En 1984, Bruce Springsteen lanzó el álbum Born in the USA, que lo convirtió en una estrella mundial del rock. El título lo tomó prestado de un guion de Paul Schrader, un proyecto que protagonizaría con Robert De Niro y que se rodó años después con el título Light of Day. Ciertamente, The Boss con su rock duro, vestido de jeans y camisa ajustada, sin abaloríos innecesarios, encarnó el sentir del norteamericano promedio, hard working, que apuesta a sus sueños.
Antes de conocer
el éxito total, Springsteen debió enfrentar y vencer sus demonios internos,
traumas que le acompañaban desde su tierna infancia en que sufrió de un padre
insensible, irresponsable y maltratador. Esa es la etapa que recrea Springsteen:
música de ninguna parte, el drama que dirige Scott Cooper, basado en el
libro Deliver Me from Nowhere, de Warren Zanes.
De ser un
músico de pequeños locales en New Jersey, todos sabían del potencial de
Springsteen como estrella del rock. Todos saben que ese es un camino sin
retorno, un precipicio de ansiedad que puede destruir a cualquiera, un deseo
que es también un castigo. Nadie conocía de sus tormentos personales, que le
impedían hacer la música que la disquera y su manager demandaban, que le
paralizaban de miedo ante la posibilidad de una relación de pareja, que lo
cegaban ante sus posibilidades de ser alguien.
Solo
Springsteen sentía el lastre de sus recuerdos de niñez e intuía que era una
batalla que debía librar solo y con el compromiso de llegar hasta el final. En
ese proceso, fue fundamental que se embarcara en la producción de Nebraska
(1982), sin duda su álbum más personal y la pesadilla mercadológica que su
manager y su disquera debieron aceptar.
Nebraska es, en todo el sentido de la
palabra, un exorcismo necesario en la vida de cualquier compositor de canciones
que, no está seguro hacia dónde va y hasta dónde puede llegar, pero que se deja
guiar por su instinto. El filme retrata con éxito ese proceso de absoluta
soledad, imprescindible para conectar con tus emociones más íntimas y crear
canciones que sean las voces de otras almas en similares condiciones.
Springsteen
buscó inspiración en fuentes tan disímiles como la película Badlands
(1973, Terrence Malick), el libro de cuentos de Flannery O’Connor y el tormentoso
recuerdo de cuando su papá lo llevó al cine para ver The Night of the Hunter (1955,
Charles Laughton)
En este
punto, es necesario señalar la magnífica actuación de Jeremy Allen White, quien
además vocaliza todas las canciones del filme, un esfuerzo que le traerá varias
nominaciones en la Temporada de Premios. Allen White, no solo tiene un
extraordinario parecido físico a Springsteen (también tiene un aire de Al
Pacino), sino que encarna con la sensibilidad apropiada las emociones
encontradas que el personaje experimentaba en ese momento, sin estridencias,
con una tierna inseguridad que gana puntos en los espectadores.
Para
decirlo con propiedad, su actuación sobresale en el marco de un filme de
calidad promedio, condición que comparte con otros títulos recientes sobre
cantantes como: Un completo desconocido (2024, James Mangold) y Judy
(2019, Globo de Oro y Oscar para Renée Zellweger), así como En la
cuerda floja (2005, James Mangold).
Pero Springsteen:
música de ninguna parte funciona como correcta recreación de un período
en que América era todavía una tierra de oportunidades para todos, época en que
era posible triunfar sin venderle tu alma al diablo en el proceso, manteniendo
intocables de tu persona las cosas que te parecían fundamentales. Y, por
supuesto, nos lleva al detrás de escena de un puñado de canciones
imprescindibles para cualquier melómano que se precie de serlo.
Springsteen:
música de ninguna parte (2025). Dirección y guion: Scott Cooper, basado en el
libro “Deliver Me from Nowhere”, de Warren Zanes; Fotografía: Masanobu
Takayanagi; Edición: Pamela Martin; Música: Jeremiah Fraites; Elenco: Jeremy
Allen White, Jeremy Strong, Odessa Young.
