Cuando Priscilla Beaulieu conoció a Elvis Presley era una adolescente de 15 años y, como era de esperarse, quedó prendada de esta estrella a quien todo el mundo llamaba “El Rey”. Muchas mujeres del mundo daban lo que fuera por estar con Elvis, pero él quedó atolondrado por esta quinceañera de increíble belleza y natural inocencia. Así comenzó una de las parejas más insólitas del showbizz.
En 1985,
Beaulieu, junto a la escritora Sandra Harmon, publicó sus memorias Elvis
and me, donde dejó bien establecido que Elvis abusó física y
mentalmente de ella, convirtiéndola en la hazmerreír de América, en una muñeca
de trapo atrapada en Graceland. Tanto el libro de memorias como Priscilla,
la película que ha dirigido Sofía Coppola, pueden (y deben) verse como la otra
cara de la moneda de una figura de la que creemos conocerlo todo y que apenas el
pasado año tuvo su filme propio: Elvis, dirigido por Baz Luhrmann.
Priscilla es la necesaria réplica y se enfoca
en la perspectiva de la compañera de Elvis, un astro amado por todos, pero
quebrado por el insoportable peso de la fama sobre sus espaldas. Según Priscilla,
el Rey era un tipo muy inseguro (pero mimado por quienes estaban a su servicio),
muy egocéntrico para comprometerse en una relación normal y, para colmo,
dependiente de las pastillas de colores para conciliar el sueño.
Priscilla
Presley vivía en el centro de una tormenta de aceptación y rechazo simultáneo:
nada le estaba permitido en Graceland, ni siquiera usar su hombre con fines
eróticos, ni reproductivos. Elvis, un macho narcisista y egocéntrico, gustaba
de controlar cada aspecto de la vida de Cilla, con quien compartía solo porque
podía manejarla a su antojo. Elvis lo decidía absolutamente todo, incluyendo
los colores que podía vestir su esposa.
Para
encarnar semejante personaje, Coppola lo apuesta todo a Cailee Spaeny y la Copa
Volpi a la mejor actriz en Venecia es la mejor prueba de que no se equivocó.
Spaeny se transforma en un personaje indolente ante su propia tragedia de mujer
cosificada que, para colmo, nunca gana toda la simpatía del público: sabemos
que vive un infierno por elección propia, pero ignoramos las razones por las
que sigue amando su jaula de oro. Spaeny nos seduce con su gracia, pero su
personaje nos mantiene al borde de estallar ante su sumisión.
Sofía
Coppola tiene el cine en su adn: recordemos que es hija de Francis, el maestro
que ha hecho posible tantos clásicos contemporáneos, y que tuvo su debut frente
a las cámaras a los pocos meses de nacida: ella es el bebé que bautiza Michael
Corleone en la escena final de El Padrino.
Aunque
muchos todavía no le perdonan que casi arruina El Padrino III con su
pobre actuación, lo cierto es que, como realizadora, se ha ganado su propio
espacio en el mundo del cine. Debutó con Las vírgenes suicidas (1999), a la
que siguió Lost in Traslation (2003), filme por el que ganó el Oscar al
mejor guion original (en realidad, todos lo recordamos porque Scarlett
Johansson desplegó sus formidables alas). Con Somewhere (2010), consiguió
el León de Oro en Venecia y con The Beguiled (2017) el premio a la
mejor dirección en Cannes.
Sofia
Coppola siempre pone el acento en sus personajes femeninos, que exhiben un arco
dramático mucho mejor desarrollado y, por ende, resultan mucho más complejos e
interesantes que los masculinos. Dicho esto, dejo una pregunta para meditar: ¿es
Coppola la más feminista de las directoras contemporáneas? La respuesta sería
mucho más certera luego de ver Priscilla.
Priscilla
(2023). Dirección: Sofia Coppola; Guion: Sofia Coppola, basado en el libro de
Priscilla Presley y Sandra Harmon; Fotografía: Philippe Le Sourd; Edición:
Sarah Flack; Música: Phoenix; Elenco: Cailee Spaeny, Jacob Elordi, Lynne
Griffin.
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