martes, agosto 25, 2009

Sugar: el lado amargo del béisbol


El béisbol forma parte de la identidad dominicana. Más que un deporte, es una pasión nacional que se vive y se sufre con la misma intensidad del primer amor.

Desde del invento de la agencia libre en el béisbol de Estados Unidos, los peloteros bailaron una danza millonaria que los reinvidicó socialmente. Para los jugadores dominicanos, se convirtió en su única posibilidad de ascender socialmente. Tenemos una nueva Meca: Major League.

Eso explica el fenómeno de que cientos de familias fundamentan sus esperanzas de mejoría económica si uno de sus muchachos llega a las grandes ligas y, eventualmente, consigue un contrato que compense su talento para el juego.

Estamos tan hipnotizados por la ilusión que nunca percibimos que, por cada Sammy Sosa (a quien muchos atribuyen el renacimiento del béisbol) cientos de jóvenes ven frustradas sus esperanzas y aportan su propio ladrillo al muro de los sueños rotos.

Sugar, escrito y dirigido por Ryan Fleck y Anna Boden, aborda la travesía de llegar a las grandes ligas desde la perspectiva de quien no tuvo la calidad necesaria para establecerse en grandes ligas. Y, como perspectiva, se agradece porque siempre olvidamos el lado amargo de la historia.

Sugar, si dejamos de lado las deficientes actuaciones, posee el gancho dramático necesario para atraparnos en su drama. Y aporta: las escenas rodadas en Dominicana contienen más de nuestros elementos culturales que muchas películas “dominicanas”.

Fleck y Boden trabajan muy bien su aproximación al complejo universo de un prospecto dominicano y, a pesar de su evidente indulgencia para los personajes gringos, es indudable su honestidad a la hora de concebir los protagonistas.

Sugar es una película de bajo presupuesto que se acerca más al lado humano de la historia (siempre el más interesante) con más contenido que cualquier gran superproducción de Hollywood que nos deja con las ganas de menos efectos, de menos defectos.

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