El colonialismo que los imperios de Europa implantaron en América como método de explotación del hombre por el hombre ha dejado huellas imborrables en nuestra forma de ver y entender el mundo. De eso hace más de 500 años y todavía hoy se perciben esos mandatos de esquemas señoriales.
Sugar Island es el poderoso drama que ha
construido Johanné Gómez Terrero que pone en evidencia lo poco que se ha
avanzado en ese esquema de explotación vinculado a la producción de azúcar.
Ayer eran negros esclavos, hoy son haitianos (o descendientes de haitianos) que
no tienen quien los defienda de las injusticias históricas, de la indiferencia
de los gobiernos, de la insoportable levedad de sus vidas.
Sugar Island, como era de esperarse, se
desarrolla en un batey. Un batey que es igual a todos: se respira injusticia y
desesperanza por todas partes y se constituye un espacio que construye su
propio círculo de miseria, inexpugnable y mortal, por los siglos de los siglos.
Por
supuesto, en el batey confluyen muchos universos: el de los dueños de todo,
bastante preciso en sus metas de producción; el de los dueños de nada, los
sobrevivientes que se ilusionan con conseguir su libertad; el del mundo de los
misterios, siempre presentes para alimentar todo tipo de esperanzas, en
deidades como Santa Marta, poderosa y protectora.
Gómez
Terrero mezcla con una sabiduría poco habitual en nuestro cine estos universos
y hasta se permite la licencia poética de recrear un grupo de poesía coreada en
donde existió Boca de Nigua, uno que destacó por sus terribles condiciones. Lo
interesante es que estos insertos no rompen con la narrativa dramática,
necesaria para involucrarnos en el drama que se describe en Sugar
Island. Un logro cinematográfico que destaca entre otras virtudes del
filme.
El
personaje central es Makenya (magnífica actuación de Yelidá Díaz), a través de
cuya mirada percibimos el drama del batey como un entorno asfixiante. Ella es
hija de una haitiana que nunca ha tenido documentos y un dominicano que solo
puso el espermatozoide campeón y desapareció como por arte de magia. Si su
madre es indocumentada, ella tampoco puede conseguir algún documento que le
permita existir para el estado. El problema es que ha quedado embarazada, lo
que implica punto final para su adolescencia y puntos suspensivos para su
futuro.
Makenya
acompaña a su abuelo cañero en sus protestas para que se reconozcan sus
derechos cuando la mecanización del corte de caña amenaza con dejarlos en medio
de la nada, sin nada material, como verdaderos desechos humanos inservibles
para el sistema. Esa lucha contra los que lo controlan todo, a lo sumo será
victoria pírrica, pero la dignidad y el decoro nunca han tenido precio.
Sugar Island puede verse, entonces, como un
inventario de injusticias históricas en esta isla de azúcar, pero con una
atractiva puesta en escena, producto del pulso y la sensibilidad con la que
Gómez Terrero cuenta sus historias. Bastaría recordar sus anteriores trabajos: Bajo las carpas (2014) y el
inquietante documental Caribbean Fantasy (2016), uno de los
más auténticos trabajos que hemos visto sobre marginalidad.
Sugar Island debutó en la sección Venice
Days del Festival de Venecia 2024, donde consiguió una mención de honor
de la Fundación FAI, y desde entonces ha tenido un exitosísimo recorrido por
festivales: Festival de Puerto Rico (mejor película), Festival de Marseille
(premio mejor película y premio a la mejor actriz), Festival de Tokio (premio a
la mejor dirección). Festival de Lima (premio a la mejor dirección), Festival
de Taipei (gran premio del jurado), Fsetival de La Habana (premio Coral a la
contribución artística), Festival de Málaga (Biznaga de Plata a la mejor
fotografía), por solo mencionar algunos. Y merece, por mérito propio, figurar
entre los mejores filmes dominicanos de los últimos años.
Sugar
Island (2024). Dirección: Johanné Gómez Terrero; Guion: Johanné Gómez Terrero y
María Abenia; Fotografía: Alván Prado; Edición: Raúl Barreras; Música: Jonay
Armas; Coach de actores: Vicente Santos; Elenco: Yelidá Díaz, Juan María
Almonte, Francis Cruz, Génesis Piñeyro.

No hay comentarios.:
Publicar un comentario