Para
entender a Antonioni debes dejar tus conceptos prefabricados en el lobby del
cine: de nada le servirán frente a la obra de un cineasta que se reinventaba en
cada filme y, sin embargo, siempre hacía la misma película.
Para
entender a Antonioni debe entregarse a la sana costumbre de cuestionarlo todo
(las formas) y dudar de lo obvio (los fondos): nada se afirma a cambio de nada
y no hay verdades absolutas.
A la hora
de hablar de cineastas que han reflexionado con gran profundidad de la relación
del individuo moderno con el espacio, Antonioni ocupa un primer lugar. A pesar
de heredar mucho de la tradición neorrealista, Antonioni desarrolló una
sensibilidad única para estudiar como los espacios (la ciudad, el campo, etc.) son
determinantes en la percepción de nuestra realidad y cómo influyen en nuestras
experiencias.
Común denominador
de su obra: la alienación (independientemente de la causa que la origina) y la
dificultad de conectarnos en un mundo cada vez más automatizado, en el que se
extraña la calidez, la solidaridad, inherente (al menos, en teoría) a nuestra
condición humana.
El ejemplo
más representativo de este fenómeno lo encontramos en la trilogía de la
“enfermedad sentimental” (traducida al dominicano como “mal de amores”)
compuesta: La aventura (1960), La noche (1961) y El
eclipse (1962), en donde estos problemas son expresados en imágenes a
partir del paisaje y los espacios.
No hay que
darle muchas vueltas: en términos argumentales, todos sus filmes hablan del
amor. Para ser más precisos: de la imposibilidad del amor.
El efecto
de las musas para un gran realizador: dos de esos tres personajes están
interpretados por la misma actriz: la enigmática Mónica Vitti. El otro por la
indescifrable Jeanne Moreau.
La primera
película de esta trilogía, La aventura, cuenta la historia de
Ana, un personaje introvertido que atraviesa por una crisis existencial ante la
negativa de un próximo matrimonio, que luego desaparece misteriosamente
mientras se encuentra de vacaciones con sus amigos en las costas de Sicilia.
La aventura es el salto cualitativo de
Antonioni en la búsqueda de su sello de identidad y radicaliza su postura de ir
más allá de las convenciones narrativas, más allá de la idea (e importancia) de
los personajes con los que el espectador puede identificarse o proyectarse
empáticamente. Y nos propone la idea de que los espacios son tan importantes
como los personajes. El público domesticado no estaba preparado para tanta
ruptura.
La
anécdota: la presentación de La aventura en el Festival de Cannes
fue un desastre: el público abucheó aquello que no podía (o no quería)
entender, hasta el punto de que Vitti estalló en lágrimas. En solidaridad,
Roberto Rosellini y otros 37 artistas escribieron una carta a Antonioni, que
colgaron en el lobby del hotel donde se alojaba: “Es la mejor película que
hemos visto en el festival”. La noche del palmarés, el filme obtuvo el Premio
del Jurado.
Por una
parte, La noche cuenta la historia de Lidia, una mujer que enfrenta un
problema de hastío y aburrimiento de su matrimonio y el director trabaja de
manera muy particular el paisaje para, apelando a su capacidad poética,
intentar representar con las imágenes el hartazgo y la incomunicación del
personaje y a la ciudad como un sinsentido o una abstracción.
La
anécdota: al recibir el Oso de Oro en Berlín dijo: “Creo que los filmes deben
hacerse no para el público o para hacer dinero o para obtener popularidad. En
mi opinión, los filmes deben hacerse para ser tan buenos como deban ser”. Ay,
Miguelito…
En El
eclipse, la joven protagonista Vittoria, contrariada y agotada por la
falla de sus anteriores dos relaciones amorosas, comienza a deambular por las
calles de Roma.
Una de las
características del Cine de Autor es que nos presenta una definitiva percepción
del mundo. Antonioni va más allá: se inventa un mundo propio. El
eclipse es, dentro de su filmografía en blanco y negro, el punto
extremo de ese nuevo mundo. Como público, reconocemos que ese mundo no es el
mundo real: no hay concesión alguna al entretenimiento, ni a la narración
convencional.
Y cierto
que hay un eclipse de sol en Roma, pero Antonioni quiere que nos percatemos de
que hay un eclipse también en los sentimientos de la gente de esta sociedad
contemporánea, totalmente industrializada a costa de las cosas más importantes,
el medioambiente por ejemplo.
Con El
eclipse recogió el Premio Especial del Jurado en Cannes.
Como era de
esperarse, el propio Antonioni reniega de esta “trilogía” y, en cualquier caso,
pide incluir en la lista a El desierto rojo (1964).
Con El
desierto rojo, primera película a color de Antonioni todo se convirtió
en anécdota: que Antonioni hizo pintar todo un campo para rodar una escena, que
si aquí comenzó su declive, que si el frágil personaje que encarna su musa
(Mónica Vitti) carece de total sentido y las propias palabras del Maestro: “Es
mi película menos autobiográfica.”
La motivación
del Jurado del Festival de Venecia, donde ganó el León de Oro, no deja lugar a
dudas: “Al más sorprendente filme del festival, por su extraordinaria fuerza en
el retrato del ambiente y su conflicto con la sensibilidad humana.”
Entonces
entró en escena el productor Carlo Ponti quien, para los que creemos en los
milagros, le contrató para tres películas en inglés que contaban con el
respaldo de la Metro Goldwyn Mayer.
La primera
de ellas es una absoluta Obra Maestra, críptica e incomprensible para muchos, Blow
Up (1966), filme que está basado en el cuento Las babas del diablo, de
Julio Cortázar. El filme ganó la Palma de Oro en Cannes y, desconcertados,
algunos periodistas le pidieron alguna pista para entender el filme. Su
brillante respuesta: “Necesitaría hacer otra película para explicar su
significado.” En la opinión de este humilde cronista, hay que prestar atención
al significado del título en inglés: es como “ampliar” una foto para ver algún
detalle (lo hacemos todos los días con las fotos de Instagram). ¿Qué pasaría si
aplicamos eso a la presencia de cualquiera de nosotros en el contexto de un
espacio? En algún momento, desapareceremos de ese espacio. Sin embargo, ese
espacio mantendrá su propia esencia, porque puede prescindir de nosotros. Esto
nos conduce a la pregunta esencial de la condición humana y ya eso es tema para
un seminario.
La segunda
fue Zabriskie
Point (1970). El Punto Zabriskie es un área de cuencas de antiguos
lagos que datan de 5 a 10 millones de años y que han sufrido impactantes
cambios por la erosión. El nombre le viene del pionero que “descubrió” el sitio,
un impresionante desierto en el oeste americano.
Antonioni se
permite hacer una brillante reflexión sobre los convulsos tiempos de los
Estados Unidos de la Era de Acuario, sobre todo para esa juventud universitaria
que no sabía cómo darle salida a tantas hormonas reprimidas, a tantas promesas
incumplidas, a tanto futuro conculcado por los mismos de siempre y el gas lacrimógeno.
Probablemente, solo quedará como salida huir al desierto y encontrarnos en los
espejos.
La tercera
fue The
Passenger (1975) y pongo su título en inglés porque tengo serios
problemas con el que le adjudicaron los creativos de marketing. En este filme, un
periodista asume la identidad de un hombre muerto y, literalmente, comienza a
vivir una nueva vida que le lleva desde Malí (África) hasta Almería (España),
donde fallece, dejándonos una lista de preguntas. Típico de Antonioni. Nueva
vez, el maestro reflexiona sobre lo que significamos para cada uno de nuestros
íntimos, cómo nos vemos a nosotros mismos en el contexto de nuestro mundo y
cómo hacemos cambiar el curso de las estrellas. Basta con decir que no soy lo
que soy o que no soy lo que crees ver y a partir de ahí, ¡abrimos otro
seminario!
Bienaventurados
aquellos que alguna vez han tomado uno de mis cursos de cine, porque siempre
les muestro el plano secuencia del final de The Passenger, que me
parece una proeza técnica sin igual en la historia del Cine, ese que se escribe
con mayúsculas.
En 1995, la
Academia de Hollywood, que siempre llega tarde a todo, le entregó el Oscar
honorífico por su trayectoria profesional. Menudo mea culpa frente a uno de los
Maestros del Cine, ese Antonioni que nos deja siempre con el alma devastada por
la incomprensión de un mundo cada vez más estúpido, cada vez más primitivo,
cada vez más ajeno a las auténticas propuestas de futuro.