio.
Cuando rodó Nostalgia (1983), estaba gravemente aquejado de ese típico estado anímico común a toda Rusia. Era la primera vez que dirigía fuera de su país y, aunque todavía contaba con el permiso oficial, era inminente su definitiva salida hacia horizontes menos sofocantes. Hay que imaginar el dolor de ese exilio para un director que otorgó gran importancia a la idea del hogar: esas paredes que atrapan la infancia, ese mundo de primeras sensaciones, ese pedazo de tierra que puedes llamar Patria y sientes tan tuyo.
Su último filme, Sacrificio (1986), es un desgarrador canto a la esperanza, al hombre, a lo que queda de este mundo. Prefiero citar el lamento de uno de sus personajes: “La humanidad va por un camino equivocado, un camino muy peligroso. Existe el miedo a la muerte, que es un miedo terrible. ¡Cuán diferentes serían las cosas si pudiésemos dejar de temer a la muerte!”. Quizás, la única manera de salvarnos de la desesperanza es hacer el amor y salir volando, ¡ay, Subiela!.
A lo largo de su carrera, Tarkovski mantuvo una curiosa relación con el público y, constantemente, se veía abrumado por cartas que exigían respuestas a las tantas preguntas que originaban sus filmes. Porque muchos de los cinéfilos acuden al cine a buscar una historia, con un tema, con héroes y, casi siempre, un final feliz. Para los hambrientos, Tarkovski: “Para mí no hay duda de que el objetivo de cualquier arte consiste en explicar por sí mismo y a su entorno el sentido de la vida y de la existencia humana. O quizá no explicárselo, sino tan sólo enfrentarlo a esa interrogante.”
En las películas de Andrei Tarkovski no encontrarán respuestas de laboratorio. Siempre tratan de una búsqueda. Una búsqueda que comienza con cada amanecer y las alas con las que vestimos nuestro corazón.

1 comentario:

Ivan dijo...

Primeras citas

El breve instante en que estábamos juntos
lo celebrábamos como una epifanía,
solos en la tierra. Y tú, más intrépida
y más ligera que un ala de pájaro,
volabas los peldaños como un vértigo desde lo alto,
arrastrándome a través de las lilas a tu imperio,
allá lejos, más allá del espejo.

Cuando llegaba la noche y se me otorgaba la gracia
se abría por fin la puerta del altar
donde, resplandeciente en la sombra,
tu desnudez se inclinaba lentamente.
Y al despertar decía: “Bendita seas por siempre”
y comprendía la audacia de mi bendición, pues dormías
y las lilas sobre la mesa buscaban
Rozarte para teñir tus párpados
con un dedo de azul, color del universo.
Sombreado de azul estaba quieto tu párpado,
tu frente serena, tu mano tibia.

En el cristal palpitaban los ríos,
brillaban los mares, se ocultaban las cimas
y en tu palma, sobre un trono,
sostenías esa esfera de cristal,
¡oh, justo cielo! ¡Y me pertenecías!
Despertabas… Un instante después
transfigurabas el vocabulario de todos los días.
Vibrantes las palabras desbordaban
plenas de vida, y la palabra tú
nos revelaba un sentido de luz.

Hasta los simples objetos familiares
–palagana, jarra— todo se transfiguraba
cuando entre nosotros, erguida como un dique,
acechaba el agua dura y estratificada.

Nos dejábamos llevar sin saber adónde.
Frente a nosotros, cual espejismos
milagrosamente edificados, las ciudades se apartaban.
A nuestros pies se tendía la mejorana,
el pájaro seguía nuestras lejanas caminatas
y los peces remontaban la corriente,
se abrían para nosotros los celestes espacios…

Mientras el destino, con una navaja en la mano,
Seguía nuestras huellas como un demente.

De Arseni Tarkovsky