Udo Kier, fallecido a los 81 años, fue uno de esos intérpretes capaces de imprimir carácter incluso en los papeles más breves. Nacido en Colonia durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, el actor, abiertamente gay, levantó desde cero una carrera que lo llevó de los márgenes del cine europeo a sets de Hollywood, siempre con la misma mezcla de riesgo, ironía y entrega absoluta.
Kier irrumpió en los años setenta gracias a sus
colaboraciones con Andy Warhol y Paul Morrissey. Sus interpretaciones en Flesh for
Frankenstein y Blood for Dracula lo
convirtieron en un rostro imposible de olvidar. No era solo su mirada
magnética, era su forma de entender la pantalla en donde todo debía tener
intensidad, incluso lo grotesco. Esa energía lo llevó a trabajar con Rainer
Werner Fassbinder en títulos como La mujer del ferroviario, La tercera generación, Berlin
Alexanderplatz y Lili Marleen, donde reveló una faceta más contenida, pero
igualmente potente.
A finales
de los ochenta inició otra alianza clave, esta vez con Lars von Trier. Con
él construyó una relación creativa que cruzó décadas y que dejó una lista de
créditos inolvidables: Epidemic, Europa, Breaking the Waves, Riget, Dancer in the Dark, Dogville, Manderlay, Melancholia y Nymphomaniac.
Von Trier encontraba en Kier lo que pocos actores ofrecían: una presencia que
no necesitaba explicación.
Su entrada al cine estadounidense fue impulsada por Gus Van
Sant, quien le abrió la puerta con My Own Private
Idaho junto a Keanu Reeves y River Phoenix y más tarde
con Even Cowgirls Get the Blues, protagonizada por Uma
Thurman. Pronto llegaron títulos mainstream como Ace Ventura: Pet
Detective, Armageddon y Blade, donde volvía a destacar a pesar de su tiempo
limitado en pantalla. En paralelo, su aura magnética lo llevó a colaborar con
Madonna en su libro Sex y
en videos como Erotica y Deeper and Deeper, así como en otras memorables
colaboraciones junto a Goo Goo Dolls y Korn,
además de participar con su voz en varios videojuegos.
En
República Dominicana, rodó La fiera y la fiesta, a las órdenes
de los cineastas Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas.
Kier nunca
fue un actor convencional. Tampoco quiso serlo. Eligió el riesgo sobre
la comodidad y convirtió lo atípico en una marca personal. Su filmografía es un
mapa del cine que se atreve. Experimental, pop, extremo, clásico, a veces todo
a la vez. Con su muerte se apaga una presencia que hacía avanzar las historias
desde la periferia, con un solo gesto. Su legado queda firme y pocas carreras
han sido tan libres en la historia del cine.

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