Consulto el
Instagram de Francis Coppola y me encuentro con la siguiente afirmación:
“Martin Scorsese es una persona maravillosa y el más grandioso director vivo
del mundo”. Este humilde cronista, fanático de ambos realizadores, no tiene más
remedio que aceptarla como verdad absoluta.
A Scorsese
lo tengo en la categoría de Maestro (así, con mayúsculas), el director que más
sabe de Cine (así, con mayúsculas) y el que mejor retrata el lado oscuro del
alma americana, lo afirmo por enésima vez. Todo eso confluye para hacer posible
Los
asesinos de la luna, su nuevo filme, llamado a liderar la próxima
Temporada de Premios.
Consulto el
Instagram de Martin Scorsese y me encuentro con la siguiente declaratoria de
intenciones: “Los asesinos de la luna era una película que tenía que hacer,
una historia que tenía que contar. El reinado del terror de los Osage es una verdadera
tragedia estadounidense y el hecho de que la historia no fuera ampliamente conocida
antes de la publicación del libro de David Grann, solo profundizó los
sentimientos de traición, abandono y desconfianza en la Nación Osage.
Nunca habría considerado hacer esta película sin la cooperación y confianza de
la Nación Osage. Nos recibieron en Oklahoma y comenzamos una colaboración
notable que nunca ha terminado. Quería hacer una película que nos perteneciera
a todos, trabajando juntos. Espero haberlo logrado.”
El hombre
blanco confrontó a las comunidades nativas de lo que hoy es Estados Unidos de
la manera más brutal y salvaje que le fue posible. La Nación Osage no fue la
excepción y puede afirmarse que, contra los Osage, el hombre blanco utilizó
todas las triquiñuelas de su arsenal. Armados de su Santísima Trinidad del
Pecado (licor, apuestas, sexo) fueron especialmente feroces porque, a
diferencia de otras comunidades indígenas, los Osage lograron un cierto
desarrollo como comunidad organizada y disfrutaban de sus riquezas.
Lamentablemente,
sus tierras escupían petróleo (se les llamó “los millonarios rojos”) y eso
desató las más insaciables ambiciones del hombre blanco. Los asesinos de la luna, como sugiere su título, narra la masacre
que se llevó a cabo en los primeros años del siglo XX en Fairfax (Oklahoma)
donde decenas de indígenas Osage fueron asesinados, dando lugar al asombro del presidente
Calvin Coolidge, quien envió una brigada del recién creado Buró Federal de
Investigaciones (FBI) a indagar, dada la absoluta incompetencia y
complicidad de las autoridades locales. Los incidentes eran poco conocidos
hasta la publicación del libro Killers of the Flower Moon: the Osage
Murders and the Birth of the FBI, de David Grann, en que se basa Los
asesinos de la luna.
Lo
interesante es que Scorsese, apoyado en el sólido guion que ha coescrito junto
a Eric Roth, se monta sobre la estética del western clásico (es un admirador
del trabajo de los grandes: John Ford y Howard Hawks, entre otros) y uno que
otro clásico contemporáneo (El Padrino) para construir un
thriller neonoir de denuncia social,
que nos mantiene al borde del asiento por tres horas y media, tiempo que se
pasa sin que nos demos cuenta.
Scorsese
devela la conspiración que orquestó William Hale, al mejor estilo Corleone,
utilizando a su sobrino Ernest Burkhart para todo tipo de fechorías, incluso
conquistar a Mollie, como parte de un plan para quedarse con las propiedades de
su familia. En ese sentido, Los asesinos de la luna se sirve de
una estructura casi shakesperiana para exponer tantas intrigas, lealtades y, más
que nada, traiciones.
Como es
costumbre, un Maestro como Scorsese mueve la cámara a su antojo, edita con
ritmo trepidante y hasta se permite incluir, muy respetuosamente, una que otra
creencia Osage en forma de metáfora visual que eleva su narrativa al más alto
nivel estético: la muerte siempre es un búho que se aparece en el lecho de
muerte y enterramos a los muertos con joyas y frutas, para que puedan sortear
los obstáculos del camino que les toca emprender. Por supuesto, el hombre
blanco profana las tumbas para robarse las joyas.
Destacar
las atmósferas logradas por el mexicano Rodrigo Prieto, uno de sus
colaboradores habituales en la dirección de fotografía: El irlandés, Silencio,
The
Audition, El lobo de Wall Street; y la formidable edición de Thelma
Schoonmaker, alma gemela artística de Scorsese.
De hecho,
el filme integra elementos de la época del cine mudo, con carteles incluidos y
cierra con la estética de las radionovelas, acaso merecidísimo homenaje a los
artistas de los efectos Foley. No puedo decir todo lo que quiero.
Scorsese y
su actor fetiche, Robert De Niro. Todo comenzó con: Mean Streets (1973).
Luego llegaron: Taxi Driver (1976), New York, New York (1977), Toro
Salvaje (1980), El rey de la comedia (1982), Goodfellas
(1990), Cabo del miedo (1991), Casino (1995) y El irlandés (2019). Cuando
dos cineastas con semejante talento colaboran, los milagros se hacen posibles.
Scorsese y
su nuevo actor fetiche, Leonardo DiCaprio. Todo comenzó con Pandillas
de New York (2002). Luego llegaron: El aviador (2004), Infiltrados
(2006), La isla siniestra (2010) y El Lobo de Wall Street (2013). Cuando
dos cineastas con semejante talento colaboran, los milagros se hacen posibles.
Y ya conocemos que tendrá una próxima colaboración: The Wager, basada en otra
novela de David Grann.
Scorsese y
su nuevo descubrimiento: Lily Gladstone. Puestos a revisar: Scorsese ha sido
artífice del nacimiento de muchas estrellas de Hollywood, desde la Jodie Foster
de Taxi
Driver, pasando por la Cate Blanchett de El aviador (2005), hasta
la Margot Robbie de El lobo de Wall Street. Hoy todos solo tenemos elogios para esta
nueva estrella.
Scorsese le
ha brindado una brillante plataforma a su elenco y la Temporada de Premios los recompensará.
A ellos y a todos los que han hecho posible uno de los mejores filmes de 2023: Los
asesinos de la luna.
Los
asesinos de la luna (2023). Dirección: Martin Scorsese; Guion: Eric Roth y
Martin Scorsese; Fotografía: Rodrigo Prieto; Edición: Thelma Schoonmaker;
Música: Robbie Robertson; Elenco: Robert De Niro, Leonardo DiCaprio, Lily
Gladstone, Brendan Fraser.