viernes, septiembre 01, 2023

Robert McKee y la guerra contra los clichés

(Robert McKee es considerado uno de los principales teóricos de los secretos del guion cinematográfico, una ciencia muy nueva y, lamentablemente, desconocida para muchos escritores de Hollywood. En su formidable texto “El guion. Sustancia, estructura, estilo y principios de la escritura de guiones”, McKee advierte sobre una de las trampas más comunes para quienes escriben para el cine: el cliché. Para aprender, siempre es bueno leer a quienes más saben.     –José D’Laura)

 

Tal vez ésta sea la época más exigente de la historia para los guionistas. Comparemos nuestro público actual, saturado de historias, con el de siglos anteriores. ¿Cuántas veces al año iban los victorianos educados al teatro? En una época de familias numerosas, sin lavadoras, ¿de cuánto tiempo disponían para la ficción? Durante una semana normal, nuestros tatarabuelos quizá leyeran o vieran cinco o seis horas de narración –la misma cantidad que muchos de nosotros consumimos hoy diariamente–. Para cuando un espectador moderno esté expuesto a nuestra obra habrá absorbido decenas de miles de horas de televisión, de cine, de prosa y de teatro. ¿Qué se puede crear que no haya visto antes? ¿Dónde podemos encontrar una historia verdaderamente original? ¿Cómo ganaremos la guerra contra los clichés?

Los clichés son la base de la insatisfacción del público, y como una plaga se difunden a través de la ignorancia, y llegan a afectar, como en la actualidad, a todos los medios narrativos. Con demasiada frecuencia cerramos novelas o salimos de un cine aburridos por un final obvio desde el principio, desanimados porque ya antes habíamos visto esas escenas y personajes cargados de clichés. El motivo de esta epidemia mundial es sencillo y claro: El guionista no conoce el mundo en el que se desarrolla su historia.

Este tipo de escritores selecciona una ambientación y redacta un guion suponiendo que tiene un conocimiento de su mundo ficticio del que realmente carece. Cuando estos escritores se estrujan el cerebro buscando material no encuentran nada, y entonces, ¿a qué recurren? A películas cinematográficas y televisivas, a novelas y obras de teatro con ambientaciones similares. Toman las obras de otros autores y se apropian de escenas que ya hemos visto antes, hacen paráfrasis de diálogos que ya hemos oído antes, disfrazan a personajes que ya hemos conocido antes y todo ello lo presentan como una nueva creación. Recalientan los restos literarios y nos sirven platos llenos de aburrimiento porque, independientemente de su talento, carecen de una comprensión profunda de su mundo y de todo lo que él contiene. Para alcanzar la originalidad y la excelencia resulta fundamental conocer desde dentro el mundo en el que se desarrolla nuestra historia.

Las HISTORIAS deben cumplir sus propias normas de probabilidad. Por consiguiente, los acontecimientos que elija el guionista estarán limitados por las posibilidades y probabilidades marcadas por el mundo que diseñe.

Cada mundo ficticio crea una cosmología única y establece sus propias «normas» respecto al cómo y al porqué de lo que ocurre en su interior. No importa cuán realista o extraña sea su ambientación porque una vez se han establecido sus principios causales no se pueden cambiar. Las historias no se materializan de la nada, sino que surgen de los materiales que ya existen en la historia y de las experiencias de los seres humanos. Desde la primera imagen percibida, el público inspecciona nuestro universo ficticio, distinguiendo lo posible de lo imposible, lo probable de lo improbable. Conscientemente o no, los espectadores quieren conocer nuestras «leyes», descubrir el cómo y el porqué de las cosas que ocurren en nuestro mundo particular. Somos nosotros quienes establecemos esas posibilidades y limitaciones a través de nuestra elección personal de ambiente y nuestra manera de trabajar dentro de él. Hemos inventado esas fronteras y nos vemos forzados a cumplir con un contrato. Porque una vez que el público entienda las leyes de nuestra realidad, se sentirá engañado si no las cumplimos y rechazará nuestro trabajo por considerar que carece de lógica y convicción.

El mundo de una historia debe ser lo suficientemente pequeño como para que la mente de un artista sea capaz de rodear el universo ficticio que crea y llegar a conocerlo con la misma profundidad y detalle con que Dios conoce el que Él creó. Como solía decir mi madre: «No ocurre nada que Dios no sepa». En el mundo de un guionista no debería moverse una mosca sin que él lo supiera. Para cuando se termina el último borrador, el escritor debe poseer un conocimiento absoluto de su ambientación con tal profundidad y detalle que nadie pueda plantear ninguna pregunta sobre ese mundo (desde los hábitos alimenticios de los personajes hasta el clima que hace en septiembre) que él no pueda responder al instante.

Un «conocimiento absoluto» no significa poseer una mayor conciencia de cada una de las grietas de la existencia. Significa tener un conocimiento acerca de todo aquello que sea pertinente. Tal vez parezca un ideal imposible, pero los mejores guionistas lo consiguen cada día.

No es que los buenos artistas piensen deliberada y conscientemente acerca de cada uno de los aspectos de la vida de sus historias, sino que a un cierto nivel sus historias lo absorben todo. Los grandes escritores conocen. Por consiguiente, trabajan dentro de lo que resulta conocible. Los mundos vastos y populosos exigen un esfuerzo mental tan importante que el conocimiento por fuerza suele ser superficial. Los mundos limitados, restringidos en tamaño y complejidad, ofrecen la posibilidad de alcanzar un conocimiento profundo y amplio. La ironía de la ambientación frente a la narración es la siguiente: cuanto mayor sea el mundo, más diluido estará el conocimiento que tenga el autor, por lo que contará con menos opciones creativas entre las que elegir, lo que impondrá un mayor uso de clichés en sus guiones. Cuanto menor sea el mundo, más completo será el conocimiento del autor y más opciones creativas tendrá a su disposición. Resultado: una historia completamente original y una victoria en nuestra guerra contra los clichés.

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