Un
hombre.
Una mujer.
Una playa desierta.
Un cielo turbulento.
Música embriagadora.
Una idea de tres meses.
Un rodaje de tres semanas.
Una escena de veinte segundos.
La eternidad, al final, solo dura un instante.
Fue hace
60 años. En 1965, dos seres dañados interpretados por Anouk Aimée y Jean-Louis
Trintignant se conocieron, se encantaron, resistieron y finalmente giraron bajo
la cámara incandescente de Claude Lelouch. La Palma de Oro en Cannes en 1966,
los dos Oscar en Hollywood en 1967 y las docenas de premios en todo el mundo
palidecen en comparación con este grandioso momento de ternura, simplicidad y
belleza.
Porque es sin duda el abrazo más famoso del séptimo arte ("étreinte"
en francés, el anagrama de "éternité"), porque no se puede separar a
un hombre y una mujer que se aman, porque no se puede separar a ese Hombre de
esa Mujer, el Festival de Cannes ha elegido por primera vez en su historia
presentar un doble cartel oficial. Un Hombre y una Mujer. Uno al lado del otro.
De nuevo juntos.
— Él:
Cuando algo no es serio, decimos que es como una película. ¿Por qué crees que
no se toman en serio las películas?
— Ella: ¿Quizás porque solo vamos al cine cuando todo va bien?
— Él: ¿Entonces crees que deberíamos ir cuando todo va mal?
— Ella: ¿Por qué no?
En
tiempos que parecen querer separar, compartimentar o subyugar, el Festival de
Cannes quiere (re)unir; acercar cuerpos, corazones y almas; fomentar la
libertad y retratar el movimiento para perpetuarlo; encarnar el torbellino de
la vida para celebrarlo, una y otra vez.
Este
hombre y esta mujer, premiados en Cannes —mejor actor (Z,1969), mejor
actriz (Salto al vacío, 1980)— ya no existen. Estos dos carteles
también les rinden homenaje. Magníficos héroes de la delicadeza y la seducción,
Anouk Aimée y Jean-Louis Trintignant iluminan para siempre la película de
nuestras vidas, como estos dos carteles, cuyos colores expresan la intensidad
de un amor apasionado que triunfa sobre la desesperación. Esta luz ya no viene
del cielo, hoy turbado por todos lados por nubes oscuras; emerge de la fusión
radiante de dos seres que nos reconcilian con la vida.
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