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martes, enero 20, 2015

Birdman: excelente filme de Alejandro G. Iñárritu.

En 2000, Alejandro G. Iñárritu tomó por asalto el escenario cinematográfico mundial con una brillante ópera prima, Amores perros, que sirvió también de plataforma para que nos iluminara el talento de Gael García Bernal. Luego nos enteramos de que ese filme era la primera parte de la Trilogía del Dolor, concebida junto al guionista Guillermo Arriaga, que se completaría con: 21 gramos (2003) y Babel (2006).
Quedaba claro que lo de Iñárritu no era una casualidad: sabía contar historias, aprovechaba al máximo el talento de sus talentos (actores y técnicos) y dibujaba unos personajes atrapados en conflictos mundanos, castigados por sus propios fantasmas tóxicos: soberbia, envidia, estupidez y un etcétera más largo que el carajo.
Luego, en plena madurez de su ejercicio como director, nos brindó una joya incomprendida: Biutiful (2010), que confirmaba sus constantes, y a Javier Bardem como uno de los grandes actores del cine contemporáneo.  Para el libreto de este filme se reforzó con talentos de lujo: Nicolás Giacobone y Armando Bo. Ellos están presentes en Birdman, junto a Alexander Dineralis y al propio Iñárritu.
Habitualmente cuatro firmas en un guión levanta suspicacias. En este caso, es indudable que el aporte de cada uno permite construir personajes con una profundidad sicológica notable y que permite a sus actores volar por los cielos (como superhéroes) y salvarles su integridad dramática. Especial mención para Michael Keaton, Edward Norton y Emma Stone, todos nominados al Oscar.
Lo del director de fotografía Emmanuel Lubezki, ganador del Oscar por Gravedad y un habitual de Terrence Malick (El nuevo mundo, El árbol de la vida, To the Wonder), es de una perfección que raya en lo increíble: Birdman está rodada en una serie de planos-secuencia que parecen un único plano. Lo del músico Antonio Sánchez con su solo de batería (que marca el estado de ánimo de nuestro protagonista a lo largo de todo el filme) es como para que le premien por lograr más con menos: un solo de batería.
Con Birdman, Alejandro G. Iñárritu se consolida como uno de los mejores directores del Hollywood contemporáneo: es uno de los mejores filmes del año. Una lástima que compita al Oscar el mismo año que Richard Linklater (quien va a ganar) porque hubiese sido extraordinario que otro mexicano se llevara la estatuilla, siguiendo los pasos de Alfonso Cuarón.

La virtud del actor.
El Actor es un Dios que crea (y destruye) un personaje en cada presentación. Maravilloso oficio que le permite ejercitar la virtuosa capacidad de vivir otras vidas, mentir y convencernos de su verdad, desnudar su alma en el escenario y cosechar el aplauso, al que se hace adicto. El aplauso que alimenta al ego. El ego que es el cáncer del alma. El alma que necesita los privilegios que trae incluida la satisfacción de una misión cumplida frente al público que le alienta a seguir, ojo, buscándose en las profundidades del ser.  Esa búsqueda que es una trampa de tarea eterna y que nunca culmina de forma satisfactoria para nadie. Todos se marchan del teatro y nos dejan solos.
Es cuando el miedo se apodera del alma y entra en vigencia la soberbia como escudo protector contra la soledad del poder. El poder de exigir todas las excentricidades que la vida nos ha negado y que, de golpe y porrazo, una asistente frenética consigue en cualquier rincón de la ciudad.   
Aquí es cuando nace la celebridad.

La ignorancia de la celebridad.
La Celebridad es el bufón del siglo XXI pero no lo sabe todavía. Su existencia depende de la cantidad de portadas de revistas que genera, de la cantidad de taquillas que vende. Adicta totalmente de las redes sociales, que si una foto en Instagram, que si un comentario en Twitter, que si un paparazzi a la salida del lounge. Para el caso, vende su alma al mejor postor de Hollywood (habitualmente, también el menos dotado de ideas) y su intimidad a la sociedad enferma de morbo que consume los detalles más sórdidos de la vida de los famosos con un deleite que espanta.
La celebridad no lo sabe y si lo sabe, no quiere admitirlo: sólo dispone de 15 minutos de fama antes de que otra celebridad con igual necesidad de llamar la atención y mayor desvergüenza, le robe los titulares de prensa y los seguidores de Facebook. De aquí, la disposición de, si fuese necesario, volarse la cabeza en el escenario para lograr la buena crónica que arrastrará a los fanáticos y curiosos (y hasta detractores) a comprar la taquilla para la próxima función. De aquí, la disposición de encajarse el uniforme de superhéroe hasta que Hollywood decida que basta.
La celebridad es presa de su miedo a convertirse en una persona común y corriente. Pero no lo sabe todavía.

Nada es verdad, nada es mentira.
En un mundo tan competitivo como el teatro en Broadway, donde los buitres de la mediocridad acechan esperando la hora de celebrar, fracasar no está permitido.
Esa delgada franja en donde nada es verdad y nada es mentira es el fango en el que se debate nuestro protagonista en sus ganas de ser más actor y menos celebridad. El vozarrón de su conciencia le atormenta con los consejos de cualquier amigo conformista: apuesta a lo seguro, renuncia a tu sueño, ponte otra vez el traje de Birdman, que eso no e’ná.   


Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) (2014). Dirección: Alejandro G. Iñárritu; Guión: Nicolás Giacobone, Armando Bo, Alexander Dineralis, Alejandro G. Iñárritu; Fotografía: Emmanuel Lubezki; Edición: Douglas Crise y Stephen Mirrione; Música: Antonio Sánchez; Elenco: Michael Keaton, Edward Norton, Emma Stone. 

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