(Reproducimos las palabras de agradecimiento de Meryl Streep, la mejor actriz en la historia del cine, a propósito de recibir el Premio Princesa de Asturias 2023.)
“Estoy
muy feliz de estar aquí esta tarde, de figurar entre estos destacados
galardonados, en esta hermosa sala donde, si escuchamos, puede que oigamos el
eco de las voces de muchos de nuestros héroes del siglo XX y de este joven
siglo nuestro. Es difícil para mí hacerme a la idea de que estoy aquí.
Una parte de mí sospecha que, como he representado a personas extraordinarias
toda mi vida, ¡ahora me toman por una de ellas!
Pero estoy realmente agradecida por este reconocimiento
al arte de actuar –el trabajo de mi vida– cuya esencia sigue siendo un misterio
incluso para mí. ¿Qué es lo que hacen realmente los actores? El intangible don
de metamorfosis del actor es lo que hace que sea difícil cuantificarlo o
medirlo. ¿Qué importancia tiene para nosotros? ¿Qué valor? Sé por mí misma, que
cuando veo una actuación que me llama especialmente la atención, puede
permanecer dentro de mí durante días, a veces décadas. Cuando siento el dolor o
la alegría de otra persona, o me río de sus disparates, siento como si hubiera
descubierto algo veraz, me siento más viva y conectada. ¿Conectada a qué,
exactamente? A otras personas, a la experiencia de ser otra persona. ¿Cuál es
la magia de esta conexión? La empatía es el corazón palpitante del don del
actor. Es la corriente que nos conecta, a mí y a mi propio pulso, con el de un
personaje de ficción. Puedo hacer que su corazón se acelere, o calmarlo, según
lo requiere una escena.
Y mi sistema nervioso, conectado por simpatía al suyo,
lleva esa corriente hacia usted que está sentado en su butaca, y hacia la mujer
sentada a su lado, y hacia su amiga, también. Todos sentimos que nos está
pasando al mismo tiempo. Por supuesto, es más fácil estar conectado
emocionalmente con la vida de personas parecidas a nosotros.
Pero siempre me he sentido impulsada también a comprender
ese otro instinto, contraintuitivo, que nos lleva a interesarnos por los
extraños; esa capacidad imaginativa que tenemos para seguir las historias de
personas ajenas a nuestra tribu como si fueran nuestras. En mi trabajo, me han
criticado por alejarme demasiado de mi propia “experiencia vivida”, por
alejarme demasiado de mi propia “verdad” e identidad. Todos esos acentos, ¿ya
saben?
¿Pero es una impostura? ¿Querer abrazar el mundo? ¿Querer
vagar, preguntarse o tratar de ver a través de tantos ojos de distintos colores
y experiencias? ¿Quién soy yo, una buena chica de clase media de Nueva Jersey,
para atreverme a meterme en la piel de la primera mujer primera ministra del
Reino Unido? ¿O de una superviviente polaca del Holocausto?¿O de la árbitra del
buen gusto en el mundo de la moda? Un gran artista español, Pablo Picasso,
dijo: “Imitar a los demás es necesario. Imitarse a uno mismo es patético”.
Y otra gran artista española, Penélope Cruz, dijo: “¡No
puedes vivir tu vida mirándote a ti mismo desde el punto de vista de otra
persona!”
Pues bien: persevero a pesar de los críticos... Porque
creo que el trabajo de un actor es invadir, encarnar vidas que no son como la
suya. Porque la parte más importante de nuestro trabajo es hacer que cada vida
sea accesible y sentida por el público: que está sentado en un pequeño teatro
de Málaga o por streaming en cualquier parte del mundo.
Una regla que se enseña a los actores en las escuelas de
arte dramático es que no debes juzgar al personaje que estás interpretando.
Juzgar te hace quedar fuera de sus vivencias. El compromiso que adquieres
cuando te pones en su lugar es mirar el mundo desde el interior de su cabeza.
¡El público juzgará! Tú defiendes su causa lo mejor que puedes.
Cuando nacemos nos identificamos con los demás, sentimos
empatía y una humanidad compartida porosa. Los bebés lloran sólo con ver las
lágrimas de otra persona. Pero a medida que crecemos, nos ponemos a reprimir
esos sentimientos y a suprimirlos para el resto de nuestras vidas; a
suplantarlos a favor de la autoprotección o de una ideología, y a sospechar y
desconfiar de los motivos de los demás. Así llegamos a este triste momento de
la historia.
En la universidad, diseñé el vestuario para una
producción de la obra atemporal de Lorca, La casa de Bernarda Alba. En ella,
una de las hermanas, Martirio, grita: “Pero las cosas se repiten. Yo veo que
todo es una terrible repetición.”
Lorca escribió su apasionado obra dos meses antes de su
propio asesinato, en vísperas de otro cataclismo. Que pudiera ver desde tan
alto, que mirara con tanta distancia los acontecimientos que tanto amenazaban
su vida, es extraordinario. Que pudiera expresar, a través de Martirio, una
sabiduría que no lo salvaría, pero que sería una advertencia para el futuro, es
un regalo para nosotros. Actuar en una obra como esta es prestarles a los
muertos una voz que los vivos pueden oír. Es el privilegio de un actor y es su
deber.
El don de la empatía es algo que todos compartimos. La
misteriosa capacidad de sentarnos juntos, extraños en un teatro o cine a
oscuras, y experimentar los sentimientos de personas que no se parecen a
nosotros ni suenan como nosotros, es una capacidad que todos deberíamos llevar
dentro de nosotros al volver a la luz del día.
La empatía puede ser una forma radical de acercamiento y
diplomacia, igualmente útil en otros ámbitos de actividad. En este nuestro
mundo cada vez más hostil y volátil, espero que podamos hacer nuestra otra
regla que se enseña a todos los actores: lo importante es escuchar.
Gracias
por escucharme, y gracias de corazón por este gran honor.”
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