lunes, noviembre 03, 2025

“Springsteen”: los demonios de Bruce.

En 1984, Bruce Springsteen lanzó el álbum Born in the USA, que lo convirtió en una estrella mundial del rock. El título lo tomó prestado de un guion de Paul Schrader, un proyecto que protagonizaría con Robert De Niro y que se rodó años después con el título Light of Day. Ciertamente, The Boss con su rock duro, vestido de jeans y camisa ajustada, sin abaloríos innecesarios, encarnó el sentir del norteamericano promedio, hard working, que apuesta a sus sueños.

Antes de conocer el éxito total, Springsteen debió enfrentar y vencer sus demonios internos, traumas que le acompañaban desde su tierna infancia en que sufrió de un padre insensible, irresponsable y maltratador. Esa es la etapa que recrea Springsteen: música de ninguna parte, el drama que dirige Scott Cooper, basado en el libro Deliver Me from Nowhere, de Warren Zanes.

De ser un músico de pequeños locales en New Jersey, todos sabían del potencial de Springsteen como estrella del rock. Todos saben que ese es un camino sin retorno, un precipicio de ansiedad que puede destruir a cualquiera, un deseo que es también un castigo. Nadie conocía de sus tormentos personales, que le impedían hacer la música que la disquera y su manager demandaban, que le paralizaban de miedo ante la posibilidad de una relación de pareja, que lo cegaban ante sus posibilidades de ser alguien.

Solo Springsteen sentía el lastre de sus recuerdos de niñez e intuía que era una batalla que debía librar solo y con el compromiso de llegar hasta el final. En ese proceso, fue fundamental que se embarcara en la producción de Nebraska (1982), sin duda su álbum más personal y la pesadilla mercadológica que su manager y su disquera debieron aceptar.

Nebraska es, en todo el sentido de la palabra, un exorcismo necesario en la vida de cualquier compositor de canciones que, no está seguro hacia dónde va y hasta dónde puede llegar, pero que se deja guiar por su instinto. El filme retrata con éxito ese proceso de absoluta soledad, imprescindible para conectar con tus emociones más íntimas y crear canciones que sean las voces de otras almas en similares condiciones.

Springsteen buscó inspiración en fuentes tan disímiles como la película Badlands (1973, Terrence Malick), el libro de cuentos de Flannery O’Connor y el tormentoso recuerdo de cuando su papá lo llevó al cine para ver The Night of the Hunter (1955, Charles Laughton)

En este punto, es necesario señalar la magnífica actuación de Jeremy Allen White, quien además vocaliza todas las canciones del filme, un esfuerzo que le traerá varias nominaciones en la Temporada de Premios. Allen White, no solo tiene un extraordinario parecido físico a Springsteen (también tiene un aire de Al Pacino), sino que encarna con la sensibilidad apropiada las emociones encontradas que el personaje experimentaba en ese momento, sin estridencias, con una tierna inseguridad que gana puntos en los espectadores.

Para decirlo con propiedad, su actuación sobresale en el marco de un filme de calidad promedio, condición que comparte con otros títulos recientes sobre cantantes como: Un completo desconocido (2024, James Mangold) y Judy (2019, Globo de Oro y Oscar para Renée Zellweger), así como En la cuerda floja (2005, James Mangold).

Pero Springsteen: música de ninguna parte funciona como correcta recreación de un período en que América era todavía una tierra de oportunidades para todos, época en que era posible triunfar sin venderle tu alma al diablo en el proceso, manteniendo intocables de tu persona las cosas que te parecían fundamentales. Y, por supuesto, nos lleva al detrás de escena de un puñado de canciones imprescindibles para cualquier melómano que se precie de serlo.

 

Springsteen: música de ninguna parte (2025). Dirección y guion: Scott Cooper, basado en el libro “Deliver Me from Nowhere”, de Warren Zanes; Fotografía: Masanobu Takayanagi; Edición: Pamela Martin; Música: Jeremiah Fraites; Elenco: Jeremy Allen White, Jeremy Strong, Odessa Young.