martes, diciembre 29, 2020

Nunca, casi nunca, a veces, siempre: excelente filme de Eliza Hittman.

Autumn tiene 17 años y está embarazada. Está absolutamente convencida de que quiere interrumpir su embarazo y para eso debe viajar desde Pensilvania hasta Nueva York. Esta es la poderosa premisa que presenta la guionista y directora Eliza Hittman en Nunca, casi nunca, a veces, siempre, su tercera película y uno de los mejores títulos indies de 2020.

De hecho, el filme debutó en el Festival de Sundance, donde consiguió el Premio Especial del Jurado. Semanas más tarde, en el Festival de Berlín se alzó con el Oso de Plata del Gran Premio del Jurado. Aparece en casi todas las listas (incluyendo la de Pedro Almodóvar) como uno de los mejores filmes del año y, de seguro, conseguirá varios trofeos en la próxima Temporada de Premios.

Es simple: Hittman ha construido un drama desgarrador de la traumática experiencia del aborto para una adolescente que apenas consigue comunicarse con su mamá. De su papá, no tenemos la menor pista, brilla por su ausencia. Para ello, la directora ha empleado recursos mínimos: prácticamente dos adolescentes permanecen en pantalla todo el tiempo (sobretodo Sidney Flanigan, anoten su nombre para cuando lleguen las nominaciones) que se reparten el peso dramático del filme, el peso del secreto compartido y el peso del viaje hasta las entrañas de la Gran Manzana, en un ejemplo de extraordinaria sororidad, expresada en eternos apretones de manos.

Este viaje no es una fiesta. No hay postales de Central Park, ni la Quinta Avenida. Nueva York es una ciudad fría, oscura, sucia, deprimente que se engulle a estas víctimas abandonadas a su propia suerte, entre los vagones del subway. Frente al mínimo calor que proviene del confort de una ciudad pequeña, se opone la metrópolis que nos despersonaliza, en la que somos un número de seguridad social y en la que nadie ofrece nada a cambio de nada.

Hittman persigue a sus protagonistas, pero no las acosa. Nos convierte en testigos excepcionales de la indiferencia con la que se pasean entre túneles, entre rutas hacia ninguna parte, ese duro camino de la desesperanza tan brutal como inexpugnable.

Hittman tampoco se permite juicios morales: simplemente denuncia la inequidad del sistema de salud de Estados Unidos, cuyos funcionarios son muy amables y competentes, pero tienen la terrible tarea de hacer las preguntas pertinentes, cuyas devastadoras respuestas se enmarcan en las opciones que describe el título. No quiero imaginarme lo que será en Dominicana, en donde permanecemos en la Edad Media con relación a ese tema. Es la virtud del cine independiente: como no hay ninguna major cuidando su cuantiosa inversión ante el temor de que el filme sea rechazado por el gran público (o que el tema no resulte de su agrado) e incluso deben aparecer en la lista de prohibidos de los sectores más conservadores de esa nación.

A lo largo del filme se respira un aire a Cinema Verité que, por supuesto, está alejado del despropósito fílmico de Hollywood. Este filme está hecho con la intención de mostrar una realidad que no resulta placentera para nadie. Para eso se necesita el valor y la osadía de desafiar los estándares de “lo soportable” para Hollywood. Por supuesto, no se trata de mostrar, se trata de “hacer sentir” y Hittman cumple a plena cabalidad con su propuesta.

Nunca, casi nunca, raras veces, siempre es un filme que no permite la indiferencia como respuesta. O lo amas o lo odias. Pero, más allá de las subjetividades de cada quien, abre las posibilidades para conversar sobre uno de los problemas más terribles que enfrentan las jóvenes del siglo XXI.

Voy más lejos: Nunca, casi nunca, raras veces, siempre es una de esas películas destinadas a crecer conforme pasa el tiempo. Destinada a ser debatida (y comprendida en toda su extensión) tan pronto nos recuperamos del estupor. El problema es que mucha gente tarde años en ese proceso.

Pero nadie, absolutamente nadie puede rebatirle que es uno de los mejores títulos del pandémico 2020.

 

Nunca, casi nunca, raras veces, siempre (2020). Dirección y guion: Eliza Hittman; Fotografía: Hélène Louvart; Edición: Scott Cummings; Música: Julia Holter; Elenco: Sidney Flanigan, Talia Ryder, Théodore Pellerin.

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