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Pues bien, nada de lo escrito anteriormente me ha impedido disfrutar de Los Simpson, la película que se estrenó en todo el mundo (incluyendo nuestra media isla) el pasado fin de semana. ¿Por qué la disfruté? Simple: lo políticamente incorrecto siempre ha contado con mi absoluta simpatía.
Estoy gratamente sorprendido por el desparpajo de los personajes para criticar ácidamente algunos aspectos de la sociedad norteamericana contemporánea, verbigracia, su total apatía a los temas ambientalistas.
Es fascinante descubrir que los chicos malos de USA han encontrado en los cartoons (otro en la misma línea es South Park) una magnífica vía de expresión crítica que, además, cuenta con el favor del público: Los Simpson debutó en la primera posición de las taquillas con la astronómica recaudación de US$71.9 millones, el quinto mejor debut para un filme en el 2007.
Hay que resaltar dos aspectos básicos en la película dirigida por David Silverman: su contínua referencia a otras películas y la violación del propio discurso narrativo del cine.
En relación a las referencias a otras películas, 2001: Odisea del espacio, Titanic, Día de la independencia, El hombre araña, Una verdad incómoda y muchas más son reconocidas por el público a través de la satirización de sus escenas más famosas.
En relación a los atrevimientos contra las reglas del discurso narrativo, Los Simpson establece una especial empatía con el público desde el primer minuto: nos definen como crédulos, porque hay que ser… para pagar por ver algo que es gratis en la televisión. Como vienen del mundo de la televisión, no falta la promoción a un ficticio programa de la cadena Fox, ni la clásica pantalla de “Continuará”, tan familiares a los adictos a las series. También incluyen su llamado contra la piratería cuando uno de los niños copia en la pizarra: “No descargaré ilegalmente esta película”.
Un consejo: búsquese la mejor excusa (si la necesita) y disfrute de una de las mejores comedias ácidas de los últimos tiempos.