viernes, noviembre 20, 2020

El futuro del cine de Hollywood.

El 2020 trajo consigo una vuelta de tuerca inexpugnable: la pandemia del coronavirus, que ha puesto al mundo patas arriba y ha obligado a cerrar por varios meses todas las áreas de trabajo no esenciales, incluyendo las salas de cine de todo el planeta.

El impacto en la industria del cine ha sido enorme, llegando incluso a posponer los estrenos que conformaban todo el llamado “verano cinematográfico”, que se extiende desde abril hasta finales de agosto, provocando una enorme crisis del sector por ser la época de mayor recaudación de taquillas.

La pandemia del covid 19 nos confinó en nuestros hogares. El hogar volvió a ser nuestro refugio del mal que nos acechaba afuera, como el neandertal, excepto que no podemos ver esta bestia microscópica. Hoy, por ejemplo, el teletrabajo forma parte de nuestra cotidianidad. Y el disfrutar de las películas en casa se ha intensificado hasta niveles nunca antes vistos en sus buques insignia: Netflix, Amazon Studios y Disney +, entre otras.

Lo cierto es que Hollywood comenzó a cambiar cuando sus grandes estudios fueron adquiridos por corporaciones y ejecutivos salidos de las escuelas de Economía, fueron colocados al frente de sus directorios. Fue el final del productor de olfato por los estudiosos de la Big Data. Exactamente lo mismo sucedió con el negocio del béisbol, con Theo Epstein como principal protagonista.

Antes, los ejecutivos se vanagloriaban de producir filmes como Lawrence de Arabia, El mago de Oz y Casablanca, grandes producciones en las que se ponía en riesgo mucho dinero y sus puestos de gerentes, pero desde la certeza de producir algo trascendente.    

Hoy, los nombres de los héroes han cambiado de forma brutal: ahora hablamos de Edward Cullen, Katniss Everdeen y Tony Stark. Lo peor: a veces nos preocupan más que nuestra verdadera familia. Peor aún: van a durar muchos años más.

El razonamiento es simple: las franquicias llegaron a Hollywood para quedarse.

Las despiadadas cifras de las taquillas de cada fin de semana dictan las normas, ponen puntos suspensivos sobre lo que no recibe la atención de los milenials y endiosan a los que llegan a los primeros puestos.

Antes, una saga nacía de explorar lo desconocido, de atreverse contra lo establecido. En 1972, cuando Francis Coppola hizo El Padrino, nadie apostaba un centavo a favor del género de gángsters. En 1977, cuando George Lucas hizo Guerra de las galaxias, se fue hasta Hawaii para no enterarse del seguro fracaso hasta días después. En 1982, cuando Steven Spielberg hizo E.T., se fue con su compadre Lucas a Hawaii, por las mismas razones.

Las sagas nacían fruto del atrevimiento de cineastas comprometidos solo con sus principios, y la maravillosa recepción de los cinéfilos.

Las franquicias actuales, aunque alguno difiera de este criterio, son productos diseñados, pensados, producidos y mercadeados para hacer las delicias de un público poco exigente o muy condicionado por las extraordinarias campañas de marketing.

Están diseñados para apostar a “lo seguro”: de las 50 películas más taquilleras del 2012 al 2016, 43 fueron secuelas, spinoffs, adaptaciones de cómics y adaptaciones de novelas para adultos. De las 7 restantes, 5 fueron filmes de animación, el único género que ha conseguido explotar de manera factible la originalidad.

Claro que cada año trae consigo una excepción a la regla, como Gravedad (que le consiguió el primer Oscar a un director mexicano, Alfonso Cuarón) o La LaLand, que sacó provecho a la química entre sus protagonistas, Emma Stone (Oscar a la mejor actriz) y Ryan Gosling (Oscar en el corazón de las damas).

Esta nueva época de las franquicias ha dado paso a otro fenómeno: los “universos cinematográficos”. Ya a estas alturas del juego, todos somos parte del MCU (Universo Cinematográfico de Marvel), del DCEU (DC Extended Universe, que abarca los miembros de la “Liga de la Justicia”), del Dark Universe de Universal (que pretendió reeditar todos los monstruos “clásicos”, planes que se congelaron con el fracaso de The Mommy (2017); o de los universos de Star Wars y Pixar ambos, al igual que Marvel, en manos de Disney.

Algunas de esas franquicias tenían listos sus estrenos para 2020 y se han vistos precisadas a posponerlos. Rápidos y furiosos 9 se estrenará en abril de 2021. Igual decisión para Black Widow y la nueva entrega del agente 007, No Time To Die, saga que inició en 1962.

De hecho, el único blockbuster que mantiene su fecha de estreno (25 de diciembre), es Wonder Woman 1984 y, hace apenas unas horas, Warner Bros dio a conocer su temeridad mercadológica: el estreno será simultáneo con la plataforma HBO Max.

Sin embargo, la movida más temeraria la hizo Disney con Mulan, la versión de acción real de su clásico de 1998. Después de par de posposiciones, decidió estrenarla directamente a través de su plataforma streaming, llenado de estupor (y hasta ira) a parte de los exhibidores que la tenían como su as bajo la manga para superar la crisis. Más atrevido aún: no solo había que estar suscrito a Disney +, sino que había que pagar extra (unos US$30) por el derecho para ver Mulan. La jugada les salió perfecta: algunas fuentes aseguran que superó los $261 millones de dólares de recaudación en sus primeros días, todos para las arcas de su productora.

Eso es apenas la punta del iceberg que muestra la fortaleza de las principales compañías de streaming. La verdad es que, desde hace años, Netflix y algunos canales se venían preparando para este momento: en 2016, en Hollywood se produjeron 454 series originales.   

Ese mismo 2016, los estudios de Hollywood lanzaron 37 blockbusters, entre secuelas, reboots, spinoffs, adaptaciones y animación. El año anterior la cifra había sido de 24. En 2009, tan solo fueron 18. La tendencia va en aumento.

Y eso quiere decir que el negocio funciona: tan solo en el primer mes de pandemia, Netflix aumentó en 15 millones su cantidad de suscriptores. Desde noviembre, Disney + se lanzó a la conquista de Latinoamérica y Amazon Studios hace un discreto, pero efectivo trabajo de promoción.

¿La clave? Producir algo que el público quiera ver.

Netflix tomó la delantera en los proyectos con vocación de premios (el último bastión para derrotar al Hollywood “tradicional”) con ROMA, un filme extraordinario que se llevó el León de Oro en Venecia y 3 Oscars, incluyendo el segundo como director para Alfono Cuarón, provocando una airada protesta de sectores de Hollywood. Ese pleito lo pagó The Irishman, la joya de Martin Scorsese, ninguneada por el Premio de la Academia.

Para la próxima Temporada de Premios, todos tienen su joya: Mank, la nueva de David Fincher, está producida por Netflix; One Night in Miami, dirigida por Regina King, es de Amazon Studios y Nomadland, de Chloé Zhao y ganadora del León de Oro en Venecia, será distribuida por Searchligt Pictures (o sea, Disney).

Por el momento, las majors de Hollywood solo aspiran a que llegue la vacuna para el covid 19 y puedan estrenar con las expectativas comerciales de siempre, sus blockbusters. Pero es obvio que tendrán que reinventarse, sea creando cada compañía su propia plataforma streaming, sea buscando la manera de que el público vuelva a las salas detrás de las luminarias del “Star System”, sea diversificando su catálogo de servicios.

Igual camino deben transitar los que conforman la tercera pata de la industria del cine: los exhibidores, quienes regentean el templo para disfrutar el Séptimo Arte en pantalla gigante.

Las salas de cine no van a desaparecer. Pero es imperativo que se reinventen. Todas cumplen con los protocolos que ordenan las autoridades de salud y están enfocadas en mejorar el servicio que brindan a sus habituales.

Reinventarse es la clave para salir de la crisis. Y eso siempre ha sido beneficioso para los cinéfilos, el Alfa y Omega de la cuestión cinematográfica. 

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