A estas alturas del juego, pienso que nadie pone en duda la condición de Maestro de la animación de Hayao Miyazaki. En efecto, Miyazaki ha conformado una estética que lo distingue de otros maestros de la animación, Walt Disney incluido. Miyazaki, por ejemplo, representa de manera única el mundo de los sueños con personajes mucho más definidos en términos de su sicología y el arco narrativo a su servicio. Renuncia a sueños de princesas, para adentrarse en los mundos sobrenaturales, mucho más ricos en posibilidades dramáticas.
Con El
viaje de Chihiro, filme que retorna, después de 24 años a la cartelera,
Miyazaki demuestra nueva vez que está muy por encima de lo convencional cuando
propone este tipo de dramas para adultos (ojo al dato), en los que nos conversa
sobre ciertos temas con mucha más profundidad que muchos filmes de acción real.
Los filmes
del estudio Ghibli no son para niños menores de 7 años. Los niños pueden
verlos, pero en muy difícil que los entiendan. El tema de los cambios físicos y
mentales del paso por la adolescencia, por ejemplo, resulta complejo cuando lo
plantea Miyazaki. Los eventos mágicos (en forma de hechizo) siempre están
presentes en el anime de Miyazaki. Pero, distinto a la estética Disney que todo
lo resuelve agitando una varita mágica, Miyazaki sumerge a sus personajes en el
famoso viaje del héroe que, por vencer ciertos obstáculos, llega a un estadio
de maduración que le permite ver la vida de otro modo.
El viaje de Chihiro, es un perfecto ejemplo de la niña
que debe superar una serie de pruebas para restablecer el equilibrio de su
familia, alterado por una mudanza, algo tratado también en Intensa Mente, Disney.
Miyazaki
hace énfasis en la madurez de sus personajes femeninos, convoca una nueva
solidaridad con ellas, a partir de sus propios procesos de transformación.
Disney, lo sabemos, sigue apostando a ingenuas princesas que buscan, de manera
incansable, un príncipe azul para parirle un heredero.
Miyazaki
crea mundos completamente alucinantes en los que no deja nada al azar, ni lo
explica todo. Pero esos universos son productos de una imaginación rica en
matices, desbordada por detalles de animación realmente únicos y distintos.
Miyazaki
crea atmósferas en donde todo está vivo, como en la naturaleza. Por cierto,
filmes como La Princesa Mononoke ponen su acento en crear una conciencia
más preocupada por el medioambiente, sin que se vea como panfleto ecologista.
En El
viaje de Chihiro, se nos proponen nuevos valores narrativos, como el
valor del silencio y la contemplación. Y para los que gustan de la semiología,
el “Sin Cara” simboliza la codicia del ser humano, contrario a nuestra protagonista,
cuyo deseo esencial es volver con sus padres.
Chihiro,
como otros protagonistas de Miyazaki, al final de su recorrido sufre cambios
físicos y mentales, como prueba de su paso a la madurez. Solo eso, nos aporta
mucho más que todos los blockbusters del verano juntos, y se agradece.
Hace 24
años, El viaje de Chihiro se convirtió en el primer anime que recibía
el Oscar al mejor filme animado. Hace dos años, El niño y la garza, recibió
el Globo de Oro y el Oscar. Para los
que se atreven a dudar que estamos frente a uno de los grandes Maestros de la
animación.
El viaje de
Chihiro (2001). Dirección y guion: Hayao Miyazaki; Fotografía: Atsushi Okui;
Edición: Takeshi Seyama; Música: Joe Hisaishi; Voces: Rumi Hiiragi, Miyu
Irino.
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