Hasta hace unos meses, Marion Cotillard era una francesita de belleza frágil que le caía en gracia a Russell Crowe en Un buen año.
Pero la suerte tocó a su puerta en forma de Edith Piaf, un personaje que, como el amor, sólo se presenta una vez en la carrera de una actriz. Y parece como si Cotillard se preparó toda su vida para encarnarla.
Ella ha ganado un verdadero alud de premios, 19 para ser exactos, incluidos el Oscar, el Cesar, el Globo de Oro, el Bafta y el Lumiére.
No acostumbro a argumentar de esta manera, pero tanta gente no puede estar equivocada: estamos frente a una actuación memorable, una actuación que traspasa los límites de una simple representación.
Primero está el reto de representar a Piaf, un venerado símbolo francés, porque no se trata de otra biografía de otra famosa más, sino de la mejor vocalista de su época, quien cantaba y encantaba las audiencias con su maravillosa voz, sin que importara el idioma de las canciones. En la propia película, otra auténtica diva, Marlene Dietrich la define sin desperdicios: “Su voz es como el alma de París”.
Segundo, el formidable trabajo de meterse en la piel de Piaf, con el lamentable deterioro físico que sufrió (sabemos que el maquillaje ayuda) y sacar partida dramática a tanto abandono, soledad, incomprensión y cualquier otro obstáculo que sufrió “El Gorrión”. Cotillard hace galas de un arsenal de gestos corporales, inflexiones de voz, etc. que realmente resultan convincentes y, para eso (también lo sabemos), no hay maquillaje que valga.
La formidable recepción que el público francés brindó al filme dirigido por Olivier Dahan es su mejor carta de recomendación.
No creo que sea, dentro del biopic, una obra excepcional, sin embargo deseo rescatar de su dirección estrictamente adecuada, las dos licencias reales-maravillosas que se toma: Santa Teresa y Marcel Cerdan.
El resto es la voz de Edith Piaf y contra su embrujo no hay amuleto que valga.
2 comentarios:
La mejor que he visto en años. Tremenda actuación.
muy buena pelicula, me gusto mucho.
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