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miércoles, abril 03, 2024

100 años de Marlon Brando.

En estos días se cumplen 100 años del nacimiento de Marlon Brando, para muchos (incluyéndome) el mejor actor que ha tenido el cine en toda su historia. Es justo, entonces, repasar algunos de los aspectos de su atormentada vida.

Decía Kim Hunter, su compañera de reparto en Un tranvía llamado Deseo, que lo mejor del intérprete era su increíble sentido de la verdad: “Puede tomar algunas malas decisiones en los papeles que desempeña, pero lo único que no puede ser es falso. Creo que por eso no le gustaba mucho actuar, porque siempre sacaba de su interior cosas dolorosas de su vida que luego trasladaba a su personaje”.

Nacido en abril de 1924 en Nebraska, Brando creció con una madre alcohólica y un padre ausente y severo, también aficionado a la bebida, que le pegaba y menospreciaba. En su autobiografía contó que los traumas que sufrió en casa le causaron problemas en el colegio y el instituto, de donde le echaron a los 17 años: “Era el niño malo de la clase, tenía que sentarme debajo de la mesa de la profesora, donde mi actividad principal era mirar por debajo del vestido”.

A los 19, tras haber sido expulsado de una academia militar, se asentó en Nueva York, donde comenzó su carrera en el teatro. Aunque siempre se le ha asociado con el Actors Studio, su contacto con esta famosa institución fundada en 1947 fue puntual y siempre condicionado a dos aspectos. El primero, su formación previa con la actriz Stella Adler, quien le acogió en su familia culta e intelectual y fue la persona que le animó a encaminar sus pasos hacia la interpretación. El segundo, el hecho de que su admirado Elia Kazan fuese uno de los profesores de la mítica escuela.

La frivolidad con la que Brando hablaría del Actors Studio, por el que pasaron las grandes estrellas de la época, tenía algo que ver con la animadversión que sentía hacia Lee Strasberg, que se hizo con la parte creativa del centro. El profesor de actores había tenido fuertes discusiones con Stella Adler sobre la manera de interpretar las ideas de Stanislavsky, lo que de algún modo condicionó la opinión de Brando.

En realidad, Brando mantuvo a lo largo de su carrera una intensa relación de amor-odio con el arte dramático. “Actuar es una ilusión, una forma de desaire histriónico, y, para llevarla a cabo, un actor debe tener una intensa concentración”, apuntó una vez. “Antes de entrar en una escena, la estudio, casi la psicoanalizo. Luego lo hablo con el director y luego lo ensayo. Cuando comienza el rodaje, me pongo tapones en los oídos para eliminar los ruidos extraños que inevitablemente alteran la concentración”.

Ocho veces estuvo nominado al Oscar, un premio que le dieron en dos ocasiones. El primero lo consiguió en 1955 por el drama La ley del silencio, de Elia Kazan, que ya le había dirigido en la obra teatral de Tennessee Williams que le dio a conocer. Aunque Brando se resistió al principio a aceptar el papel protagonista para esta película, porque veía con desagrado el hecho de que su director hubiera delatado en 1952 a ocho compañeros del partido comunista y a siete izquierdistas más ante el famoso Comité de Actividades Antiamericanas del senador McCarthy.

Su generoso salario le ayudó bastante en la faceta de activista que mantuvo durante mucho tiempo. Además de luchar por los derechos civiles de los negros en Estados Unidos, fue un profundo admirador de la Revolución Cultural china (1966-1976): “Mao Tse-Tung fue el último gigante”, llegó a afirmar sobre el líder de este movimiento sociopolítico, contribuyó a financiar a los Panteras Negras y se convirtió en un defensor a ultranza de la comunidad india. “La actitud de Estados Unidos con respecto a los indios aborígenes de su propia tierra es injusta, vergonzosa y no tiene ningún equivalente en la historia”, comentó en su momento.

Cuando en marzo de 1973 se alzó con la segunda estatuilla dorada por El Padrinode Francis Ford Coppola, la activista indígena Sacheen Littlefeather subió al escenario del Oscar para rechazar en nombre de Brando el premio a Mejor Actor con una crítica a la estereotipada imagen que Hollywood daba de las comunidades indias. Ese mismo año, estrenaba El último tango en París, de Bernardo Bertolucci.

Sobre el motivo de su progresiva decadencia, algunos coinciden en señalar que Hollywood no estuvo a la altura de Brando. El actor estadounidense Rod Steiger, que encarnó a su hermano mayor en La ley del silencio, señaló que Brando “estaba en una posición única. Podría haber hecho cualquier cosa. Pero eligió no hacerlo”. Pese a todo, la gente se interesaba por sus andanzas y sus últimas contrataciones fueron millonarias.

Su negocio más redondo fue su intervención en Superman (1978), por la que cobró cerca de cuatro millones de dólares, más un porcentaje de los ingresos brutos. Al final pudo facturar alrededor de 14 millones de dólares por 10 minutos de tiempo en pantalla, mucho más de lo que recibió el protagonista del filme, Christopher Reeve. Su más celebrada breve participación fue en Apocalipsis Now (1979), de nuevo a las órdenes de Coppola.

Ya en los últimos tiempos, cuentan, vivía bastante apartado del mundo. La última vez que abandonó su casa de California, en el verano de 2003, fue para alojarse en el rancho Neverland del cantante Michael Jackson, quien por lo visto era uno de sus amigos más íntimos. Desde luego es probable que compartiera con él cierto sentimiento de rebelión, soledad e infancia perdida. Brando tenía 80 años cuando, en julio de 2004, una fibrosis pulmonar se llevó por delante una vida llena de experiencias intensas. Siempre quedará al menos su obra, testimonio de la extraordinaria capacidad que poseía para su oficio.

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